No quiere verte marchar, pero eres libre de hacer lo que te plazca. Por supuesto.
Quédate a mi lado, sigue sumando sonrisas a la cuenta de mi vida y aportando gemidos de placer al banco de mi felicidad. Haz de nuestro texto el paraíso del punto y seguido y sube conmigo a la cima del título de nuestra historia para contemplar allá en la lejanía esa triste cordillera de puntos y aparte que gracias a Dios ya se divisa muy a lo lejos. Porque después de haber escrito los dolorosos finales de otras historias que nada tienen que ver con esta, estamos inspirados por las musas y la trama de lo nuestro se desenvuelve armoniosa y completa entre copas de vino, caricias generosas y miradas cómplices al despuntar el alba.
Sigue peleando a mi lado, hombro con hombro, espalda contra espalda y labio con labio. Afronta conmigo todo lo que nos echen y desarma con una finta al enemigo que acecha siempre y se esconde en la sombra, y nos teme, aunque no podamos ni necesitemos verlo.
Si hemos podido con este año que por fin hoy dejaremos atrás, seremos capaces de superar cualquier treta del destino. Si hemos sobrevivido a la angustia, al miedo y a la distancia obligada, seremos capaces de arrancarle latidos a la muerte y arena a la clepsidra. Juntos.
Volverán los días de vino y rosas, volverán las canciones y los paseos al sol, la brisa en nuestros rostros y el salitre en nuestros cuerpos desnudos.
Dibujemos el futuro, ilustremos nuestra epopeya y que sea homérica en los logros y en los viajes. Que los rapsodas del mañana canten nuestra hazaña que no es otra que habernos nutrido de amor y de esperanza para avanzar y nadar contra corriente cuando todo parecía perdido.
Que la poesía que vive en ti se instale junto a la necesidad de rimar los versos de arte mayor de tus caderas que mueve mi corazón.
Vamos, no temas, sigue a mi lado. Prometo tatuarme la brújula en el pecho y que las agujas del alma nos marquen ese norte en el que ambos encontraremos Ítaca y seremos coronados como inmortales amantes.
Al llegar el día ven conmigo, te abriré las puertas del Valhala y compartiremos camarote en el crucero de lujo por la laguna Estigia. Porque no habrá muerte ni adiós hasta que decidamos escribirnos un final a medida en el que sigamos comiendo perdices por los siglos de los siglos.
Saca a bailar a los hados que abarrotan esta pista de baile y que sé que matarían y morirían por estrecharte entre sus brazos al son de la orquesta del mañana de arcoíris. Eres la más bonita de entre todas las presentes y sigues bailando mejor que nadie. Yo he aprendido a dejarme llevar y a camuflar mi mediocridad y mis defectos para no restarle luz a tu figura. Apenas te piso y apenas cambio el paso ya.
Quédate a mi lado, pero eres libre de hacer lo que te plazca, por supuesto.
Estaba claro
que esta sería una Navidad muy diferente, pero al fin y al cabo Navidad.
Carmelo
aguarda la llegada de sus primos de Cuenca como quien espera una inspección de
Hacienda, con esa mezcla de miedo, nervios, esperanza y sentimiento de culpa. Los
primos y él nunca se llevaron bien, pero son sus únicos parientes vivos y por
imperativo legal no le queda otro remedio que cenar con ellos. El abuelo se
empeñó en que se reuniesen cada año en Nochebuena, y así lo hizo constar en su
testamento en una cláusula en la que esta era una última voluntad de obligado
cumplimiento so pena de que en caso de no cenar juntos en esa fecha en los diez
años posteriores a su muerte, sus tres nietos herederos perderían la cuantiosa
herencia que les correspondía legítimamente en tres partes exactamente iguales
y, toda la fortuna pasaría a manos de una sociedad protectora de gatos de la
confianza del finado y designada por el difunto a tal efecto. Desde luego es
una vergüenza que en pleno siglo XXI aún haya notarios que consientan
semejantes estupideces. Puede que lo hagan únicamente por divertirse y hacer
apuestas sobre si los herederos perderán las herencias o no al incumplir las estrambóticas
cláusulas de algunos testamentos de los que dan fe.
Las nueve
menos cuarto y aún no tiene noticia de los primos. Puede que con un poco de
suerte se hayan matado en la carretera. Su primo Fermín lo primero que hizo al
conocer la muerte del abuelo fue entregar la entrada del deportivo descapotable
con el que pensó que deslumbraría a la mujer de la que se había enamorado hasta
las cejas y quien tras un corto coqueteo decidió plantarlo. Todos en la empresa
sabían que aquella ambiciosa e interesada advenediza lo largó en el momento en
el que el socio del primo Fermín se compró el avión privado, y subió un peldaño
más en la escala social de la capital de provincias en la que tenían
domiciliada la empresa. Qué bonito es el amor. Sobre todo, cuando lleva detrás
muchos ceros.
La prima
Olga es una mujer decididamente mala. Lo que viene siendo una mala mujer de
esas de las que cantan las coplillas populares. Rabiosamente atractiva y en esa
edad tan difícil que son los cuarenta años, Olga había decidido invertir parte
de su herencia en retoques de todo tipo para devolver a sus pechos y a sus
glúteos la turgencia y la lozanía de veinte años atrás, cuando todos los mozos
del entorno se morían por sus huesos y por sus ojazos verdes. Dicen en los
mentideros populares que los cirujanos plásticos de Cuenca descorcharon
botellas de espumoso al conocer la noticia del fallecimiento del poderoso
magnate y del testamento a favor de sus nietos, entre los que se encontraba
aquella reina de la noche destronada por los años tras un largo y fructífero
reinado.
Carmelo
descorcha y decanta el carísimo reserva de la Ribera del Duero con el que
piensa agasajar a sus primos. Se sirve una copa y bebe un largo trago delicioso
y reponedor. En el buen vino aún encuentra matices de felicidad y de ausencia
de problemas. Seguramente la propiedad ansiolítica del vino sea compatible con
su deseo de cerrar los ojos, beberse la botella entera y despertar mañana tras
haber cumplido con su obligación. Pero las cosas nunca son tan fáciles. En el
mismo momento en el que apura la copa suena el telefonillo y al acercarse a la
pantalla del portero automático instalado junto a la puerta de entrada, ve a
sus primos fingiendo sonrisas ante la cámara. Abre y se resigna, alea jacta
est.
Tras los
forzados e incómodos besos y abrazos de rigor, Carmelo sirve las copas de sus
primos y levanta la suya en un brindis por la memoria del abuelo. Los primos
beben y en la boca de Olga descubre una pequeña mueca irónica, casi
imperceptible a ojos de quien no sabe reconocer la oscuridad de los corazones
en un pequeño gesto fisionómico.
Fermín se
acomoda en su puesto y anuncia que tiene hambre y que mejor comenzar la cena
tras haber enviado al oficial de la notaria la foto de rigor que servirá de
prueba de su obligada reunión. Los torturados comensales tratan de vestir de
alegría el rictus de sus rostros ante el selfie y una vez cumplida la primera
parte del testimonio, que deberá ratificarse con un vídeo a los postres por los
menos noventa minutos después de la primera imagen enviada, se conjuran para
hacer de aquel capricho del abuelo algo al menos llevadero.
Carmelo
descubre las fuentes colocadas sobre la mesa y deja que sus primos se deleiten
con el aroma de los platos encargados al restaurante más caro de la ciudad,
donde las estrellas Michelín han conseguido convertir la factura de una cena
para tres en algo realmente prohibitivo para un bolsillo de la clase media.
Gracias al cielo desde que murió el abuelo esos lujos son simple calderilla
para él.
Sirve con
esmero el primer plato y una vez a atendido a sus primos se entrega a disfrutar
de aquella ensalada de caviar y angulas aliñada con reducción de Moet
Chandony vinagre balsámico de Módena.
Olga le
felicita por la elección del plato mientras se limpia los recauchutados labios
con una servilleta que pasa al instante del blanco inmaculado al rojo pasión
extraído de los varios kilos de barra de labios con los que pretende potenciar
su atractivo.
La velada es
tensa. Fermín y Olga no se llevan precisamente como hermanos, pero ambos
parecen haber decidido cerrar filas en contra de Carmelo y si bien no hay más
que algún reproche velado y alguna recriminación esporádica, la conversación
durante la cena brilla por la frialdad y da el contraste perfecto al calor de
los platos elegidos para la ocasión.
Al servir el
segundo plato, el anfitrión aprovecha para cambiar las copas. Ha elegido un verdejo
de vendimia nocturna de Bodegas Yllera para maridar el rodaballo con patatas
asadas y en un alarde de ingenio, horas antes de la cena vertió un incoloro,
inodoro e insípido veneno mortal de necesidad en el fondo de las copas para el
blanco en las que serviría el vino a sus invitados. Al verlos comer y vaciar
una copa tras otra del exquisito caldo, Carmelo respira tranquilo sabedor de
que sus primos seguramente ni llegarían a ver amanecer y de que, además, el
potente veneno no dejará rastro alguno en las autopsias y nadie podrá
relacionarlo con la muerte de sus odiosos primos.
Tras la
tradicional sopa de almendra, los turrones y el cascajo, a eso de las doce y
media Fermín se levanta y excusa su marcha. Inmediatamente es arropado por su hermana, quien dice que claro, primero tendría que dejarla en su casa y le haría dar un buen rodeo.
Carmelo se despide de buen grado mostrándose comprensivo con las circunstancias
y emplazándolos a futuras quedadas y a más tardar, a la próxima Noche buena.
Efectivamente
Fermín y Olga no llegaron a despertar. La muerte los alcanzó durante el sueño y
no llegaron a saber que Laertes, el asesino profesional al que habían pagado
una suma considerable, se había ganado el salario al entrar en casa de Carmelo
y dispararle una única bala entre ceja y ceja que le causó una muerte
inmediata. El disparo fue amortiguado por el silenciador que colocó a su Piettro
Beretta de 9 mm y por los petardos que los chavales de la urbanización salían arrojar
las noches de fiestas navideñas con el condescendiente beneplácito de su padres. Antes de irse
y según lo acordado, se hizo con unos cuantos objetos de valor, con cuanto
dinero encontró en casa y con las tarjetas de crédito del difunto, dejando
claro a los agentes de homicidios de la Policía Nacional que se ocuparon del
caso, que aquel había sido el típico asalto a la vivienda de un millonario.
Esta Noche
buena, el abuelo se revolvió en su tumba y la figura del angel custodio que
corona el panteón familiar en el cementerio de la villa, se desprendió y se
rompió en mil pedazos al estrellarse contra el suelo.
No entiendo
que está pasando con este mundo pero cada vez me gusta menos.
Llevo
semanas tratando de llevar a mi familia a un lugar seguro donde establecernos
lejos de los bombardeos y en este viaje he descubierto que para aquellos que llevan
una vida normal, como la que yo mismo disfrutaba antes de la guerra, nos hemos convertido
en un problema que prefieren ignorar mirando para otro lado.
Tengo dos
hijas muy pequeñas que mi mujer y yo llevamos en brazos o a hombros durante
cientos de kilómetros yhan sido muy
pocas las personas que nos han ofrecido ayuda.
Hoy he visto
como el mismo europeo orondo y rubicundo que ayer se alejó al vernos llegar
por si le pedíamos limosna, lloraba ante la visión de dos cachorritos que
trataban de amamantar de su madre atropellada por un coche. Mi mujer se
arrodilló ylos alimentó con el biberón
que había preparado para la pequeña y entonces pude ver como aquel hombre
enrojecía de vergüenzay se llevaba la
mano a la cartera para limpiar su conciencia.
Solo pareció
capazde afligirse ante la desgracia de
unos cachorritos y al arrojar un billete de cinco euros a los pies de mi mujer,
parecía estar alimentando así a nuestras cachorritas aunque evitando ensuciarse
las manos.
Somos tan
humanos como vosotros pero con peor fortuna y aviso, la vida da muchas vueltas,
ojalá no os alcance la guerra.
Es curioso, pero me paso la vida aprendiendo lecciones, se conoce que el destino es ese maestro exigente que anota en su gran libro del cosmos con la estela de un cometa las veces que te ha mandado que copies una frase en la pizarra del inconsciente .
Muchas de las lecciones aprendidas han dolido, lo que me lleva a ratificar esa gran verdad de que la letra con sangre entra. Y no solo con sangre, también con lágrimas. Puede que las cicatrices del alma no se aprecien a primera vista excepto en la mirada o en la expresión del rostro, pero al no dejar marcas en el cuerpo como las cicatrices de otras muchas heridas que han dolido menos, parece que puedes acumular tantas como los hados quieran reservarte y no por ello ir llamando la atención cuando te desnudas para sumergirte en el agua, o en una mujer.
Lo que está claro es que la vida es un continuo aprendizaje y todas las lecciones tienen un único fin: enseñarte a vivir. Creo que a mis cuarenta y seis primaveras podrían licenciarme ya en esta escuela, pero no, aquí las clases no terminarán hasta que el médico forense certifique las causas de mi defunción. Y espero que aún tarde mucho en hacerlo. O por lo menos que me dejen disfrutar de las vacaciones y de los recreos.
Al parecer el saber no ocupa lugar, pero yo discrepo, porque ocupa lugar, tiempo y espacio. Espacio en tu cerebro, en tu corazón y en tu conciencia y tiempo, mucho tiempo, miles de horas si sumamos todas las de las noches que he pasado en vela preguntándome que hice mal y que podría hacer bien para no volver a llevarme un desengaño.
Pues al fin parece que voy aprendiendo y empiezo a dormir del tirón, disfrutando del sueño junto a ella y, de los más agradables despertares en los que al sentir su respiración sobre mi pecho y al disfrutar con su sonrisa juguetona que vaticina grandes placeres, reconozco que todo el dolor ha tenido sentido y que para llegar hasta ella tenía que perder muchas ellas.
Y es que todo esto va de pérdidas, también he perdido la inocencia y la confianza en mi estrella. Parece ser que los astros se alinean cuando les conviene y no cuando te conviene a ti. Parece ser que la suerte es un artículo de lujo y que es mejor actuar siempre con cautela y sopesando los pros y los contras de cada acto, porque ser atrevido solo te lleva a que el eterno maestro crea que has levantado la mano para ofrecerte voluntario y salir al encerado donde te utilizará como ejemplo para el resto de la clase y no dudará en castigarte con dureza si no eres capaz de resolver los complicados ejercicios que configuran el resultado de la ecuación de tu vida.
Por eso a veces agradeces tanto recibir una lección sin más, sin dolor, sin cicatrices, sin castigo corporal ni emocional. Pero ojo, no nos confiemos. No hay lección que no requiera de esfuerzo y el esfuerzo es la parte fundamental del aprendizaje. Adquisición de conocimientos, más esfuerzo y propósito de superación es lo que te llevará a superar los exámenes del septiembre de tu vida, porque todos, absolutamente todos, suspenderemos en junio. Y a alguno se nos permitirá incluso repetir curso, cosa a la que llaman segunda oportunidad y que te obligará además de a agradecer su generosidad al creador, a esforzarte desde el primer momento para ser merecedor de la convocatoria extra.
Así que nada, vivamos, amemos, perdamos, suframos y al aprender a superar las derrotas y a ignorar el dolor de cada pérdida terminemos por vencer.
No. Lo último que se pierde es la vida, y esa se va cuando ya has perdido toda esperanza, entre otras muchas cosas.
Agarrarse a la esperanza como a un clavo ardiendo es lo que te da fuerzas para agarrarte a la vida y es que morir es tan solo una suma de perdidas. La muerte llega con la pérdida de la esperanza, de la ilusión, de la fe, de la energía y de la fuerza. Morir es perder. Continuar vivo pese a todo es una victoria, por lo que, queridos lectores, todos somos ganadores dado que ahora mismo estamos aquí, yo escribiendo estas líneas y vosotros leyéndome. Escribir cada día es para mí esa bombona de oxígeno con la que alimento mis pulmones y me permite respirar. Sé que de no vomitar en negro sobre blanco mis inquietudes, mis reflexiones, mis miedos, ms angustias, mis alegrías y mis deseos no me sentiría realmente vivo y perdería la ilusión, la esperanza, la fe, la energía y la fuerza, lo que irremediablemente me llevaría a la muerte en vida o definitivamente a cerrar los ojos para siempre y así no ver lo que me destroza el alma. Porque a veces la muerte es un acto supremo de cobardía y te dejas morir al no atreverte a enfrentar aquello que el destino ha decidido que se cruce en tu camino.
La esperanza es algo maravilloso y en la mayoría de las ocasiones se escapa a toda lógica y nace de la fantasía y del deseo, de negar la realidad y buscar grietas en lo racional, para que entre ellas puedas enfocar ese rayo de luz que ilumine lo más oscuro y así atreverte a seguir caminando.
En demasiadas ocasiones la esperanza es esa gran mentira que nos obcecamos en creer porque mentir es mucho más fácil cuando dices la verdad o cuando crees estar haciéndolo. Tener esperanza cuando todo parece perdido es un ejercicio de fe y de autocomplacencia a partes iguales. Y cuando se alinean los astros y esa esperanza muta de mentira ideal a verdad absoluta, te sientes el ser más afortunado de la creación.
Da igual en que depositemos las esperanzas, eso es tan solo una cuestión de necesidades. Nadie nos puede culpar por tener esperanzas en la vida perfecta, la mujer ideal, el futuro seguro, o en una vacuna infalible contra los males que acechan a la humanidad. La esperanza es soñar, es volver a la infancia y recuperar esa rebeldía contra la razón, contra las fórmulas exactas y las leyes de la ciencia. Es una enajenación mental casi siempre transitoria que traspasa la frontera de la cordura, y te instala cómoda y plácidamente en la locura más amable.
Pero lo siento. La esperanza no es lo último que se pierde. Mi esperanza ya se habrá esfumado por completo justo un segundo antes de que llegue el latido final y el corazón interrumpa definitivamente su trabajo y corte el suministro de sangre al cerebro.
Y entonces volveré a morir y en la muerte recuperaré la esperanza de nacer de nuevo en otra realidad, en otro ser y en otras páginas.