Llevaba tiempo madurando su vuelta a la ciudad y pensando que si todo se pusiera difícil, sabría perfectamente lo que hacer. Y lo hizo.
Cuando sentado en uno de los graderíos instalados en la plaza mayor para ver los espectáculos programados allí, descubrió a uno de sus ex socios pasando papelinas entre el público, supo que el final de todo estaba cerca. No tardó en descubrir a dos integrantes más de la banda merodeando por la inmediaciones, controlando que la policía no desbaratase su negocio. Tanta gente joven venida de toda España al festival, con ganas de fiesta y de quemar la noche, era un verdadero filón para aquellos hijos de puta.
A él nunca le interesó el tráfico de drogas. Robar también era un delito, pero una cosa era atracar un banco, donde el dinero estaba asegurado y con su método nunca había resultado nadie herido y otra cosa muy distinta, vender muerte blanca en polvo, que arruinaba vidas y destrozaba familias.
Su camarada, su supuesto hermano, su compañero de fatigas, había cambiado mucho en la cárcel y cuando salió tras haber compartido celda durante más de dos años con un narco gallego, dejó bien claro que los tiempos de butrones y cinematográficos planes de robo, se habían terminado.
La coca comenzó a llegar por kilos y, tras fichar a unos cuantos descerebrados para que la pusieran en la calle, les terminaron doliendo los dedos de contar billetes.
Él, decidió quitarse de en medio, asqueado del giro que habían dado las cosas. A Cesar, su veto al cambio de actividad no le pareció sensato y no le permitió abandonar así por las buenas, por lo que tuvo que forzar su salida, amenazando con entregar a la policía ciertas pruebas de la implicación de aquel capo de tres al cuarto y de su pareja ,en el nuevo apogeo del tráfico de drogas en la comunidad autónoma de Castilla y León. A Cesar, aquello le resultó demasiado peligroso y, aunque en un principio se contuvo, terminó poniendo precio a su cabeza; confiado en que muerto el perro se acabaría la rabia, pero el perro no tenía prevista una muerte inminente y no creyó sus amenazas, que nunca pasaron de que un par de macarras lo increpasen por la calle, de llamadas amenazadoras, mensajes en el teléfono móvil desde números desconocidos y correos electrónicos, que metafóricamente le indicaban que a todo cerdo le llega su San Martín y como si se tratase de un mal estudiante de colegio de jesuitas, "lo invitaban a cambiar de centro" y de no hacerlo, le seria "abierto expediente" de lado a lado de la garganta. Aquello le terminó convenciendo para "cambiar de centro" y se marchó a vivir a Granada.
Vio que uno de los nuevos estaba enviando un whatsap a alguien mientras no le quitaba ojo, seguramente avisando al resto de su vuelta a la ciudad y preguntando que hacer con él.
Aguantó en tensión los pocos minutos que quedaban de espectáculo y aprovechó la salida del numeroso público para escabullirse tras el escenario y por la entrada de artistas sin ser visto.
Tan solo llevaba un cuchillo de gaucho (regalo de uno de sus mejores amigos tras un viaje a Argentina) en la bota izquierda, no portaba más armas. Tenía previsto como solucionar aquello. Siguió su plan de emergencia, que lo llevo hasta el vecino Corte Ingles de la calle Cosntitución, donde con mal disimulada torpeza, robó un reloj ante uno de los seguratas uniformados, que lo siguió hasta las escaleras avisando a los compañeros por radio. Lo esperó oculto junto a los escalones y antes de que se diese cuenta, lo golpeó con un extintor en la cabeza haciéndole perder el sentido y rápidamente le arrebató el revolver Astra de 38 cm y la munición que portaba.
Espero unos segundos a que llegase otro guardia de seguridad, lo encañonó y tras arrebatarle su arma reglamentaria, lo esposó a la muñeca del compañero caído y a la barandilla de la desierta escalera (gran invento los ascensores) y los amordazó a ambos con las corbatas del uniforme.
Comprobó que las dos armas estuviesen cargadas y sabiendo que los sicarios de Cesar estarían buscándolo por las inmediaciones de la plaza mayor, salió a la calle por la puerta principal.
Cuando hubo comprobado que lo habían localizado entre el gentío, enfiló la calle Santiago en dirección al Campo Grande. La muchedumbre le servía de escudo humano. Ninguno de aquellos desgraciados estaba tan loco como para intentar algo ante cientos de testigos.
Al llegar a la fuente junto a la estatua del insigne poeta vallisoletano José Zorrilla, se detuvo unos segundos para hacer un recuento de enemigos y para su sorpresa,se alegró al ver que eran cinco, entre los que se encontraba el mismísimo Cesar, que no habría querido perderse la captura o la ejecución de su ex amigo.
Enfiló el paseo central del parque desde la puerta de acceso más cercana y se rió al verlo abarrotado por igual de personas y escandalosos pavos reales . Llegó hasta el estanque central donde recordó su paseos siendo niño en la barca del "Catarrro" y con rapidez se ocultó en la frondosa vegetación del jardín vallado tras unos árboles y, decidió esperar a que terminase de ponerse el sol.
Desde su escondite, con el cuerpo pegado al suelo entre hojarasca y mierdas de la variada fauna de aquel edén urbano, se entretuvo observando como sus perseguidores se desesperaban buscándolo y poco a poco los vecinos y paseantes abandonaban aquel lugar.
Era el momento. Frente a él se encontraba Cesar con Paulino y Arturo, dos de sus más fieles secuaces. Amartilló con cuidado ambos revólveres , se puso en pie y como Burt Lancaster en Ok Corral, se encaminó hacía ellos abriendo fuego. Paulino recibió dos disparos en el pecho sin haber llegado a sacar su arma, Arturo pudo montar su automática antes de que la bala del 38 especial le atravesase el cráneo y Cesar, que no solía ir armado al no considerarlo necesario y, por precaución de cara a sus continuas reuniones en edificios oficiales, donde trataba de conseguir que autoridades civiles y cargos políticos se apuntasen a sus trapicheos y le concediesen sus favores en forma de licencias especiales, se arrojó al suelo suplicando clemencia por los viejos tiempos.
Ignorando los lloriqueos de su cobarde ex amigo, sacó el cuchillo de la bota y se lo hundió en el pecho varias veces, asegurándose de haberle atravesado el corazón en al menos un par de ocasiones.
Al oír los disparos algunas personas se habían acercado a ver que sucedía y cuando extrajo la hoja del cuchillo del pecho de Cesar y hubo limpiado el arma en la coleta del cadáver para guardarla de nuevo en la bota, escuchó los aplausos y las ovaciones de los testigos que creyeron que aquello formaba parte del teatro de calle.
Entre el grupo de gente que se había concentrado allí encontró a los dos narcotraficantes que pensaron que con tantos testigos nada podría pasarles, se acercó saludando como un actor y al incorporarse tras una reverencia hecha junto a ellos, sacó uno de los revólveres del cinturón, colocó el cañón en la cara de uno de ellos y bajo la atónita mirada de su compañero y del público asistente, le disparó dos veces convirtiendo su rostro en una pulpa sanguinolenta y esparciendo sangre, huesos y trozos de carne entre su compañero y aquel grupo de confundidos y horrorizados testigos. Acto seguido disparo al último criminal vivo en el estómago y en el abdomen y retrocedió paso a paso hasta volver a ponerse frente al público que no paraba de gritar. Saludó, se llevó el arma a la sien y evitándose la detención, el juicio y decenas de años de condena, apretó el gatillo.
Gran éxito de crítica y público. Estreno internacional y única función.