viernes, 7 de marzo de 2025

Agua y hierro

Un año le duró la alegría al caudillo Abderramán, que no dudó en trepar sobre los cadáveres de sus soldados que inundaron el foso de la bien cercada y así, a costa de miles de valientes muertos bajo el acero cristiano, hacerse con las puertas de la ciudad. Los pocos defensores de Zamora que sobrevivieron a esta batalla y pudieron ponerse a salvo junto a los ejércitos cristianos, se unieron a las tropas del Rey Ramiro y se juraron recuperar la ciudad mientras les quedase una sola gota de sangre en las venas. Poco menos de un año más tarde, muchos de los guerreros que pronunciaron aquel juramento, entre los que se hallaba la heroica doncella soldado conocida entre los caballeros y nobles zamoranos como la dama Roferre, brindaron por la victoria, por las almas de los suyos caídos en combate y por la gracia de Dios.
Roferre, hija de un bravo noble castellano que falleció pocos años antes de la invasión musulmana, no dudó en vestir la armadura de su padre y en tomar su espada y su escudo para defender a los habitantes de su querida Zamora, y destacó entre todos los caballeros cristianos al demostrar que lo importante no era si bajo la cota de mallas latía un corazón masculino o femenino, sino la bravura de sus actos, el acierto de su estrategia y el coraje de su alma.
Muchos de los  considerados entre las huestes cristianas  más valientes y esforzados guerreros, rindieron sus lanzas al paso del caballo de Roferre, tras haberla visto combatir al moro y expulsarlo del convento de extramuros donde se habían refugiado los hijos de los campesinos y aldeanos que al ver llegar a los jinetes sarracenos, corrieron a encerrarse allí.
Roferre tiñó de sangre árabe la armadura de su padre junto a las puertas del convento, y consiguió la victoria gracias al valor y la determinación de su brazo al servicio de su dios y sus vecinos, y en honor a la memoria de su añorado maestro y padre. 
El mismo rey Ramiro, admirado por su valor y prendado de su belleza, le ofreció en recompensa por su gesta cualquier cosa que pidiera, pero ella declinó el premio y tan solo reclamó del rey, la potestad para educar y formar a cuantos de entre esos niños y niñas rescatados de una muerte segura, quisieran tomar las armas. El rey entonces la nombró paladina de los más jóvenes y algo menos de doce meses después, durante la batalla de Simancas por la que se derrotó al caudillo Abderramán y se recuperó Zamora, el regimiento de Roferre, integrado por algunas de aquellas niñas rescatadas entonces, se laureó en el combate y contribuyó de una forma clara a la victoria del rey.
La historia de mi país se cimenta también con el hierro de sus valerosas mujeres.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tal y como lo has escrito, parece que se trata de un verdadero suceso histórico, pero al investigar sobre la caída y reconquista de Zamora, he visto que la tal Roferre es tan solo producto de tu imaginación.
Como mujer te agradezco que tu protagonista de relato épico fuera una valiente guerrera y no un musculado machirulo. A ver si esto se extiende a otros géneros y a otros escritores.

lacantudo dijo...

Gracias. Me alegra particularmente tu comentario, y ya no solo porque te haya resultado creíble históricamente (me documenté bien para escribirlo y conseguir cierta veracidad en los hechos), sino porque este relato nació como homenaje a una amiga zamorana, y por extensión a todas las mujeres que me han demostrado su valía y su derecho a que los hombres las traten con absoluto respeto, que son la práctica totalidad de las mujeres que conozco. Esa es mi idea del feminismo, la igualdad entre los géneros.