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domingo, 1 de febrero de 2009

Picantón

Esta historia es real, y me sucedió no hace mucho tiempo.
Fue un domingo de otoño, cuando mi amigo Fernandito Poronga, me invitó al chale de sus padres a comer un cocido montañés,ya que su madre es natural de Valencia de Don Juan, León.
Yo que soy como Don Camilo y nunca digo que no a semejantes envites, me encaminé ilusionado hacia la suntuosa casita de campo.
La comida fue realmente deliciosa, y presa de mi natural avidéz, creo que aquel día engulli algún garbanzo de más (más bien unos doscientos garbanzos de más) y cuando mejor me encontraba, en plena sobremesa y deleitándome con un maravilloso aguardiente de hierbas, sucedió lo que tenia que suceder.
Mis tripas iniciaron una danza alocada presas de una indigestión bárbara, con el consabido ruidito que semejante estado provoca.
Trate de disimular fingiendo un ataque de tos y aunque imagino que nadie me creyó, pude escabullirme airosamente hacia el baño.
Cuan grande seria mi desesperación al encontrarme con el wc vecino ocupado por "lalo" el hermano pequeño y excesivamente imbecil de Fernandito, así que practicamente a la carrera, me dirigí hacia el piso superior en busca de otro excusado donde poder darle paz a mi malogrado intestino.
Pase un dormitorio rústico precioso (con su chimenea y todo) y tras pocos metros de pasillo me encontré frente a un a puerta de roble macizo( de las denominadas castellanas) y suponiendo que era un cuarto de baño, me plante frente a ella.
Para evitar de nuevo la violencia de incordiar a alguien que pudiera estar entregado a tan privados menesteres, me incliné y arrimé el ojo a la cerradura, tratando de adivinar si estaba libre u ocupado.
Lo que allí pude ver me dejó boquiabierto.
Carmencita, la madre de mi amigo, estaba disponiéndose a dar un baño, de tal modo que el ceñido vestido de flores que lucia durante la comida ya se encontraba en el suelo de la estancia y en aquel preciso instante estaba procediendo a despojarse del sostén.
Mi cuerpo juvenil, presa de tan morbosa fascinación, experimento un tremendo calentón, al rememorar las noches estivales en las que privado de sueño, me habia entregado al onanismo recordando la espléndida figura y dulce candidez de Doña Carmencita.
En pocos segundos tuve tal erección que el mismísimo Príapo se habría sonrojado.
No lo podía creer, su sujetador de encaje negro, cayó sobre las losas del baño, dejando al descubierto dos sensacionales pechos firmes y de pezones sonrosados.
Que momento de éxtasis.
El universo entero se detuvo en aquella habitación y no había adolescente más feliz ni más cachondo en esta España gloriosa que me vio nacer.
Con un rápido movimiento se despojó de las braguitas minúsculas que la aprisionaban sus poderosos glúteos y al girarse, pude entrever un monte de venus pelirrojo y poco poblado.
Fue en aquel mismo instante, cuando en pleno éxtasis voyeur mis esfínteres se relajaron, y los malditos garbanzos me pusieron en el más absoluto de los ridículos al soltar una ventosidad tal que se escucho en todo el termino municipal de Castronuño, y a punto estuvo incluso de derribar la puerta, tan grande fue su magnitud.
Aunque no hizo falta.
Doña Carmencita, al escuchar el estruendo abrió la puerta cubriéndose con una toalla y allí me encontró, entre una nube tóxica con los pantalones por los tobillos y mi sonrosado pene en la mano.
Ni que decir tiene que Fernandito Poronga no ha vuelto a invitarme a su casa.
Yo ahora jamas como legumbres, y a pesar de todo lo que tuve que soportar aquella fatídica tarde no he podido olvidar esas espléndidas carnes, que de manera tan fortuita pude contemplar a través del ojo de una cerradura.


Besos, abrazos y lametones.