De brandys, ojos verdes y copitas de jerez
Sentado en la mesa más apartada, en el rincón más oscuro de
la taberna más ajada de la ciudad, no pudo evitar recordar sus ojos al apurar
la copa.
Es consciente de que esta es la única manera de rescatarla
del olvido, de compartir con su recuerdo un último beso, un brandy, media
docena de palabras de amor y otra copa de Jerez.
Y es que el tiempo pasa tan deprisa como el resto de las
cosas buenas de la vida, cercenando las ilusiones con su guadaña mellada de días perdidos, de noches que malgastó con otras mujeres, de tardes de oro y grana.
Cincuenta años atrás, ella se casó con otro,
destrozándole el corazón.
Desde aquél día decidió arrimarse más que nunca a las astas
de los morlacos, suplicando una pronta
muerte en el albero, pero ni Dios ni el toro le concedieron el alivio de la
sangre.
Hoy, la guitarra sigue sonando flamenca, por peteneras de
alcohol y llanto.
Hoy vuelve a brindar por ella, como cada noche, y entre las
cicatrices que adornan el cuerpo del torero, sangra más que nunca, la que ella
le dejó al partir.
Este relato que no debía exceder de 300 palabras lo escribí para ser presentado a un certamen organizado por una bodega jerezana.
Obviamente, los participantes debían incluir las palabras Brandy y Jerez en el texto.
No gané, pero aquí os lo dejo, a ver si os gusta.
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