Precisamente tenías que llegar hoy.
No estoy preparado aún, no puedo recibirte como mereces, lo siento.
Dentro de mi es invierno, y nieva, y hace mucho frío y está muy oscuro otra vez.
Así que vamos a esperar un poco para tomarnos la primera caña juntos, tu, con tu vestido de sol y de flores y la sonrisa perfecta de pajaritos cantando, gatas en celo y muchachas con minifalda. Yo con el depósito de ilusión a cero, tratando de repostar, buscando una estación de servicio donde alguien me de crédito.
Te aseguro que lo estoy intentando con todas mis fuerzas, pero creo que de momento no te voy a abrir la puerta, no quiero que me veas así.
Soy más de sonreír, ya me conoces, y ahora mismo se me ha corrido el rimel y tengo unas ojeras espantosas y me estoy quedando muy flaco.
No creas que no quiero verte, al revés, lo estoy deseando, pero no te voy a amargar tu fiesta de pastores y campesinos bailando, sacrificando hímenes y corderos y bebiendo a tu salud.
Dame un poco de tiempo.
En cuanto reúna las fuerzas necesarias saldré a buscarte.
jueves, 20 de marzo de 2014
martes, 18 de marzo de 2014
Despacito.
Mi madre ha dicho toda la vida, que las prisas son malas compañeras.
Hay que ver, las madres...siempre lo clavan.
Desde que era un renacuajo me han perdido las prisas.
Supongo que es mi naturaleza inquieta, o simplemente esa pulsión del "aquí y ahora", tan inmadura y que tantos problemas acarrea.
Y lo cierto es que eso de tener prisa es un coñazo, cada vez que empezaba un libro que me apasionaba, leía compulsivamente con el único fin de alcanzar lo antes posible el desenlace, y en más de una lectura, hice trampas y llegué a saltarme algún capítulo.
En más de una relación también me he saltado algún capítulo, en vez de sentarme tranquilamente a disfrutar de cada una de las páginas.
La vida se me antoja a cámara lenta, pienso rápido, actuó rápido y la termino cagando casi siempre.
Creo que estoy en pleno proceso de frenado, aunque he de hacerlo con mucho cuidado, reduciendo velocidades y no pisando el pedal hasta el fondo, porque si no, derraparé y terminaré dando una barbaridad de vueltas de campana.
No es un ejercicio fácil, de verdad.
Cuando se ha vivido tan deprisa como he vivido yo, cuando tu trabajo te obliga a estar alerta constantemente y en· todos los "fregaos", cuando confundes calma con tedio o relax con angustia, no es fácil.
Pero vive Dios que me lo estoy currando.
Y se puede, cuesta, pero se puede.
El problema aparece cuando al reducir, no consigues detener la inercia de forma inmediata y como siempre he sido un jodido agonías, tengo prisa hasta para frenar.
Voy aprendiendo.
Creo que de manera sorprendente, mi mente y mi corazón se han puesto a cero y han comenzado a contar de nuevo desde el pasado domingo y la vida me ha presentado una nueva oportunidad para ser plenamente feliz, a raíz de una conversación tan deliciosa como transcendental.
Así que aquí estoy. Me he puesto el cinturón de seguridad y estoy agarrando el volante con todas mis fuerzas, porque tengo la sensación, de que si no consigo frenar, pasaré junto a la mujer más increíble que he conocido nunca y la dejaré atrás y no tengo la más mínima intención, porque la quiero con toda mi alma.
Espero saber detenerme justo a su lado, abrir la puerta del copiloto e invitarla a subir.
Y conduciré despacito, que despacito, también se llega al destino, pero disfrutas más del paisaje.
Hay que ver, las madres...siempre lo clavan.
Desde que era un renacuajo me han perdido las prisas.
Supongo que es mi naturaleza inquieta, o simplemente esa pulsión del "aquí y ahora", tan inmadura y que tantos problemas acarrea.
Y lo cierto es que eso de tener prisa es un coñazo, cada vez que empezaba un libro que me apasionaba, leía compulsivamente con el único fin de alcanzar lo antes posible el desenlace, y en más de una lectura, hice trampas y llegué a saltarme algún capítulo.
En más de una relación también me he saltado algún capítulo, en vez de sentarme tranquilamente a disfrutar de cada una de las páginas.
La vida se me antoja a cámara lenta, pienso rápido, actuó rápido y la termino cagando casi siempre.
Creo que estoy en pleno proceso de frenado, aunque he de hacerlo con mucho cuidado, reduciendo velocidades y no pisando el pedal hasta el fondo, porque si no, derraparé y terminaré dando una barbaridad de vueltas de campana.
No es un ejercicio fácil, de verdad.
Cuando se ha vivido tan deprisa como he vivido yo, cuando tu trabajo te obliga a estar alerta constantemente y en· todos los "fregaos", cuando confundes calma con tedio o relax con angustia, no es fácil.
Pero vive Dios que me lo estoy currando.
Y se puede, cuesta, pero se puede.
El problema aparece cuando al reducir, no consigues detener la inercia de forma inmediata y como siempre he sido un jodido agonías, tengo prisa hasta para frenar.
Voy aprendiendo.
Creo que de manera sorprendente, mi mente y mi corazón se han puesto a cero y han comenzado a contar de nuevo desde el pasado domingo y la vida me ha presentado una nueva oportunidad para ser plenamente feliz, a raíz de una conversación tan deliciosa como transcendental.
Así que aquí estoy. Me he puesto el cinturón de seguridad y estoy agarrando el volante con todas mis fuerzas, porque tengo la sensación, de que si no consigo frenar, pasaré junto a la mujer más increíble que he conocido nunca y la dejaré atrás y no tengo la más mínima intención, porque la quiero con toda mi alma.
Espero saber detenerme justo a su lado, abrir la puerta del copiloto e invitarla a subir.
Y conduciré despacito, que despacito, también se llega al destino, pero disfrutas más del paisaje.
domingo, 16 de marzo de 2014
Revelaciones con gaseosa y una corteza de naranja.
La temperatura perfecta para charlar con un tinto de verano en la mano y una mujer bonita en la silla de enfrente.
El puente romano muy cerquita, recordando que cuando la estructura es sólida, el tiempo no puede dañar nada.
Ciclistas de domingo, caminantes de domingo, parejas de domingo.
Es curioso, porque hasta hoy los domingos siempre me han parecido días de saldo, de esos que no valen para nada, que nadie quiere.
Un día para pasar resacas, ir a misa o graparte el mando del televisor a la muñeca y reconcomerte por dentro, jurándole a la virgen que no vas a volver a beber, no vas a volver a acercarte a las mujeres malas, las sustancias malas y a las malas novelas.
Cualquiera de esas cosas te pueden arruinar la vida.
Pero este domingo se ha convertido en un sábado sorpresa.
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto de una mañana de sol.
He de decir que mi gato ha tenido la culpa, porque de no ser por él, ni sol, ni tinto, ni mujer bonita.
El caso es que hemos estado charlando durante horas, y la conversación se ha ido adentrando en temas cada vez más profundos, hasta llegar a la puerta blindada que da acceso al almacén de recuerdos que me asustan.
Pero he aquí que ella ha sacado la llave, ha abierto la puerta y ha encendido todas las luces, como si hubiera entrado ahí setecientas veces, como si supiera en que estantería y en que balda están colocadas todas esas cosas que decidí guardar por miedo a que me destruyeran.
Con mucho cuidado ha bajado alguna de las cajas y ha vaciado delante de mi su contenido.
Al principio yo no quería mirar (me daba miedo, para que voy a engañaros) pero ella hace que me sienta seguro y he abierto los ojos.
Ahí estaban, esparcidos sobre el césped, como juguetes viejos, libros sin tapa, con el lomo reventado por la humedad y las páginas mordisqueadas por las polillas.
Capítulos de mi vida que decidí arrojar a la oscuridad.
Me propuse volver a escribirlos, pero con el tiempo, cada vez que empezaba a hacerlo, descubría que los reescribía exactos, palabra por palabra.
No se si es que perdí la inspiración, o simplemente me rendí.
Si de verdad quieres crecer, me ha dicho, debes comenzar trabajando de dentro a fuera.
Esa ha sido la primera revelación.
Acostumbro a vivir de fuera hacia adentro, absorbo experiencias, y me nutro de ellas, pero no genero demasiados contenidos, por miedo a que no sea lo que se espera de mi.
Quiérete, querer a los demás es estupendo, pero si no te quieres a ti mismo, el amor que ofreces nunca será completo.
Segunda revelación.
Siempre he dicho que tengo mucho amor que dar, y me he esforzado por envolverlo con el papel adecuado y ponerle un lacito para que resulte más atractivo, para que todos me pidan una, dos o catorce unidades.
Hoy he descubierto que necesito que me quieran, porque hace tiempo que deje de quererme.
Alguno dirá: ¡¡pero si tienes más ego que Cristiano Ronaldo!!
Error.
De un tiempo a esta parte me he creado la necesidad de recibir la constante aprobación de todo el mundo.
Supongo que eso viene de la inseguridad que me generó alguno de esos capítulos del pasado.
Soy un tipo con mucha energía, con ciertas habilidades sociales y con desparpajo, cualidades estas que suplen a la perfección la falta de seguridad en mi mismo.
Por eso, cuando veo tambalearse una situación, me obceco en tratar a toda costa de solucionarlo, porque me aterra no haber estado a la altura y que todo se venga abajo por mis carencias.
Error también, las cosas son siempre mucho más sencillas, si algo tiene que morir, morirá y no será más culpa mía que de cualquier otro, a no ser que yo haya tratado de asesinarlo conscientemente.
La tercera revelación nacida de esta conversación, es aquella que más me está haciendo pensar, pero que más luz ha aportado a esta cabecita mía, que se empeña en pasarse la vida dando vueltas, como los pollos asados del Hipercor.
Si no perdonas a los demás, nunca podrás perdonarte a ti mismo.
Hasta la fecha, he pasado por muchos estados a la hora de mirar hacia atrás y recordar los episodios más duros de mi vida.
Es cierto que hay personas a las que nunca les he perdonado el daño que me hicieron.
Por su culpa, me convertí en pequeñito, en "el niño rubio que llora" de mis relatos.
Por su culpa me sigo despertando en medio de la noche con un volquete de pena y angustia aparcado en el medio del pecho.
Jamás me he planteado siquiera perdonar aquello. Ignorarlo, olvidarlo, vengarlo...pero jamás perdonarlo.
Puede que haya llegado el momento, si realmente quiero avanzar, de plantearme el perdón como la vía para alcanzar la verdadera felicidad.
Y eso no quiere decir ni con mucho, que apruebe sus actos, simplemente me despojaré de la carga emocional que supone arrastrar una mochila llena de reproches y de odio.
Ha llegado el momento de andar más ligero.
Tranquilos, no me va a dar por escribir un puto libro de autoayuda.
Cada uno tenemos nuestras miserias, nuestros problemas y nuestras taras y desde luego, nadie maneja las soluciones perfectas para las vidas ajenas, a veces ni siquiera para la propia.
Pasa, que el día menos pensado te pides un tinto de verano, con poco tinto y mucho verano, y una rodaja de naranja y te sientas a hablar con alguien a quien quieres y que te quiere y te planteas muchas, muchas cosas.
Como por ejemplo que quiero volver a dormir del tirón, a perderme en sus ojos y a pasear con ella por la ribera del Duero.
Eso si, más ligero.
El puente romano muy cerquita, recordando que cuando la estructura es sólida, el tiempo no puede dañar nada.
Ciclistas de domingo, caminantes de domingo, parejas de domingo.
Es curioso, porque hasta hoy los domingos siempre me han parecido días de saldo, de esos que no valen para nada, que nadie quiere.
Un día para pasar resacas, ir a misa o graparte el mando del televisor a la muñeca y reconcomerte por dentro, jurándole a la virgen que no vas a volver a beber, no vas a volver a acercarte a las mujeres malas, las sustancias malas y a las malas novelas.
Cualquiera de esas cosas te pueden arruinar la vida.
Pero este domingo se ha convertido en un sábado sorpresa.
Hacía mucho tiempo que no disfrutaba tanto de una mañana de sol.
He de decir que mi gato ha tenido la culpa, porque de no ser por él, ni sol, ni tinto, ni mujer bonita.
El caso es que hemos estado charlando durante horas, y la conversación se ha ido adentrando en temas cada vez más profundos, hasta llegar a la puerta blindada que da acceso al almacén de recuerdos que me asustan.
Pero he aquí que ella ha sacado la llave, ha abierto la puerta y ha encendido todas las luces, como si hubiera entrado ahí setecientas veces, como si supiera en que estantería y en que balda están colocadas todas esas cosas que decidí guardar por miedo a que me destruyeran.
Con mucho cuidado ha bajado alguna de las cajas y ha vaciado delante de mi su contenido.
Al principio yo no quería mirar (me daba miedo, para que voy a engañaros) pero ella hace que me sienta seguro y he abierto los ojos.
Ahí estaban, esparcidos sobre el césped, como juguetes viejos, libros sin tapa, con el lomo reventado por la humedad y las páginas mordisqueadas por las polillas.
Capítulos de mi vida que decidí arrojar a la oscuridad.
Me propuse volver a escribirlos, pero con el tiempo, cada vez que empezaba a hacerlo, descubría que los reescribía exactos, palabra por palabra.
No se si es que perdí la inspiración, o simplemente me rendí.
Si de verdad quieres crecer, me ha dicho, debes comenzar trabajando de dentro a fuera.
Esa ha sido la primera revelación.
Acostumbro a vivir de fuera hacia adentro, absorbo experiencias, y me nutro de ellas, pero no genero demasiados contenidos, por miedo a que no sea lo que se espera de mi.
Quiérete, querer a los demás es estupendo, pero si no te quieres a ti mismo, el amor que ofreces nunca será completo.
Segunda revelación.
Siempre he dicho que tengo mucho amor que dar, y me he esforzado por envolverlo con el papel adecuado y ponerle un lacito para que resulte más atractivo, para que todos me pidan una, dos o catorce unidades.
Hoy he descubierto que necesito que me quieran, porque hace tiempo que deje de quererme.
Alguno dirá: ¡¡pero si tienes más ego que Cristiano Ronaldo!!
Error.
De un tiempo a esta parte me he creado la necesidad de recibir la constante aprobación de todo el mundo.
Supongo que eso viene de la inseguridad que me generó alguno de esos capítulos del pasado.
Soy un tipo con mucha energía, con ciertas habilidades sociales y con desparpajo, cualidades estas que suplen a la perfección la falta de seguridad en mi mismo.
Por eso, cuando veo tambalearse una situación, me obceco en tratar a toda costa de solucionarlo, porque me aterra no haber estado a la altura y que todo se venga abajo por mis carencias.
Error también, las cosas son siempre mucho más sencillas, si algo tiene que morir, morirá y no será más culpa mía que de cualquier otro, a no ser que yo haya tratado de asesinarlo conscientemente.
La tercera revelación nacida de esta conversación, es aquella que más me está haciendo pensar, pero que más luz ha aportado a esta cabecita mía, que se empeña en pasarse la vida dando vueltas, como los pollos asados del Hipercor.
Si no perdonas a los demás, nunca podrás perdonarte a ti mismo.
Hasta la fecha, he pasado por muchos estados a la hora de mirar hacia atrás y recordar los episodios más duros de mi vida.
Es cierto que hay personas a las que nunca les he perdonado el daño que me hicieron.
Por su culpa, me convertí en pequeñito, en "el niño rubio que llora" de mis relatos.
Por su culpa me sigo despertando en medio de la noche con un volquete de pena y angustia aparcado en el medio del pecho.
Jamás me he planteado siquiera perdonar aquello. Ignorarlo, olvidarlo, vengarlo...pero jamás perdonarlo.
Puede que haya llegado el momento, si realmente quiero avanzar, de plantearme el perdón como la vía para alcanzar la verdadera felicidad.
Y eso no quiere decir ni con mucho, que apruebe sus actos, simplemente me despojaré de la carga emocional que supone arrastrar una mochila llena de reproches y de odio.
Ha llegado el momento de andar más ligero.
Tranquilos, no me va a dar por escribir un puto libro de autoayuda.
Cada uno tenemos nuestras miserias, nuestros problemas y nuestras taras y desde luego, nadie maneja las soluciones perfectas para las vidas ajenas, a veces ni siquiera para la propia.
Pasa, que el día menos pensado te pides un tinto de verano, con poco tinto y mucho verano, y una rodaja de naranja y te sientas a hablar con alguien a quien quieres y que te quiere y te planteas muchas, muchas cosas.
Como por ejemplo que quiero volver a dormir del tirón, a perderme en sus ojos y a pasear con ella por la ribera del Duero.
Eso si, más ligero.
lunes, 10 de marzo de 2014
A solas con mi gato.
Aún hay personas que cuando saben que vas a cumplir los cuarenta y vives con la única compañía de un gato, se piensan que eres un rarito, o que eres gay.
Y no te digo nada, cuando averiguan además, que eres español y no te gusta el futbol, prefieres pasar el rato leyendo antes que machacándote en un gimnasio y sabes mencionar al menos tres variedades de uva y tres poetas de tu tierra.
No soy un rarito, simplemente me gusta la vida que me ha tocado vivir y he preferido llenarla con libros y discos, en vez de con quinielas y posters del Madrid, sin querer por ello, denostar la afición por el futbol o por cualquier otro deporte.
No soy Gay, lo siento. Tampoco pasaría nada si hubiese elegido esa opción (que para mi es tan válida como cualquier otra) para que les quede claro a aquellos que se han tomado la libertad de insinuar eso sobre mi.
Trato de cuidarme y por ello no me inflo de comida basura, utilizo contorno de ojos y me gusta combinar la ropa (cosa que para muchas personas de ideas estereotipadas, son identificadores claros de homosexualidad).
De hecho, es mi tremenda devoción por las mujeres lo que me ha llevado siempre a escribir, desde que siendo un mico descubrí que las sensaciones más hermosas, las experimentaba junto a una fémina.
Ello me ha costado decenas de relaciones, un divorcio, varias lesiones (metafóricas) en el corazón y la sensación de que aún con mi prodigiosa capacidad para enamorarme, terminaré solo, hablando con mi gato.
El amor viene y se va, aparece y desaparece, a veces se instala junto a mi y a veces y para mi desgracia, se consume rápidamente, como la mecha corta de una carga de dinamita.
Al estallar, me revienta por dentro y hay que volver a empezar el proceso: levanta-descubre-emociónate y sueña.
Puede que por circunstancias, reclame más atención de lo normal, puede, que necesite de un grado de cariño que la mayoría de las mujeres no están dispuestas a conceder.
Puede que necesite saberme enamorado para sentirme completo y que sea el amor el combustible que pone a andar mi cuerpo y mi alma.
En cualquier caso, tan solo le pido a la vida, la oportunidad de equivocarme y cuando todo vuelva a irse al carajo, poder contárselo a mi gato, mirándonos a los ojos y acariciándonos el lomo.
No me rindo, cada historia de amor es un capítulo fantástico que aunque duela al terminarse, marcará la novela de mi vida.
No me resisto a tratar de encontrar la persona que me colmará, ya que seguro que estará en alguna parte, preguntándose donde cojones me he metido y porque tardo tanto en aparecer.
Llegaremos, mi gato, mis rarezas y yo, llegaremos.
Mientras tanto, me programo el cerebro con mil setecientas razones para empezar un nuevo día y para que lo que escuece, deje de hacerlo.
Hoy sigue luciendo el sol en mi ciudad y ese es ya un motivo perfecto para escurrir las lágrimas de la almohada, encender otro pitillo y salir a la calle sonriendo.
Continuo con mi cruzada, y mi gato me anima a ello.
Por cierto, la mayor parte de mis amistades homosexuales, me entienden mucho mejor que las heterosexuales.
Y bien que se lo agradezco.
Y no te digo nada, cuando averiguan además, que eres español y no te gusta el futbol, prefieres pasar el rato leyendo antes que machacándote en un gimnasio y sabes mencionar al menos tres variedades de uva y tres poetas de tu tierra.
No soy un rarito, simplemente me gusta la vida que me ha tocado vivir y he preferido llenarla con libros y discos, en vez de con quinielas y posters del Madrid, sin querer por ello, denostar la afición por el futbol o por cualquier otro deporte.
No soy Gay, lo siento. Tampoco pasaría nada si hubiese elegido esa opción (que para mi es tan válida como cualquier otra) para que les quede claro a aquellos que se han tomado la libertad de insinuar eso sobre mi.
Trato de cuidarme y por ello no me inflo de comida basura, utilizo contorno de ojos y me gusta combinar la ropa (cosa que para muchas personas de ideas estereotipadas, son identificadores claros de homosexualidad).
De hecho, es mi tremenda devoción por las mujeres lo que me ha llevado siempre a escribir, desde que siendo un mico descubrí que las sensaciones más hermosas, las experimentaba junto a una fémina.
Ello me ha costado decenas de relaciones, un divorcio, varias lesiones (metafóricas) en el corazón y la sensación de que aún con mi prodigiosa capacidad para enamorarme, terminaré solo, hablando con mi gato.
El amor viene y se va, aparece y desaparece, a veces se instala junto a mi y a veces y para mi desgracia, se consume rápidamente, como la mecha corta de una carga de dinamita.
Al estallar, me revienta por dentro y hay que volver a empezar el proceso: levanta-descubre-emociónate y sueña.
Puede que por circunstancias, reclame más atención de lo normal, puede, que necesite de un grado de cariño que la mayoría de las mujeres no están dispuestas a conceder.
Puede que necesite saberme enamorado para sentirme completo y que sea el amor el combustible que pone a andar mi cuerpo y mi alma.
En cualquier caso, tan solo le pido a la vida, la oportunidad de equivocarme y cuando todo vuelva a irse al carajo, poder contárselo a mi gato, mirándonos a los ojos y acariciándonos el lomo.
No me rindo, cada historia de amor es un capítulo fantástico que aunque duela al terminarse, marcará la novela de mi vida.
No me resisto a tratar de encontrar la persona que me colmará, ya que seguro que estará en alguna parte, preguntándose donde cojones me he metido y porque tardo tanto en aparecer.
Llegaremos, mi gato, mis rarezas y yo, llegaremos.
Mientras tanto, me programo el cerebro con mil setecientas razones para empezar un nuevo día y para que lo que escuece, deje de hacerlo.
Hoy sigue luciendo el sol en mi ciudad y ese es ya un motivo perfecto para escurrir las lágrimas de la almohada, encender otro pitillo y salir a la calle sonriendo.
Continuo con mi cruzada, y mi gato me anima a ello.
Por cierto, la mayor parte de mis amistades homosexuales, me entienden mucho mejor que las heterosexuales.
Y bien que se lo agradezco.
viernes, 28 de febrero de 2014
A la inversa.
Generalmente suele ser así, de forma inversa a la de esta noche.
Primero escribo en el blog y luego acostumbro a compartirlo en redes sociales.
Pero esta vez voy a hacer una excepción, ya que de un tiempo a esta parte, no se porque la dichosa pregunta del "estado" del facebook suele inspirarme un montón de cosas.
Anoche me dio por volver a un género que me encanta, pero que tengo más que olvidado: la poesía.
Así que hoy recupero para el blog un poema que anoche colgué del "caralibro".
Hay que ver
como es la noche,
que todo lo tizna.
Incluso mi determinación,
que se torna negra,sombria, pesarosa.
Y rezo para dormirme,
para que me regalen los cuatro angelitos
que guardan mi cama,
ese sueño que ansio.
En el que yo sigo siendo joven y tu,
tu sigues por desvestirte.
Como es la noche, que todo lo tizna.
Incluso mi conciencia,hasta hoy inmaculada.
Incluso lo más inocente lo vuelve antracita.
Y lo que resiste se agarra los faldones al tiempo que musita:
"hay que ver...como es la noche"
Hay que ver,
tan fria y larga
Primero escribo en el blog y luego acostumbro a compartirlo en redes sociales.
Pero esta vez voy a hacer una excepción, ya que de un tiempo a esta parte, no se porque la dichosa pregunta del "estado" del facebook suele inspirarme un montón de cosas.
Anoche me dio por volver a un género que me encanta, pero que tengo más que olvidado: la poesía.
Así que hoy recupero para el blog un poema que anoche colgué del "caralibro".
Hay que ver
como es la noche,
que todo lo tizna.
Incluso mi determinación,
que se torna negra,sombria, pesarosa.
Y rezo para dormirme,
para que me regalen los cuatro angelitos
que guardan mi cama,
ese sueño que ansio.
En el que yo sigo siendo joven y tu,
tu sigues por desvestirte.
Como es la noche, que todo lo tizna.
Incluso mi conciencia,hasta hoy inmaculada.
Incluso lo más inocente lo vuelve antracita.
Y lo que resiste se agarra los faldones al tiempo que musita:
"hay que ver...como es la noche"
Hay que ver,
tan fria y larga
jueves, 20 de febrero de 2014
Salamandras
Esta mañana me desperté y no conseguía encontrarla. Y me puse a llorar.
No hace mucho que se instaló conmigo.
Cuando llegó era muy pequeñita, pero ya había comenzado a crecer y a engordar y se estaba haciendo grande y fuerte.
Por eso ahora me da tanto miedo no volver a verla.
Mi ilusión se parece mucho a una salamandra, tiene la cabezota gorda y ventosas en las palmas de las manos, para anclarse fuerte a los pliegues del corazón.
He tenido otras, pero esta me gusta particularmente y si no la recupero, echaré mucho de menos acariciarla el lomo por las mañanas.
La última se fue con Campanilla, colgada de sus ojos verdes. No me preocupa, porque se que con ella estará bien y de vez en cuando aún voy a verla y charlamos.
Antes de aquella, tuve otra muy grande. Se puso tan hermosa que me la robó un grajo negro, feo y mentiroso. Y se la comió. Y la vi morir.
Aquello me partió el corazón y pensé que nunca volvería a tener una y me daba mucho miedo cuando presentía que alguna otra rompería el huevo y se acurrucaría junto a mi esperando que la diera de comer.
Entonces yo salía corriendo por temor a que volvieran los grajos con su apetito feroz y sus alas infestadas de mentiras.
Pero mira tu por donde, esta me pilló de imprevisto y en cuanto me miró con esos ojitos tan llenos de vida, no pude resistirme y la hice un hueco debajo de mi almohada.
Puede que por tanto tratar de que creciera segura y protegida, la haya hecho desear escapar de mi o esconderse.
No lo se, pero he revuelto por completo la habitación del hotel y aunque la oigo corretear por las paredes y por el techo, no consigo dar con ella.
Si la veis, decidle que estoy aprendiendo de nuevo y que solo quiero que se quede conmigo.
Que estoy dispuesto a lo que sea, porque se que esta vez todo cambiará si al final renuncia a irse.
Que no me deje, que la necesito, que mi vida será una mierda si la paso pensando en lo bien que hubiera ido todo.
Que las de su especie tienden a marcarme el alma, pero ya he descubierto que esas marcas son los carriles necesarios para el buen discurrir de los recuerdos.
Que no quiero llorar más.
De todas formas, no pienso dejar este hotel hasta que de con ella.
Se que está aquí...y que trata de decirme algo.
No hace mucho que se instaló conmigo.
Cuando llegó era muy pequeñita, pero ya había comenzado a crecer y a engordar y se estaba haciendo grande y fuerte.
Por eso ahora me da tanto miedo no volver a verla.
Mi ilusión se parece mucho a una salamandra, tiene la cabezota gorda y ventosas en las palmas de las manos, para anclarse fuerte a los pliegues del corazón.
He tenido otras, pero esta me gusta particularmente y si no la recupero, echaré mucho de menos acariciarla el lomo por las mañanas.
La última se fue con Campanilla, colgada de sus ojos verdes. No me preocupa, porque se que con ella estará bien y de vez en cuando aún voy a verla y charlamos.
Antes de aquella, tuve otra muy grande. Se puso tan hermosa que me la robó un grajo negro, feo y mentiroso. Y se la comió. Y la vi morir.
Aquello me partió el corazón y pensé que nunca volvería a tener una y me daba mucho miedo cuando presentía que alguna otra rompería el huevo y se acurrucaría junto a mi esperando que la diera de comer.
Entonces yo salía corriendo por temor a que volvieran los grajos con su apetito feroz y sus alas infestadas de mentiras.
Pero mira tu por donde, esta me pilló de imprevisto y en cuanto me miró con esos ojitos tan llenos de vida, no pude resistirme y la hice un hueco debajo de mi almohada.
Puede que por tanto tratar de que creciera segura y protegida, la haya hecho desear escapar de mi o esconderse.
No lo se, pero he revuelto por completo la habitación del hotel y aunque la oigo corretear por las paredes y por el techo, no consigo dar con ella.
Si la veis, decidle que estoy aprendiendo de nuevo y que solo quiero que se quede conmigo.
Que estoy dispuesto a lo que sea, porque se que esta vez todo cambiará si al final renuncia a irse.
Que no me deje, que la necesito, que mi vida será una mierda si la paso pensando en lo bien que hubiera ido todo.
Que las de su especie tienden a marcarme el alma, pero ya he descubierto que esas marcas son los carriles necesarios para el buen discurrir de los recuerdos.
Que no quiero llorar más.
De todas formas, no pienso dejar este hotel hasta que de con ella.
Se que está aquí...y que trata de decirme algo.
viernes, 31 de enero de 2014
Poniendo los ojos en blanco
como un tiburón antes de hincarle el diente a la surfista más maciza de la playa.
Como una hormiga soldado que cierra filas contra la pared del hormiguero, a sabiendas de que la jodida termita gigante que se le viene encima no va a tener la más mínima compasión.
Así me siento cuando me clavas la mirada.
Y te veo ahí delante, tan inmensamente bonita, tan repleta de ti, tan segura de que sigues despertando en mi ese ardor guerrero.
En el fondo no se si me enerva o me colma, porque en efecto me sobra hasta la última prenda que llevo puesta y hasta la última de las prendas que puedo arrancarte a bocados y al mismo tiempo me encantaría tener la suficiente fuerza de voluntad como para decirte " ¿de que cojones vas?".
Pero supongo que es mi sino. Me rindo delante de ti, por que eres muy bella y yo muy gilipollas.
Imagino que seguiré boxeando con mis principios hasta que el médico de guardia certifique que definitivamente me he terminado de ir al carajo con mis rayadas y mis paranoias.
Y cuando me muera, cuando ponga los ojos en blanco por última vez, solo me quiero llevar tu imagen.
Creo que será la mejor de las compañías, allí donde me destine el cabrón que ha de sellar los papeles.
Seguro que en el más allá, seguiremos con la misma vaina.
Me sienta fatal la consciencia.
Como una hormiga soldado que cierra filas contra la pared del hormiguero, a sabiendas de que la jodida termita gigante que se le viene encima no va a tener la más mínima compasión.
Así me siento cuando me clavas la mirada.
Y te veo ahí delante, tan inmensamente bonita, tan repleta de ti, tan segura de que sigues despertando en mi ese ardor guerrero.
En el fondo no se si me enerva o me colma, porque en efecto me sobra hasta la última prenda que llevo puesta y hasta la última de las prendas que puedo arrancarte a bocados y al mismo tiempo me encantaría tener la suficiente fuerza de voluntad como para decirte " ¿de que cojones vas?".
Pero supongo que es mi sino. Me rindo delante de ti, por que eres muy bella y yo muy gilipollas.
Imagino que seguiré boxeando con mis principios hasta que el médico de guardia certifique que definitivamente me he terminado de ir al carajo con mis rayadas y mis paranoias.
Y cuando me muera, cuando ponga los ojos en blanco por última vez, solo me quiero llevar tu imagen.
Creo que será la mejor de las compañías, allí donde me destine el cabrón que ha de sellar los papeles.
Seguro que en el más allá, seguiremos con la misma vaina.
Me sienta fatal la consciencia.
domingo, 19 de enero de 2014
Ropas de artista.
Imagino que es en esas pequeñas cosas que tiene el día a día, donde uno va construyendo su verdadera esencia.
No me refiero a darle un euro al muchacho que toca el violín bajo la nieve en la esquina de mi calle, ni de acudir corriendo a rescatar una mariposa agonizante de las cloradas aguas de la piscina.
No se trata de abrir la puerta al que te precede ni de ceder amablemente el asiento a una señora, o señorita.
Tampoco hablo de poner la otra mejilla cada vez que algún inútil apoltronado trata de torpedear tu trabajo o de destruir todo aquello que pueda evidenciar su falta d iniciativa.
Ni de elegir el vino adecuado de los que triplicando su precio de mercado, se presentan en las cartas de los restaurantes.
No hablo tampoco de seleccionar con acierto la corbata que combina con la camisa, la chaqueta, el cinturón, los calcetines, los zapatos y la raya del ojo de la señorita de la ventanilla del banco donde vas a pedir uno de esos créditos donde firmas con tu sangre y en el acto, un rayo rubrica en el documento y por triplicado, que acabas de quedarte sin alma al menos durante 35años.
Me refiero más bien, a abrir los ojos cada mañana y echar un vistazo rápido alrededor.
Y darle gracias a quien cada uno estime más oportuno por el techo que te cobija, el gato que te sonríe y la mujer que duerme a tu lado.
Encenderte un pitillo aún a sabiendas de que el cowboy del anuncio de Marlboro la diño de cáncer de pulmón, eso si, siendo el tipo que mejor ha lucido nunca un cigarro en los labios.
Hablo de sentarte ante el teclado al tiempo que esparces miguitas de pan alrededor de la mesa, a ver si las palomas de la inspiración se animan a picotear un ratillo.
De trabajar y esforzarse en que el trabajo sea lo más digno posible, aún a costa de que una mañana tu cabeza haga "chis-pum" y necesites un buen lingotazo de tila y un delicioso orfidal, que se deshace en tu boca, no tu en tus manos.
De ser sincero, ser siempre sincero.
Obviar los miedos y tratar de ser mejor persona con cada día que pasa, incluso en esos momentos en los que te gustaría mandar al planeta entero a plantar un pino en una galaxia muy, muy lejana.
Y sobre todo, hablo de no renunciar a los sueños.
El pasado viernes tuve la inmensa suerte de poder leer unos relatos ante un centenar de persona que se habían reunido entorno a la fantástica excusa de catar varios vinos y maridajes gastronómicos.
Un micro y al toro.
Me reencontre con mis sueños, en el instante justo en el que comencé a leer el primero.
Y es que verán ustedes, me considero un tipo de lo más afortunado.
Llevo una buena vida, tengo un trabajo estupendo aunque ingrato en ocasiones.
Cada noche beso a la mujer que amo y cada mañana me pellizco, para asegurarme de que su respiración junto a mi oído no es fruto del exceso de taninos.
Y aún así, siento que de alguna manera he bajado al trastero alguna de mis mayores ilusiones.
Disfruto leyendo, actuando o hablando ante el público.
Me gusta la conexión que se logra con un grupo de desconocidos, aunque ese lazo sea absolutamente temporal.
Y es por ello que escribo.
Escribo en este blog y en otros blogs, escribo en mi muro de Facebook, escribo, para sentirme vivo y realizado.
Muchas veces no tengo gran cosa que decir, pero aún así, lo comparto.
Quiero vestirme de nuevo con mis ropas de artista y enfrentarme al vértigo del directo.
Y tengo muy claro que lo voy a seguir haciendo.
Así que aviso, he vuelto.
Un abrazo muy grande para todos.
No me refiero a darle un euro al muchacho que toca el violín bajo la nieve en la esquina de mi calle, ni de acudir corriendo a rescatar una mariposa agonizante de las cloradas aguas de la piscina.
No se trata de abrir la puerta al que te precede ni de ceder amablemente el asiento a una señora, o señorita.
Tampoco hablo de poner la otra mejilla cada vez que algún inútil apoltronado trata de torpedear tu trabajo o de destruir todo aquello que pueda evidenciar su falta d iniciativa.
Ni de elegir el vino adecuado de los que triplicando su precio de mercado, se presentan en las cartas de los restaurantes.
No hablo tampoco de seleccionar con acierto la corbata que combina con la camisa, la chaqueta, el cinturón, los calcetines, los zapatos y la raya del ojo de la señorita de la ventanilla del banco donde vas a pedir uno de esos créditos donde firmas con tu sangre y en el acto, un rayo rubrica en el documento y por triplicado, que acabas de quedarte sin alma al menos durante 35años.
Me refiero más bien, a abrir los ojos cada mañana y echar un vistazo rápido alrededor.
Y darle gracias a quien cada uno estime más oportuno por el techo que te cobija, el gato que te sonríe y la mujer que duerme a tu lado.
Encenderte un pitillo aún a sabiendas de que el cowboy del anuncio de Marlboro la diño de cáncer de pulmón, eso si, siendo el tipo que mejor ha lucido nunca un cigarro en los labios.
Hablo de sentarte ante el teclado al tiempo que esparces miguitas de pan alrededor de la mesa, a ver si las palomas de la inspiración se animan a picotear un ratillo.
De trabajar y esforzarse en que el trabajo sea lo más digno posible, aún a costa de que una mañana tu cabeza haga "chis-pum" y necesites un buen lingotazo de tila y un delicioso orfidal, que se deshace en tu boca, no tu en tus manos.
De ser sincero, ser siempre sincero.
Obviar los miedos y tratar de ser mejor persona con cada día que pasa, incluso en esos momentos en los que te gustaría mandar al planeta entero a plantar un pino en una galaxia muy, muy lejana.
Y sobre todo, hablo de no renunciar a los sueños.
El pasado viernes tuve la inmensa suerte de poder leer unos relatos ante un centenar de persona que se habían reunido entorno a la fantástica excusa de catar varios vinos y maridajes gastronómicos.
Un micro y al toro.
Me reencontre con mis sueños, en el instante justo en el que comencé a leer el primero.
Y es que verán ustedes, me considero un tipo de lo más afortunado.
Llevo una buena vida, tengo un trabajo estupendo aunque ingrato en ocasiones.
Cada noche beso a la mujer que amo y cada mañana me pellizco, para asegurarme de que su respiración junto a mi oído no es fruto del exceso de taninos.
Y aún así, siento que de alguna manera he bajado al trastero alguna de mis mayores ilusiones.
Disfruto leyendo, actuando o hablando ante el público.
Me gusta la conexión que se logra con un grupo de desconocidos, aunque ese lazo sea absolutamente temporal.
Y es por ello que escribo.
Escribo en este blog y en otros blogs, escribo en mi muro de Facebook, escribo, para sentirme vivo y realizado.
Muchas veces no tengo gran cosa que decir, pero aún así, lo comparto.
Quiero vestirme de nuevo con mis ropas de artista y enfrentarme al vértigo del directo.
Y tengo muy claro que lo voy a seguir haciendo.
Así que aviso, he vuelto.
Un abrazo muy grande para todos.
martes, 14 de enero de 2014
Soñando con metáforas.
Supongo que el cerebro pasa de dormir y aunque el cuerpo cansado de tanto ajetreo se rinda más tarde o más temprano cada noche, las neuronas se ponen hasta arriba de redbull o de lo que sea que se pongan y siguen ahí, dale que te pego, en una jornada de trabajo que ríete tú de las reformas laborales más severas.
En mi cabeza hay un cine espectacular.
"3D", " Home sourround" y toda la vaina.
Suele haber sesión de estreno por lo menos seis días a la semana (al menos una noche, los taninos del tinto ejercen su presión sindical e impiden la proyección)
Esta noche han estrenado una peli de lo más interesante.Si tuviera que encasillarla en algún género, diría que era una película de terror psicológico.
Sobre el guión de mis miedos y mis traumas más recientes y más firmemente instaurados, los productores de la cinta han decidido construir un largometraje en el que el protagonista (que aunque no aparece en plano en ningún momento, era exactamente igual que yo) a base de cámara subjetiva, se ve envuelto en una trama de espantosos crímenes durante las obras de construcción de algo que parecía una mina subterránea.
En una de las secuencias más estremecedoras, nuestro patético y tembloroso héroe, tenía que cruzar un abismo sobre la pasarela de tablitas de madera más inestable y más ridícula del mundo.
Ahí es donde aparece el ingeniero jefe de la obra (supongo que mi proyección neuronal de Dios o de algún tipo de figura de autoridad todopoderosa) para explicar por medio de un monólogo muy interesante, que el miedo, se construye sobre tablas de dos centímetros de espesor, como he construido casi siempre mis relaciones de pareja.
Una necesidad desconocida pero imperiosa, obliga al protagonista a atravesar la pasarela y justo en el momento en el que se acerca al otro lado, donde brillan en la pared enormes vetas de mineral dorado (imagino que esa es una metáfora sobre la felicidad) aparecen sombras demoníacas que se abalanzan sobre los inestables listones para tratar de hacerlo caer.
Esas sombras, con voces femeninas, creo que representaban el pasado más cercano y más doloroso.
Solo unos centímetros separan al protagonista del codiciado metal, de la seguridad de la tierra firme (lo que viene siendo el amor) y tan solo un pequeño salto sería suficiente para ponerle a salvo en lo que imagino simboliza una vida armoniosa y estable, pero se queda ahí, abrazándose las rodillas, muerto de miedo, asustado como un conejito.
Ahí es cuando mi cuerpo comienza a estremecerse en la cama y a convulsionar.
Se acerca el momento del "to be continued" e inconscientemente no quiero abandonar la butaca sin que aquel timorato llorica salte y llegue al otro lado.
De repente, funde en negro y aparecen en un blanco cegador los jodidos títulos de crédito.
Me despierto con tus brazos rodeando mi cuerpo y por un momento trato de buscar al acomodador, o al gerente del cine y suplicarle que cambien el rollo del final y pongan uno en el que el "prota" se decide a saltar, se llena los bolsillos de oro y va en busca de la chica, que seguramente tenga tu misma nariz, tu mismo cabello largo y precioso y el mismo sabor en los labios.
En vez de eso, la banda sonora chirriante que se escapa a través de las puertas de la sala, se convierten de repente en los maullidos de mi gato que me da los buenos días.
Con el primer café del día comprendo que tengo miedo.
Miedo a que de repente, dejes de quererme.
A que aparezca otro héroe que pise mi espalda y llegue al otro lado antes que yo.
Miedo a que esto que siento, esté construido con finas baldosas y se resquebraje al impulsarme para el salto final.
Así que ahora me encuentro tratando de extraer todas las conclusiones posibles, en pleno "cine forum" conmigo mismo, poniendo en blanco o mejor, en negro sobre blanco; todo lo que recuerdo de esta noche.
Y estoy deseando ver la segunda parte en la sesión habitual de las dos de la mañana, porque creo que esta vez, el hombrecillo rubio que se abraza las rodillas, se pondrá de pie y saltará con todas sus fuerzas.
Y le darán por el culo a las sombras demoníacas, al desconocido que tratará de pisarme la chepa y saltar sobre mi y al ingeniero jefe, porque me voy a hacer un rolex de dos por dos con el oro de la mina y voy a besar a la chica, que en efecto, es clavadita a ti, hasta que se me caigan los labios.
Y me voy a dar el gustazo de escribir bien grande en la pantalla: " Y fueron felices para siempre".
¿O eso es más propio de los cuentos?
En mi cabeza hay un cine espectacular.
"3D", " Home sourround" y toda la vaina.
Suele haber sesión de estreno por lo menos seis días a la semana (al menos una noche, los taninos del tinto ejercen su presión sindical e impiden la proyección)
Esta noche han estrenado una peli de lo más interesante.Si tuviera que encasillarla en algún género, diría que era una película de terror psicológico.
Sobre el guión de mis miedos y mis traumas más recientes y más firmemente instaurados, los productores de la cinta han decidido construir un largometraje en el que el protagonista (que aunque no aparece en plano en ningún momento, era exactamente igual que yo) a base de cámara subjetiva, se ve envuelto en una trama de espantosos crímenes durante las obras de construcción de algo que parecía una mina subterránea.
En una de las secuencias más estremecedoras, nuestro patético y tembloroso héroe, tenía que cruzar un abismo sobre la pasarela de tablitas de madera más inestable y más ridícula del mundo.
Ahí es donde aparece el ingeniero jefe de la obra (supongo que mi proyección neuronal de Dios o de algún tipo de figura de autoridad todopoderosa) para explicar por medio de un monólogo muy interesante, que el miedo, se construye sobre tablas de dos centímetros de espesor, como he construido casi siempre mis relaciones de pareja.
Una necesidad desconocida pero imperiosa, obliga al protagonista a atravesar la pasarela y justo en el momento en el que se acerca al otro lado, donde brillan en la pared enormes vetas de mineral dorado (imagino que esa es una metáfora sobre la felicidad) aparecen sombras demoníacas que se abalanzan sobre los inestables listones para tratar de hacerlo caer.
Esas sombras, con voces femeninas, creo que representaban el pasado más cercano y más doloroso.
Solo unos centímetros separan al protagonista del codiciado metal, de la seguridad de la tierra firme (lo que viene siendo el amor) y tan solo un pequeño salto sería suficiente para ponerle a salvo en lo que imagino simboliza una vida armoniosa y estable, pero se queda ahí, abrazándose las rodillas, muerto de miedo, asustado como un conejito.
Ahí es cuando mi cuerpo comienza a estremecerse en la cama y a convulsionar.
Se acerca el momento del "to be continued" e inconscientemente no quiero abandonar la butaca sin que aquel timorato llorica salte y llegue al otro lado.
De repente, funde en negro y aparecen en un blanco cegador los jodidos títulos de crédito.
Me despierto con tus brazos rodeando mi cuerpo y por un momento trato de buscar al acomodador, o al gerente del cine y suplicarle que cambien el rollo del final y pongan uno en el que el "prota" se decide a saltar, se llena los bolsillos de oro y va en busca de la chica, que seguramente tenga tu misma nariz, tu mismo cabello largo y precioso y el mismo sabor en los labios.
En vez de eso, la banda sonora chirriante que se escapa a través de las puertas de la sala, se convierten de repente en los maullidos de mi gato que me da los buenos días.
Con el primer café del día comprendo que tengo miedo.
Miedo a que de repente, dejes de quererme.
A que aparezca otro héroe que pise mi espalda y llegue al otro lado antes que yo.
Miedo a que esto que siento, esté construido con finas baldosas y se resquebraje al impulsarme para el salto final.
Así que ahora me encuentro tratando de extraer todas las conclusiones posibles, en pleno "cine forum" conmigo mismo, poniendo en blanco o mejor, en negro sobre blanco; todo lo que recuerdo de esta noche.
Y estoy deseando ver la segunda parte en la sesión habitual de las dos de la mañana, porque creo que esta vez, el hombrecillo rubio que se abraza las rodillas, se pondrá de pie y saltará con todas sus fuerzas.
Y le darán por el culo a las sombras demoníacas, al desconocido que tratará de pisarme la chepa y saltar sobre mi y al ingeniero jefe, porque me voy a hacer un rolex de dos por dos con el oro de la mina y voy a besar a la chica, que en efecto, es clavadita a ti, hasta que se me caigan los labios.
Y me voy a dar el gustazo de escribir bien grande en la pantalla: " Y fueron felices para siempre".
¿O eso es más propio de los cuentos?
sábado, 21 de diciembre de 2013
Last chance.
Estuve a punto de no reconocerla.
Coincidimos en unos grandes almacenes, ella iba acompañada de un muchacho menudo, de cabello largo y oscuro. Yo estaba solo, matando el tiempo en la sección de novedades musicales, acariciando las cajas de los cedes y retrasando el momento de volver a casa y sentarme a escribir en la dichosa novela que tantos quebraderos de cabeza me está dando.
Algo, no se que, hizo que levantara la vista y me fijara en ella justo cuando aquel muchacho le pasó el brazo alrededor de la cintura en un gesto a un tiempo cariñoso y protector.
Entonces ella se giró y pude verla con claridad.
El hechizo de ocultamiento era de los mejores que he visto, ningún mortal podría reconocerla, ni sospechar siquiera la verdadera naturaleza de su ser, pero por desgracia, para mi esos ojos verdes nunca tuvieron secretos.
Ni rastro de polvo de hadas, ni de sus pequeñas alas, simplemente una mujer preciosa con dos esmeraldas brillantes en el rostro.
Ella pareció sorprenderse también, supongo que he cambiado mucho y que de alguna manera no pudo o no quiso identificarme en un primer momento.
Tras la sorpresa inicial, sus ojos se relajaron y perdieron algo de fulgor, como si una pena enorme se hubiera apoderado de ellos.
Los clavó fijamente en los míos y el tiempo se detuvo.
La muchedumbre se quedó estática, la música cesó y los relojes se pararon.
Los recuerdos me arrollaron como una locomotora sin control.
El estanque de las sirenas, el barco de Garfio, los niños perdidos, la princesa india...
Traté de sonreír, pero en aquel instante atemporal, la sonrisa decidió escaparse con mi sombra.
A punto estuve de mandarlo todo al carajo, de renunciar a aquello que ansiaba : una vida normal, una apariencia normal ,un amor convencional, un futuro incierto.
A punto estuve de elevarme y cacarear, de ceñirme de nuevo las mallas,de correr a besarla, pero algo en mi interior me retuvo.
Campanilla pertenece al pasado, a los sueños de un niño obcecado en no crecer, a una vida que al final se torció y que no volverá.
Nunca había visto a un hada llorar y cuando la primera lágrima comenzó a descender por su mejilla, supe que por mucho que lo deseara, por muy firme que fuera mi propósito, por mucho que me esforzara, nunca podría olvidarla por completo.
De pronto las manecillas del reloj volvieron a marcar el tiempo, el público de los grandes almacenes reanudó sus quehaceres y la música regresó atronando aquel espacio con insoportables villancicos a ritmo de gospel.
Disimuladamente se secó las lágrimas con el dorso de la mano y en un acto de extrema crueldad, sabiendo que yo seguía contemplándola, se giro hacia aquel miserable humano y le besó en los labios.
Después, simplemente se confundieron entre el gentío y desaparecieron.
Medio mareado salí a la calle y encendí un pitillo.
Traté de comprender que amarga broma se esconde tras la vida, cuando aquella que lo fue todo, se convierte en una sombra entre otras sombras.
El viento helado me abofeteó sin clemencia alguna y por primera vez en mucho tiempo, deseé estar muy lejos de allí, sentado en mi nube, maldiciéndolo todo.
Pero lejos de abandonar, simplemente me subí los cuellos del gabán.
No me atreví a volverme, se que no hubiera podido soportar un segundo encuentro.
Con el cigarro entre los labios, cerré los ojos y comencé a caminar.
Se que ella permaneció un rato observándome al largarme de allí.
Lo que ya no se, es porque lloró.
Coincidimos en unos grandes almacenes, ella iba acompañada de un muchacho menudo, de cabello largo y oscuro. Yo estaba solo, matando el tiempo en la sección de novedades musicales, acariciando las cajas de los cedes y retrasando el momento de volver a casa y sentarme a escribir en la dichosa novela que tantos quebraderos de cabeza me está dando.
Algo, no se que, hizo que levantara la vista y me fijara en ella justo cuando aquel muchacho le pasó el brazo alrededor de la cintura en un gesto a un tiempo cariñoso y protector.
Entonces ella se giró y pude verla con claridad.
El hechizo de ocultamiento era de los mejores que he visto, ningún mortal podría reconocerla, ni sospechar siquiera la verdadera naturaleza de su ser, pero por desgracia, para mi esos ojos verdes nunca tuvieron secretos.
Ni rastro de polvo de hadas, ni de sus pequeñas alas, simplemente una mujer preciosa con dos esmeraldas brillantes en el rostro.
Ella pareció sorprenderse también, supongo que he cambiado mucho y que de alguna manera no pudo o no quiso identificarme en un primer momento.
Tras la sorpresa inicial, sus ojos se relajaron y perdieron algo de fulgor, como si una pena enorme se hubiera apoderado de ellos.
Los clavó fijamente en los míos y el tiempo se detuvo.
La muchedumbre se quedó estática, la música cesó y los relojes se pararon.
Los recuerdos me arrollaron como una locomotora sin control.
El estanque de las sirenas, el barco de Garfio, los niños perdidos, la princesa india...
Traté de sonreír, pero en aquel instante atemporal, la sonrisa decidió escaparse con mi sombra.
A punto estuve de mandarlo todo al carajo, de renunciar a aquello que ansiaba : una vida normal, una apariencia normal ,un amor convencional, un futuro incierto.
A punto estuve de elevarme y cacarear, de ceñirme de nuevo las mallas,de correr a besarla, pero algo en mi interior me retuvo.
Campanilla pertenece al pasado, a los sueños de un niño obcecado en no crecer, a una vida que al final se torció y que no volverá.
Nunca había visto a un hada llorar y cuando la primera lágrima comenzó a descender por su mejilla, supe que por mucho que lo deseara, por muy firme que fuera mi propósito, por mucho que me esforzara, nunca podría olvidarla por completo.
De pronto las manecillas del reloj volvieron a marcar el tiempo, el público de los grandes almacenes reanudó sus quehaceres y la música regresó atronando aquel espacio con insoportables villancicos a ritmo de gospel.
Disimuladamente se secó las lágrimas con el dorso de la mano y en un acto de extrema crueldad, sabiendo que yo seguía contemplándola, se giro hacia aquel miserable humano y le besó en los labios.
Después, simplemente se confundieron entre el gentío y desaparecieron.
Medio mareado salí a la calle y encendí un pitillo.
Traté de comprender que amarga broma se esconde tras la vida, cuando aquella que lo fue todo, se convierte en una sombra entre otras sombras.
El viento helado me abofeteó sin clemencia alguna y por primera vez en mucho tiempo, deseé estar muy lejos de allí, sentado en mi nube, maldiciéndolo todo.
Pero lejos de abandonar, simplemente me subí los cuellos del gabán.
No me atreví a volverme, se que no hubiera podido soportar un segundo encuentro.
Con el cigarro entre los labios, cerré los ojos y comencé a caminar.
Se que ella permaneció un rato observándome al largarme de allí.
Lo que ya no se, es porque lloró.
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