Hace muchos,
muchos años, cuando no había internet ni teléfonos móviles con los que llamar
al 112, y los barcos aún no tenían motores y dependían del viento, navegaba por
los mares del sur un temible pirata conocido como el Capitán bicolor.
Su nombre se
debía a la particularidad del color del bigote que adornaba su cara, pues era
un bigote mitad rubio y mitad blanco y cuentan los marineros en las tabernas, que se le puso medio blanco del susto que le dio un tiburón cuando se tiró al
mar a refrescarse sin darse cuenta de que el enorme devorador de hombres nadaba
junto a su barco. El capitán bicolor siempre tuvo mucha suerte y de todos los
enormes tiburones blancos que infestaban las aguas del pacífico fue a coincidir
justo con el único que se había hecho vegano, pero claro, él no lo supo hasta
que el tiburón pasó a su lado ignorándolo por completo y masticando un chicle
de algas. Se llevó tal susto que su hermoso bigote rubio pasó a ser mitad
rubio, como su pelo, y mitad blanco como las sábanas de las literas de su
camarote.
Pues bien, una mañana de agosto el Capitán Bicolor y sus hombres avistaron una vela en el horizonte y al comprobar con el catalejo que era un barco mercante, se lanzaron en su persecución en busca de riquezas y de una docena de huevos, ya que se les estaban terminando los de la bodega, porque había sido el cumple del grumete y el cocinero le hizo una tarta enorme que repartieron entre todos, y ya no quedaban casi huevos para las tortillas de la cena. Y eso de que hay unos piratas sin huevos, resulta bastante curioso.
Izaron todas
las velas y aprovechando el viento que soplaba de popa salieron corriendo tras
el barco mercante y no tardaron en alcanzarlo.
Bicolor y
sus piratas se lanzaron al abordaje del mercante y con el sable en la mano y
una pistola en la otra, su pequeño cuerpo de rubia melena cayó sobre cubierta
seguido por los más sanguinarios piratas de los mares del sur.
La
tripulación del mercante no ofreció resistencia y se rindió de inmediato,
pidiendo que por favor no los mataran y se llevaran lo que quisieran. Bicolor
que era un gran pirata, pero una buena persona, se apiadó de ellos y les
prometió que, si se sentía satisfecho con lo que pudiera llevarse, les
perdonaría la vida.
En la bodega
encontraron unos cuantos barriles de ron, cerdos y corderos como para darse un
montón de festines y huevos y patatas suficientes para mil tortillas, aunque
nada de oro ni de cofres con tesoros.
No obstante,
Bicolor y los suyos se iban contentos y perdonaron la vida a la tripulación del
barco asaltado.
Estaban a
punto de irse cuando uno de los piratas le dijo a Bicolor que habían encontrado
a una noble dama escondida bajo la cama de un camarote.
La dama en
cuestión iba a las américas a casarse con un virrey español, por lo que Bicolor
decidió que se la llevaría y pediría un buen recate por ella.
Era una
mujer muy hermosa, pero el terror se reflejaba en su rostro y Bicolor le dijo
que no se preocupara que no le haría nada y que no pensaba quedarse con ella,
que en cuanto le pagaran el rescate la liberaría porque las mujeres no servían
para nada y en un barco eran solamente una molestia y un estorbo.
Ella se
enfadó mucho y todos los piratas se rieron al ver como su cara blanca de miedo
había pasado a estar roja de ira por ser capturada por un pirata y además por
uno tan machista.
Bicolor le
dijo al capitán del mercante que avisara al virrey de que la dama estaba en su
poder y de que o le pagaba cinco cofres de oro o la haría pasar por la borda
para que fuera pasto de los tiburones, incluso del vegano que se le comería el
cabello confundiéndolo con algas.
El barco
pirata navegó por los mares del sur esperando a que vinieran a pagar el rescate
y se llevaran a la dama.
Durante unos
cuantos días la dama se aburrió de lo lindo pues los piratas no la dejaban
hacer nada. Para ellos las mujeres no sabían hacer nada y no valían para nada,
hasta que un día estalló una brutal tormenta y paso lo que hizo que cambiaran
de opinión.
El viento
huracanado estaba a punto de hundir el barco y los piratas se esforzaban en
achicar el agua que inundaba la cubierta. Permitieron a la dama que ayudara en cubierta
pues les impresionó y les sorprendió ver con que velocidad achicaba agua y con
que agilidad felina subía por las jarcias para cumplir con las órdenes del
capitán Bicolor, que había ordenado arriar todas las velas menos la mayor,
pensando que así podría aprovechar el fuerte viento si conseguían girar el
timón y enderezar el velero para salir de allí. Pero las cosas se estaban
poniendo muy mal y todos pensaban que iban a morir. Entonces la dama subió al
castillo de popa desde donde el capitán daba las órdenes y se ató al timón para
no ser arrojada al mar por la fuerza de las olas. Con rostro pensativo estudió
la situación y lo vio todo muy claro.
¡Arriad la
mayor! ¡izad las Génovas y los tormentines! Grito con tanta fuerza y tanta
decisión que el capitán bicolor asintió con la cabeza y los piratas la
obedecieron de inmediato. El barco basculó unos segundos, pero para asombro de
todos la astuta maniobra de la dama secuestrada dio resultado y el barco salió
de la tormenta poniendo a salvo al capitán y a todos los piratas.
Al fijarse
en ella el capitán la vio sonreír con alegría y su sonrisa le pareció lo más
bonito que había visto en su vida.
—Perdóname, noble y hermosa dama –dijo bicolor—estaba equivocado con las mujeres. Pensé que, aunque también sabéis hacer algunas cosas, valíais menos que los hombres, y de no ser por ti ahora estaría en el fondo del mar visitando a las almejas y a los cangrejos. Sé que no es escusa, pero tanto yo como mi tripulación, hemos crecido rodeados de micromachismos y se nos ha educado en que la mujer es tan solo el más hermoso complemento para la vida del hombre. Pero hoy me he dado cuenta de lo confundido que he estado siempre y a partir de este momento, le cambiaré el nombre a mi barco y lo llamaré "Igualdad", en tu honor.
—Te perdono,
capitán Bicolor, pero espero que hayas aprendido la lección y que a partir de
ahora no se te ocurra volver a pensar que las mujeres no valemos para nada.
Y así fue.
El Capitán
Bicolor se enamoró de la dama y cuando llegó el barco que transportaba el
rescate le dijo a su capitán que no la cambiaría ni por un millón de cofres de
oro, pues era la persona más valiente y astuta que había conocido. Y le debía
la vida.
La dama se
emocionó al ver que prefería su compañía a tanta riqueza y entonces se dio
cuenta de que Bicolor no estaba mal y que, aunque no era ni muy alto ni muy
fuerte era un tipo muy majete y tenía unos ojos azules muy bonitos, pero lo que
más le gustaba de él, era el oficio que había elegido desempeñar. Y le dijo al
capitán del barco que llevaba el rescate que no se preocupara, que estaba muy a
gusto con los piratas y que le dijera al virrey que lo sentía mucho, pero que
se quedaría para navegar con el capitán pirata y que había descubierto su
verdadera vocación y también se haría pirata.
Y así fue. La capitana Gran sonrisa se convirtió en una excelente pirata y convenció al capitán bicolor para que enrolase mujeres en la tripulación. El Igualdad, que así llamaron a su barco desde entonces, se convirtió en el más peligroso de los barcos piratas de los mares del sur, pues al unir sus habilidades los hombres y las mujeres de abordo, no tenían rival y piratearon hasta el infinito y más allá. Aún hoy en la isla de la Tortuga y en las tabernas de todos los puertos se recuerda con simpatía y admiración aquel barco pirata en el que mujeres y hombres al trabajar juntos se convirtieron en el azote de todas las embarcaciones que hacían la ruta de las indias.