martes, 12 de octubre de 2010
Callejones
Para llegar, sentarte y encender un pitillo.
Para subirte los cuellos del chaquetón y empezar a hacerte preguntas,y desechar las respuestas veraces, las que no te gustan.
Los callejones son fantásticos también para besar a una mujer a la que seguro no vas a volver a ver, o al menos no vas a volver a ver con los mismos ojos.
También se puede orinar, rápido, preciso, silencioso.
A un callejón te pueden arrastrar entre tres o cuatro, y golpearte fuerte en las costillas y en la boca. Arrojarte al suelo y patear tu espalda.
En un callejón los gatos tienen nombre de demonio babilónico o de político trasnochado, pero siguen teniendo nombre... y reputación.
Las pintadas hablan de cárceles olvidadas, de muchachas vejadas y de matones de quince años.
Desde una ventana diminuta arrojan el contenido de un orinal.
En un callejón puedes jugar a los dados y bailar con los trileros, comprar un revolver antiguo, mercadear con cocaína cortada con vaya usted a saber y escupir más lejos, más alto, más fuerte.
Por eso, cuando alguien me dice que estoy a punto de entrar en un callejón sin salida, sonrió y me acaricio los nudillos, porque se que se avecina un poco de sal, un sombreo de Indiana, una caricia de Sofía Loren.
Reniego de las grandes avenidas con bulevares, iluminadas como hospitales, plagadas de señores y señoras honorables que aprietan el paso al cruzarse con la sordidez de la vida real.
En un callejón puedes amar de verdad, rudamente, sin palabras bonitas, sudando y arqueando la espalda entre gruñidos y gemidos, vigilando a tu espalda y oteando entre las sombras.
No hay mayor belleza que la inesperada y es la puedes encontrar entre contenedores de basura y restos de vidas felices.
Nada como un buen safari por los callejones de tu ciudad.
Lo recomiendo.
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