En mi necesidad de viajar y hacer kilómetros a lo largo de mi alma incluso fui más allá y, el melódico sonido que Diego le saca a su guitarra, me transportó a un viaje mucho más largo. Un viaje en el que tras salir de un peligroso y oscuro túnel donde entré sin haberlo elegido, me llevo un año más hasta ese remanso de paz en la tierra habitado por una gente increíblemente hospitalaria y maravillosa que es Espejo de Tera.
A lo largo del viaje fui tomando carreteras que antes de concluir en Espejo, me llevaron hasta unas nuevas y necesarias amistades, una hasta ahora deconocida forma de entender mi vida, a nuevas ilusiones y sueños. Y en la etapa de montaña, me llevaron hasta ella.
Y no tuve miedo, no equivoqué el camino y no volví a perder el control del vehículo.
Este viaje de más de cinco años reducido a unos minutos de guitarra ha estado lleno de sorpresas. No voy a negar que no ha habido tramos harto dífíciles y peligrosos y que no me equivoqué al montar autoestopistas, que más allá de avanzar en su camino, quisieron adueñarse del mio; y de todo lo mio.
Por fortuna también encontré unos compañeros de viaje ideales que sin pedir nada a cambio llenaron el depósito de mi alma y ayudaron a solucionar todas mis averías, que han sido muchas.
Con mucho cuidado, estos mecánicos emocionales cambiaron los neumáticos sustituyendo aquellos que habían pinchado al circular sobre traumas, pérdidas y fobias, por otros en perfecto estado y reforzados por las llantas de aleación de sus sonrisas.
He tardado mucho en volver a querer sin miedo. Y a creer en mi. Me he desviado tratando de tomar atajos innecesarios por los que si te descuidas no llegas a ninguna parte y, ahora sé que me ha costado demasiado ponerme al volante y arrancar. Pero por fin lo hice.
En Espejo encontré el mejor área de descanso, repuse fuerzas y disfruté al comer los platos más exquisitos y naturales nacidos en la huerta de Adela y la parrilla de Jose Luis, y al saborear un tinto en el que el enólogo de La quinta vendimia ha sabido incorporar el cariño a las notas de cata.
Chus me preparó el lecho para dormir tranquilo y sin miedo y todos los "privilegiados usuarios del área de descanso" me regalaron abrazos y besos y supieron devolverme la sonrisa que perdí al entrar en aquel túnel oscuro y triste del que no quiero acordarme.
Mis compañeros de viaje y yo hemos compartido un trayecto muy especial y solo puedo estar agradecido por tenerlos a mi lado.
Suena la última nota, el público estalla en aplausos y al abrir los ojos aún puedo ver el cartel de Bienvenido a una vida mejor.
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