Aún bastante amodorrado, entró en el cuarto de baño, abrió el grifo de la ducha y lo reguló hasta que el agua salió lo suficientemente fresca como para despertarlo del todo y devolverlo a la realidad.
Mientras se duchaba se percató de que en lugar de su curvita de la felicidad obtenida a base de copiosas comidas y cenas en los mejores restaurantes de Madrid, lucía unos definidos músculos abdominales.
Y el pene. Puede que al haber perdido la tripita se apreciase mejor el tamaño del miembro, pero aún así y todo le pareció descomunal.
Lo más impactante llegó al plantarse frente al espejo tras haberse secado vigorósamente con la energía de unos biceps sorprendentemente desarrollados también.
Al ir a rasurarse el cutis como cada mañana y a peinar con fijador su pelo cortado con raya a la izquierda, el vidrio le devolvió una imagen que lo dejó de piedra. El apuesto nórdico de largo cabello rubio y poblada barba de igual color era él. Guiñaba los ojos y abría la boca mostrando los dientes al tiempo que él lo hacía.
No entendía bien lo que estaba pasando y optó por pensar que aún dormía. Entonces una voz familiar y que le evocaba recuerdos muy húmedos lo llamó lujuriosa diciéndole "Marco, mi amor. Ven a la cama que estoy esperándote y soy toda tuya. Hoy te necesito más que nunca. Tengo ganas de mambo."
En ese momento Marco lo entendió a la perfección. Él, su vida, su trabajo, su cuerpo y todo su ser no era más que el producto del inconsciente de la infelizmente casada mujer que lo soñaba cada noche para combatir una vida sin alicientes. Contento con su nuevo aspecto de guerrero nórdico metido a apagar fuegos y a bajar gatitos de los árboles, se dispuso a complacerla como cada noche. Antes de ir en su busca se lavó la perfecta dentadura blanca, se echó desodorante en ambas axilas y se perfumó el cuello y las muñecas.
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