Mercuccio regresó a la mesa con una jarra de vino siciliano, tinto, espeso y muy alcohólico. El tabernero les había obsequiado con un poco de queso parmesano, para acompañar la bebida. Esta era una costumbre muy española, que habían importado los soldados llegados desde la península ibérica a los tercios de Nápoles y que rápidamente se había extendido por todo el país.
-Me bebo esta jarra contigo y me retiro a casa, Mercuccio. A estas horas ya, solo podremos encontrar problemas.
-Vamos Romeo, no me vengas con esas. Eres una de los mejores espadachines de Italia, nunca te has arredrado ante bravucones y camorristas y jamás se ha podido decir de ti, que eres un cobarde. Creo que esa Julieta te está cambiando el carácter y te conseguirá convertir en aquello de lo que siempre te has mofado.
-No metas a Julieta en esto. Voy cumpliendo años y la arrogancia de la juventud, comienza a dejar paso a la prudencia de la madurez. Querido amigo, aún podré atravesar el pecho de quien ose importunarnos pero empiezo a cuestionarme si realmente merece la pena jugarse la vida por pendencias tabernarias.
-Antes ni te lo planteabas, al igual que antes ibas libando de flor en flor, desayunando una infusión distinta cada mañana y regresando a casa con diferentes perfumes en la piel.
-Pero la he conocido a ella y aquel Romeo ya partió. Ahora soy un Romeo que respira por y para ella.
-Y eso te terminará costando la vida. Bien sabes que lo vuestro es imposible. Vuestras familias no os lo consentirán nunca.
-No conozco más familia que la que pienso crear con ella. No hay nada imposible si el amor verdadero, anda de por medio.
-¿Amor verdadero? Perdona amigo, pero el amor verdadero es un invento de poetas y juglares.
-Te compadezco Mercuccio. Llegará el día en que lo descubras y disfrutes de sus mieles.
-Pues en lo que llega ese día, si no te importa creo que prefiero disfrutar de las mieles de una de aquellas bailarinas españolas que acaban de entrar después de haber terminado su función de hoy en el palacio del duque. Mira que cuerpos, que cabellos, que ojos. Que cantidad de placer oculto bajo sus vestidos.
- Ciertamente son hermosas ambas pero me llama mucho más la atención la de la derecha, la de la hermosa sonrisa. La sonrisa es lo más hermoso de una mujer. No obstante muero por la sonrisa de Julieta y creo que me perderé este baile.
- No puedo contigo Romeo. Eres muy dueño de hacer lo que te plazca pero mucho me temo que pierdes el tiempo, que lo tuyo con Julieta solo te va a traer problemas y que la cosa terminará mal.
- Termine como deba terminar Mercuccio pero si he de morir, moriré junto a ella, por ella y para ella.
- En efecto esa españolita tiene una sonrisa espectacular, de hecho creo que la he visto antes. A fe mia que trabaja en una taberna del puerto, en la "Taberna del Albor". Esa sonrisa no se olvida facilmente. Voy a intentar acompañarla a su casa. A no ser que quieras acompañarla tu y yo se lo pida a su amiga, que tampoco está nada mal.
-Ya te he dicho, Mercuccio, que como casualmente he leído en un libro español no hace mucho y si se me permite apropiarme de un pasaje y adecuarlo a mis circunstancias, Julieto soy, en Julieta creo y a Julieta amo. Me retiro amigo, te deseo un gran éxito, la joven merece el esfuerzo que creo que vas a tener que realizar. Las españolas son mujeres bravas y muy difíciles y no se van con el primero que les dice "ojos verdes tienes".
-Puede que no se me logre, pero cómo me dijo otra española de muy parecida sonrisa no hace demasiado tiempo, "por mi, que no quede". Descansa amigo. Y sueña con ella.
- Si no lo hago con ella, prefiero no soñar. Buenas noches Mercuccio.
-Buenas noches, Romeo.