Siempre nos quedará París. ¡Ah, no! Siempre nos quedará pucela.
Mientras paseamos por la pista de aterrizaje del aeropuerto de Villanubla con las manos en los bolsillos de las gabardinas, no podemos evitar hablar de la de billetes de avión que hemos pagado a multitud de señoritas que decidieron marcharse con otros héroes. Víctor Lazslo se ha materializado en demasiados hombres, en demasiadas circunstancias absurdas y en un buen número de fracasos. Pero nosotros seguiremos sacrificando los recuerdos hermosos y las noches de pasión grabadas a fuego en la piel, por conseguir los salvoconductos para ellas. Hasta que demos con la mujer adecuada de la que no queramos separarnos y que no quiera tomar ningún avión sin nosotros. Ahora con tanta compañía de vuelos baratos se nos han complicado demasiado las cosas. Ya no resulta difícil romper una relación y si antes les suponía muy poco esfuerzo, de un tiempo a esta parte, parece que lo hacen hasta por diversión.
Nosotros tendremos siempre la barra de Labienpagá para sacudirnos un pelotazo mirándonos a los ojos y tratando de explicarnos el uno al otro, que coño estamos haciendo mal. Creo que nuestro problema es el de ser practicantes del amor empírico y andar siempre con la mierda esa del ensayo-error. De momento son todo errores pero seguimos ensayando y lo haremos hasta que por fin, demos con lo que buscamos.
Hace más de veinticinco años que supimos que era el comienzo de una hermosa amistad y desde entonces ¿Cuantos nombres de mujer han monopolizado nuestras conversaciones, empañado nuestros ojos y dañado nuestros hígados?. Demasiados.
Por el camino, tu te has convertido en uno de los mejores pianistas de España, apuntabas maneras y, yo sigo siendo el eterno aspirante a premio Nobel. En cualquier caso ambos hemos encontrado la forma de dar salida a nuestros sentimientos y de hacer del arte, un medio de vida.
Creo que necesitamos apurar un par de whiskies juntos y fumar un cigarrillo hasta el filtro, sonriendo de medio lado y contándonos las cicatrices del alma.
Ahora soy yo el que te pide que no te vuelvas a enamorar,que no creas sus palabras, por hermosas que sean (las palabras y las mujeres que las pronuncien susurrándolas en tu oído).
Ahora, soy yo el que después de echar a los soldados alemanes a la puta calle tras cantar la marsellesa o el himno del Atlético, se acercará hasta tu piano y con los ojos cargados de alcohol y lágrimas, el pecho cubierto de heridas y la automática en la sobaquera, te pedirá sin dudarlo: TOCALA OTRA VEZ, OSCAR.