Dejó de tener miedo del silencio y de darle voz al miedo. Una voz que solo podía oír él y que llevaba años escuchando en su cabeza. Una voz que le pedía que saliera corriendo al encontrar según qué demonios de su pasado más reciente y, que le gritaba una y otra vez que era demasiado pequeño para afrontar las circunstancias de una vida convulsa. Pero ayer consiguió mandar callar a esa voz interior y disfrutó del silencio, dejó de temerlo y lo llenó con canciones, con odas a Berenice y con risas de contraltos.
Ayer, la luz de su faro iluminó los peligrosos arrecifes y le salvó de un naufragio seguro, o de volver a atarse al timón, esperando zozobrar de nuevo. Pero esta vez consiguió esquivar los escollos y llegar a puerto seguro, donde lo esperaban los mejores amigos, los abrazos más sinceros y los labios más ardientes.
Desde el puesto en se que se hizo fuerte, sonrió con desprecio a los demonios y los retó a un singular combate, confiando en sus posibilidades. Todo ha cambiado. Ya no es pequeñito, eso se acabó. Ahora es grande, valiente y capaz de enfrentarse con lo que la vida quiera ponerle por delante.
Se terminó caminar agachando la cabeza. Se terminó lo de esconderse detrás del burladero de unas gafas de sol. Tiene unos ojos hermosos y muy vivos. Que los luzca.
Canta la copla española que el valiente ha sido valiente, hasta que el cobarde ha querido y ayer abandonó en el perchero su traje de cobarde y se vistió de bravura y de fuerza. Ayer aguanto los vientos huracanados que arreciaron cuando menos lo esperaba pero no salió corriendo a ponerse a salvo en lugar seguro. Simplemente afianzó los pies en la tierra y no se doblegó. Fue como el junco que se dobla pero siempre sigue en pie.
Resistió.
Y hoy quiero enviarle desde aquí mi más cordial enhorabuena y darle la bienvenida a un mundo que le pertenece por derecho y que lo echaba mucho de menos.
Le ha costado mucho, demasiado, pero ya es fuerte.