Yo que siempre me he considerado un tipo tan romántico como original y culto, he descubierto que al mantener una conversación por Whatsap y enviar un último mensaje cortando la comunicación, acostumbro a despedirme con: "Besos en su punto de sal, reducción de caricias y abrazos caramelizados, todo ello en tamaño king size". Vamos, que me he vuelto un gilipollas.
Con lo bien que me caía Elena Santonja y lo estupendo que era su programa. "Con las manos en la masa", que acompañó muchas de las lecciones que aprendí de mi madre en la cocina.
Siempre me atrajo el mundo de la gastronomía y aunque nunca me he dedicado a ello profesionalmente, me encanta encerrarme en ese taller con todo tipo de utensilios y materias primas y dejar volar la imaginación y dedicar algo de creatividad a alimentar el cuerpo, no solo el espíritu.
Palabras como maridaje, reducción, emplatar y un largo etcétera han pasado a engrosar la lista de las más utilizadas, en mis últimos cuatro años de existencia.
Es cierto que tener cierta soltura en los fogones es un valor añadido a la hora de conquistar a una dama y también te confiere una siniestra habilidad para preparar suculentos guisos con cristal rayado, cabezas de alcayatas y salteado de cuchilla de afeitar. El uso de venenos, raticidas y demás productos químicos es una tremenda vulgaridad y además no he encontrado el vino que maride en condiciones con el cianuro.
Esta sociedad nuestra ahora encumbra a quien antes se consideraba poco más que un siervo y en ese sentido, estoy completamente de acuerdo, pues los profesionales de la gastronomía merecen absolutamente el mayor de los respetos y son auténticos artistas que crean oras magníficas por las que pasarán a la historia. Lo que ya no me gusta lo más mínimo, es que haya alguno de ellos que se permita despotricar contra la cocina de toda la vida, aquella con la que nuestras abuelas y nuestras madres no enseñaron lo que era el éxtasis. Esa cocina que nos facilitó nuestro primer orgasmo, al saborear unas manitas de cordero, un rabo de toro o un cocido madrileño.
No hace falta guarrear los platos con vinagre negro y espeso, ni con otros artificios, para que comer sea una experiencia similar a algunas prácticas de lo más placenteras.
No me fío de la gente que apenas prueba el contenido de los platos, ni de la que los deja llenos y a la media hora se hincha a gusanitos y cortezas.
Para mí, la noche perfecta con la persona amada, arranca con una cena acorde a las circunstancias, con un vino maridado con lujuria y con un postre susceptible de ser devorado hasta llegar a la cama, y terminado sobre su ombligo. Pero sigo siendo un romántico, que se le va a hacer.
Cuando aprieta el hambre, como cuando se está falto de amor, siempre habrá comida basura, pedidos telefónicos y una gran variedad de comida rápida
Lo siento, soy un delicado y exigente gourmet.