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miércoles, 1 de noviembre de 2023

Como quiera que sea


 Me llamo, me invito a venir, me insisto y trato de convencerme, me espero en silencio fumando un pitillo tras otro y tratando de disimular las lágrimas y la impaciencia. Pero no dejo de darme plantones, de ponerme excusas y de rechazar ofertas.

No sé como llegaré hasta mi si es que un día llego, aunque me harto de escribir y de decir que todo termina llegando, incluso lo bueno. ¿Y si no soy lo bueno? ¿Si no soy lo que  necesito?¿ Si no soy el que espero?

Puede que llegue disfrazado de un pasado que no debería volver jamás, bailando claqué y tarareando un tema de Sinatra mientras juega con la chistera. Puede que intente pasar hasta adentro ataviado del futuro que anhelo, sonriendo como ELLA y repitiendo una y otra vez antes de negarse definitivamente a entrar, la explicación más verosímil de porqué lo nuestro es imposible, pero no me atreveré a escucharlo para no romperme el alma, para no aceptar que no quiero una vida sin su presencia y que por mucho que rece y suplique, el destino no cejará en su empeño de volverme loco. Por lo que sintiéndolo tanto que apenas soporto el dolor, me despido con un beso y cierro la puerta.

Alguien me va a quemar el telefonillo y cuando acierto a contestar a la llamada del video portero, asustado pero audaz, esquivo pero confiado, terriblemente triste pero deseando cambiar el gesto, veo que soy lo más parecido a mi con un moderno traje a medida confeccionado con el más exclusivo paño de presente. Pantalones pitillo negros, botas del mismo color, camisa también negra y chaqueta ajustada, a juego con mi espíritu y que a duras penas impide adivinar el arma que oculto bajo la axila. 

Sé que vengo a por mi, que voy a matarme, que quien insiste en verme no es más que una de mis ilusiones perdidas jugando con las pocas esperanzas que me quedan, y suplantando mi sueño más hermoso, aquel en el que me veo feliz sabiendo que por una vez en mis vidas he hecho las cosas bien, he elegido con acierto, he atinado con los besos y me he despertado junto a la persona adecuada. Pero claro, aunque recurrente no deja de ser un sueño. El hijo de puta rencoroso de Morfeo se ha aliado con el destino para gastarme la más endiablada y cruel de las bromas. Y al abrir la puerta descubro que quien insistía tanto no era otro que el yo que ya no quiero ser, el que he dejado de lado, el que intento apartar de mi. El que debería haberse largado muy lejos ya. Pero como siempre he sido yo, me conoce demasiado bien y se frota contra mis piernas como un gatito, maullando lastimero, y pidiéndome por favor que lo deje entrar en casa porque fuera llueve casi tanto como en el interior de mi pecho. Y no sé decir que no.

Sirvo dos cuencos de leche, adultero el mío con whisky escocés de malta, le ofrezco un pitillo que enciendo con un viejo mechero de gasolina, aspiro dos profundas caladas, lo acompaño hasta el ordenador y abro el archivo de la novela plagada de correcciones en rojo, en la que por fin soy feliz al lado de la única mujer que sé que realmente amaré jamás. Y sentados en la misma silla comenzamos a escribir a cuatro manos, temiendo llegar a un final que no nos convenza, aunque a ELLA le pueda valer.

Puede que en efecto, todo termine llegando. Puede que nunca sea lo bueno.