Es cierto. Todo arde si se aplica la chispa adecuada. Y tú has prendido fuego en el interior de mi pecho. Y las llamas de ese fuego lo están quemando todo. Están devorando recuerdos de relaciones pasadas y arrasando los traumas, las traiciones y toda la maleza, los hierbajos y la madera seca de falsos amores que almacenaba en el alma.
¿Quien me lo iba a decir? Al final llegó ese arco iris infinito a través de tu mirada.
Nunca supe distinguir entre besos y raíces, lo complicado de los simple, ni la mera atracción física del amor. Ya soy más viejo y sincero y puede que precisamente por eso ya no incluya promesas a olvidar en ninguna lista. Ahora procuro cumplirlas todas. Sobre todo las que te hago a ti.
Las miserias arden como la yesca y no hay mejor combustible que los sueños sin cumplir. El fuego que tu has provocado lo purifica todo y las cenizas a sus paso serán abono de vida, tierra fértil de futuro y cómodo lecho para el descanso. Porque ya estoy muy cansado de darme cabezazos contra las paredes de corazones de piedra y me ha dolido tanto el amor que opté por la vacuna de abundantes dosis de placer en vena que adormecían mis ansias y anestesiaban mi instinto natural.
No hará falta que te asalte rodilla en tierra amenazándote con un anillo. No hará falta que te prometa la luna, las estrellas ni nada brillante. Únicamente te entregaré todo lo que soy, todo lo que he sido y todo lo que me gustaría llegar a ser. Tan solo trataré de alimentar las llamas con el oxígeno de mis besos, con la pasión de mis caricias y con el ritmo de mis caderas,
Hay esperanza en la danza de las pavesas. Y aunque no acostumbro a hacerlo, me gustaría sacarte a bailar en esta pista llena de humo en la que tú y yo solo necesitamos mascarillas mediante las que respiramos verdades de la bombona de sinceridad que permitirá que continuemos bailando sin desplomarnos asfixiados.
Quiero mojar mi pluma en la tinta de tu lava y escribir con ella las páginas más hermosas de toda mi trayectoria literaria.
Como acostumbro a escribir muy a menudo al haberlo aprendido de la experiencia personal, todo termina llegando, incluso lo bueno.
Este libro es un proyecto solidario con los animales. Mi forma de decirles que los respeto y quiero ayudarlos.
La editorial Cuatro y el gato se sumó desde el primer momento a la publicación de este libro de relatos, cuyos beneficios íntegros irían destinados a la asociación Entre huellas y bigotes. Ni la editorial, ni los prologuistas (Ivana La piana y Javier Seoane), la epiloguista (ángela Hernandez beito), la ilustradora y maquetadora (Eva Melgár) ni yo mismo (servidor de ustedes), veremos un euro por nuestro trabajo y nuestro tiempo. Todos hemos querido aportar nuestro saber hacer a este proyecto y hemos querido también reflejar en él nuestro cariño por el mundo animal.
La impresión de ejemplares se ha financiado con aportaciones particulares a cambio de ejemplares impresos y esta primera tirada ha podido ver la luz gracias a la generosidad y a la confianza de familiares y amigos.
Y precisamente con familiares y amigos comparten ( o por desgracia, algunos compartían)vida los animales que aparecen en este libro.
Perros, gatos, loros, cobayas y burros zamoranos son las especies animales que conforman este volumen de relatos. Muchos están escritos en primera persona, pues creo haber comprendido lo que transmite la mirada de los animales que me han permitido compartir vida con ellos.
Desgraciadamente el proyecto se ha retrasado mucho pues Raquel, la ilustradora que se unió a esta iniciativa desde que se le propuso formar parte de ella, cayó enferma. Esperamos a que se recuperase con ilusión y paciencia, pero hay dolencias que llevan mucho, mucho tiempo y al final ella misma decidió pasar el testigo a alguien que pudiese afrontar el trabajo y no retrasara más algo que debería servir para ayudar a los voluntarios de una asociación de valientes y generosos ciudadanos, que sin apenas medios, ayudan a gatos y perros abandonados. Y Eva (quien ya estuvo a mi lado con Temporada de setas) se ató al timón de la nave dispuesta a hundirse con ella si hiciera falta. Pero no la ha hecho y tras un azaroso trayecto, el hermoso velero ha llegado a buen puerto. Esta semana los ejemplares estarán en Valladolid y la próxima semana se presentarán en televisión.
Algunos de los lectores de este blog podrán disfrutar de las andanzas en negro sobre blanco de los animales con los que comparten vida.
Este libro son relatos; bien basados en hechos reales, bien ficticios, pero inspirados en la realidad de sus protagonistas, o bien dictados al oído (como hizo mi querido y difunto Gatete, quien también tiene su espacio entre estas páginas).
Espero que os guste y que os ayude a permanecer fuertes en la lucha contra la injusticia que padecen muchos animales. Yo no pienso rendirme.
Se estaba acercando el momento y el pequeño Hugo aún no
tenía claro si quería salir de allí y abandonar el confort de la placenta,
aunque fuese de alquiler.
Hace tan solo unas semanas comenzó a descifrar los sonidos
que le llegaban desde el exterior y aprendió a interpretar la voz de la mujer
que lo alojaba en el interior de sus entrañas y lo alimentaba a través del
cordón umbilical.
Al principio le encantó escuchar la voz de su madre,pero
todo cambió al oírla explicar a un tal “mi abogado” las condiciones de cesión
del fruto de su vientre de alquiler. Hugo aún no había nacido y ya aprendió lo
triste que puede ser la condición humana y lo desesperado de algunas
situaciones.
Al parecer su madre estaba arruinada o algo así (no entendía
muy bien esa palabra) y había alquilado su vientre a un matrimonio que no podía
concebir de forma natural a sus propios hijos y necesitaban instalar los óvulos
fecundados en el vientre de una mujer para que los gestase. Aquel
descubrimiento lo llevó a patear con fuerza la placenta en señal de protesta
tratando de que su madre se lo pensase mejor y cambiase de decisión, pero no
debió de servir para nada pues escuchó a su madre gritar de alegría cuando
comprobó que se había efectuado un ingreso en su cuenta corriente. Hugo buscó
la forma de que su enfado llegase hasta esa desnaturalizada e interesada mujer
y a fuerza de provocarle antojos de lo más absurdos consiguió que sufriese de
un exceso de acidez que la hacía gritar de dolor y encogerse con las manos
sobre el abultado vientre.
Y llegó el día.
Llevaron a su madre hasta el paritorio de un centro de salud
donde la atendió el personal especializado que se esforzó para que aquel parto
que en un principio parecía normal y luego se fue complicando, no se les fuese
de las manos.
Hugo no quería salir, estaba muy bien allí y no le apetecía
lo más mínimo que lo entregasen a unos desconocidos. Más vale lo malo conocido
que lo bueno por conocer y aunque aquella señora que le había gestado lo
hubiese hecho únicamente por interés económico lo cierto es que le gustaba la
calidez de su voz y esas noches en las que se tumbaba junto a la chimenea del
salón y ponía un disco de jazz tras otro. La música amansa a las fieras y Hugo
se relajaba escuchando aquellos discos y abandonaba su fijación por castigar a
la madre a base de patadas.
El ginecólogo que atendía el parto no podía explicarse
porqué costaba tanto que aquel niño terminase de nacer. Hugo tenía ya la cabeza
fuera, pero se agarraba fuertemente al interior de su madre con las manitas y
hacía palanca con los pies apoyándolos en las paredes de la placenta. Cuando la
enfermera le aproximó el fórceps al doctor Hugo se asustó.
La joven madre no paró de resoplar y jadear durante las
horas que duró el parto y no pudo evitar gritar de dolor en más de una ocasión.
Cuando el doctor acercó aquel aparato quirúrgico al pequeño
Hugo, este decidió dejar de oponer resistencia y entregarse a su destino.
En pocos minutos una enfermera limpió el cuerpecito del
recién nacido y ya libre del cordón umbilical, cortado con precisión por el
ginecólogo que lo trajo al mundo, fue depositado en brazos de la llorosa y
extenuada madre.
Al tener a su hijo junto a ella algo cambió en su interior.
No quería desembarazarse de aquel hermoso chiquitín que la miraba con gesto
contrariado, como si conociese sus intenciones.
Ese niño era especial y algo la llevó a pensar en llamar a
su abogado para que comenzase a realizar los trámites pertinentes, para que no la
separasen de su hijo.
Clavo su mirada en los azules ojos del pequeño y sabiendo en
su corazón que ese niño la entendería le dijo: te quiero.
Hugo sonrió y para sorpresa y asombro de los presentes, le
guiño un ojo a su madre.
De una forma o de otra este blog está lleno de relatos y textos sobre ratas, aunque casi siempre bípedas, de atractivas caderas y generosos labios, o de traicioneros abrazos y bocas embusteras.
Hoy os dejo un relato que escribí al leer una noticia publicada en un periódico norteamericano. Espero que os guste. Como pone a veces en las películas de sobremesa de A3, "BASADO EN HECHOS REALES"
Aquella mañana Diana Casperson redactora del informativo
nacional del canal Fox, abandonó la oficina del director de informativos dando
un portazo. Diana odiaba los reportajes sensacionalistas en los que la
obligaban a jugarse el tipo o a pasar por situaciones extremadamente desagradables
y la última ocurrencia de los jefes del canal era que realizase un repor sobre
la proliferación de ratas en el subsuelo de la ciudad y los peligros aparejados
por el crecimiento de la colonia de roedores. Debería bajar al subsuelo con
Michael, su cámara y con John, el técnico de iluminación y sonido. Hubiera
preferido bajar con un escuadrón de Marines pero los medios del canal aunque
impresionantes, siguen siendo limitados.
Los tres periodistas descendieron por la escalerilla que
terminaba a ras del hueco para la tapadera de la alcantarilla que retiró
amablemente el agente de la unidad de subsuelo de la Policía Metropolitana que
les facilitó el acceso tras presentarle los correspondientes permisos.
El sistema de cloacas de Nueva York era una inmensa red de
galerías y túneles que se extendía por casi medio centenar de kilómetros bajo
la ciudad y que estaba sometido al mantenimiento y las esporádicas revisiones
del personal del servicio de limpieza municipal. La Unidad de Subsuelo de la Policía Metropolitana
realizaba tareas de reconocimiento y seguridad en aquel desagradable lugar y se
cuidaba de que aquellos túneles y pasadizos no fuesen utilizados por
delincuentes comunes, narcotraficantes o incluso por terroristas para moverse
con libertad de cara a cometer sus fechorías. La iluminación era bastante pobre.
Unas bombillas en los techos y repartidas estratégicamente para evitar la
oscuridad total ahorrando la mayor cantidad posible de dinero al presupuesto
municipal alumbraban tenuemente aquel entramado de estrechos pasillos junto al
caudaloso rio de aguas fecales.
No tardaron mucho en descubrir un gran número de ratas que
entre grititos nerviosos por su presencia se acercaron a curiosear. Eran
roedores de gran tamaño, larga cola y poderosos incisivos. El mordisco de una
de aquellas ratas podía transmitir docenas de enfermedades al Ser humano.
Diana tragó saliva y se colocó entre los cientos de ratas y
el objetivo de la cámara dispuesta a terminar lo antes posible el trabajo y
salir de allí. En el momento en el que John encendió los focos las ratas
salieron corriendo con gran algarabía. El equipo de periodistas siguió a los
roedores y cuando encontraron la ocasión de grabar con un buen ángulo y con
planos decentes Diana comenzó de nuevo. Las ratas volvieron a salir corriendo
cuando a Michael se le cayó una batería al suelo, revotando sobre el cemento
con algo de estrépito.
En aquel momento Diana observó con curiosidad que una enorme
rata gris se había quedado allí sin moverse del sitio mientras el resto del grupo
escapaba enloquecido. Aquella rata permaneció frente a ellos con la boca
abierta y olisqueando con intensidad el aire. Diana le pidió a Michael que la
hiciese un buen primer plano por si no volvían a arrinconar al grupo y tenían
que tirar de aquellas imágenes para montar el reportaje. Obedeciendoa Diana , Michael comenzó a grabar cuando
sucedió algo que le sorprendió sobremanera. Otra gran rata gris se acercó
prudentemente hasta la que se había quedado allí. Esta rata portaba un palo en
la boca asomando entre los dientes y cuando llegó junto a la rata que estaba
grabando el cámara de la Fox, esta mordió también un extremo del palo que le
acercó aquel miembro de su manada y sorprendentemente ambas comenzaron a
caminar abandonando el lugar.Aquella rata que se había quedado allí debía de
ser ciega y siguiendo algún tipo de costumbre en casos como aquel, se quedó en
el mismo sitio hasta que acudieron en su busca y la ayudaron a volver con el
grupo.
Aquellas imágenes sin duda pasarían a la historia de la televisión
y puede que llegaran a optar al premio de periodismo de la National Geografic.
Diana, Michael y John regresaron al exterior con la
sensación de que algo había cambiado en su interior. Incluso los animales más
odiados por el hombre se rigen por nobles normas de comportamiento.Cuando se
emitió e reportaje con la crónica de Diana sobre el subsuelo de la ciudad,
numerosos investigadores de la fauna newyorkina, coparon la centralita del
canal solicitando hablar con algún miembro del equipo que lo había realizado.
Desde aquel día incluso yo mismo miro a las ratas de otra
manera.