Tenemos mucha historia en común, solo hay que echar la vista atrás.
Condado de Barcelona, año del señor de 1103
Amada Eylo,
Ha pasado ya un año desde que, al morir en combate contra
la media luna, el noble Ermengol V, dejando viuda a nuestra hija María, me trasladé a Barcelona para proteger
y defender los derechos sucesorios de nuestro pequeño nieto Ermengol, que
pasará a la historia si todo sale como es debido, como Ermengol VI, conde de
Urgel.
Mi amigo Ramón Berenguer, me ha pedido ayuda para que le apoye
en la conquista de Balaguer y bien me conoces y sabes que no puedo negarle un
favor a un amigo.
Los catalanes son gente muy particular. No me refiero
solamente a su habla, su música, su gastronomía
y sus tradiciones, tan distintas de las nuestras. Incluso sus vinos me
hacen añorar a diario las vides castellanas. En esta tierra, la influencia de
los pueblos llegados de allende los mares a lo largo de la historia se hace
notar de una forma digamos, contundente. De fenicios aprendieron el arte del
comercio, de griegos la retórica y la doble lengua y de cartagineses heredaron
la belicosidad y la bravura, pues son osados en combate. De los pueblos
bárbaros que llegaron cuando Roma entró en su triste ocaso, aprendieron el arte
de la elaboración de la cerveza y el sangriento uso del hacha como rúbrica de
las leyes más severas.
No sabéis hasta qué punto os añoro, amada Eylo y con qué
pasión y fe rezo a Dios padre cada noche, pidiéndole me conceda la gracia de
regresar a casa, tranquilo y sabedor de que Ermengol crecerá sin problemas,
bajo la tutela de la familia de su difunto padre. Pero aun no ha llegado el momento de mi retorno al
hogar. Al haber acompañado a Alfonso en su destierro a Toledo, me signifiqué
como persona de confianza del Rey y eso hace que tenga que sopesar muy bien
cada una de mis decisiones. Los enemigos crecen en España como los champiñones
en los pinares de Valladolid, a la sombra de cada árbol que cobija su
desarrollo.
Eylo, mi lecho es un bloque de hielo sin tu cuerpo
calentando las sábanas y tu piel calentando la mía.
Que Dios me perdone, pero he pecado mucho de pensamiento,
palabra y obra y la lujuria, ese pecado capital, me lleva a la confesión diaria
con los monjes del vecino convento.
Espero y deseo que tu estancia en Castilla sea placentera y
plena. Que esa necesidad tuya de conocimientos se vea auspiciada por el saber
del buen Fray Enrique, amanuense y archivero de la santa madre Iglesia en
Castilla y a quien recomendé encarecidamente te hiciese llegar cuantos libros y
legajos cayesen en sus manos.
Si el correo de confianza que transporta esta misiva,
consigue atravesar con vida las líneas musulmanas que en su retirada hacia Andalucía,
rozan peligrosamente nuestras tierras, has de saber que aunque no sean
visibles, cientos de besos acompañan el lacre de mi sello.
Aquí las ovejas son muy raras, muy distintas a los corderos
que pastan en nuestros prados. Su sabor también es diferente, imagino que por
los pastos y la leche con que se alimentan desde su nacimiento. El cedo también
es algo distinto al nuestro pero en las cocinas catalanas se prepara algo que
ellos llaman “pantumaca” que no es otra cosa que una deliciosa tostada de buen
pan cocido en horno de leña, sobre el que untan tomate, ajo y aceite de oliva y
al que coronan con unas lonchas de buen jamón curado. Enseñaré a nuestros
cocineros a preparar este sabroso almuerzo y lo acompañaremos con unas jarras
de vino de Mucientes. Sueño con disfrutar contigo esos placeres y Dios me
perdone, sueño con disfrutar contigo otros muchos placeres que según cuentan
los soldados de la guardia, los catalanes han aprendido de las mujeres de la
Galia.
El pequeño Emergenol está creciendo con salud y puede que el
próximo año encargue al herrero de mi amigo Ramón Balaguer, una armadura, un
montante, yelmo y escudo. Su padre le dejó las lanzas con las
que participó en las justas de la corte, donde alcanzó la fama de noble y
habilidoso caballero.
María se pasa las jornadas, llorando la pérdida de su esposo
y seguramente ingrese en un convento, donde ofrecer su dolor Dios nuestro señor.
Debo dejarte ya pues he de partir a inspeccionar las huestes
de Balaguer y comprobar su grado de pericia y formación guerrera, antes de
ordenarlas entrar en combate.
Todo mi amor acompaña esta carta.
Espérame Eylo, volveré en dos o tres años. Te mantendré
informada por esta via.
Siempre tuyo.
Pedro. Conde de Ansúrez.
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