en medio de la nada.
Esperando el tren que me lleve hasta donde llevo años queriendo llegar.
Han pasado tantos...uno detrás de otro.
De todos los tamaños, de todos los colores.
Humeantes y ruidosos, repartiendo cortes de manga de carbonilla.
Y chinazos proyectados contra las vacas que pacen indolentes y tremendas, como espectadoras inertes de cada viaje perdido.
Me siento a un lado de la vía, con mi mochila llena de lo que me han permitido conservar.
Y quiero llegar hasta ti, pero te empeñas en negarme el billete.
Solo lo quiero de ida, de esa forma me aseguro no regresar al punto donde me encuentro, que viene siendo más o menos, una ciénaga espantosa en vaya usted a saber donde.
Si me agacho sobre la traviesa, escucho un ruido intermitente y lejano, y noto en cada latido las vibraciones que me recuerdan lo lejos que te encuentras.
Que jodido es tener las piernas tan cortas y saber que mis zancadas son como chistes al lado de los que se apresuran a tu encuentro.
Quiero que Sam la toque otra vez, porque no me canso de escucharla, pero el amigo pianista ha cogido su sombrero del perchero y se ha marchado contigo.
Y me habéis dejado solito...cabrones.
No me da miedo tratar de encaramarme al vagón del vagabundo.
Cualquier cosa, cualquier metáfora, cualquier oportunidad.
Quiero no perder este tren.
Es el mio, es el que tengo.
Quiero que se abra diez centímetros la puerta corredera y aparezca tu mano tendida y aferrarme a ella y correr y dar un salto y caer entre tus piernas y reírnos y retozar sobre decenas de neumáticos apilados de cualquier forma.
Pero contigo, contigo joder...¿ qué idioma hablas? ¿porqué no me comprendes?
¿Porqué tienes tanto, tanto miedo?
Supongo que será porque la vida puede ser un insecto nauseabundo, que te ha clavado su aguijón y aún te escuece.
Pero yo no voy a hacerte daño.
Solo te voy a querer.
De la mejor forma que pueda, de la mejor forma que sepa.
Aunque sea en la distancia.
Saca la cabeza de la tierra.
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