Porque todo tiene un límite. Y mi paciencia también.
El problema radica una vez más en mi y en mi forma de ser. Llevo demasiado tiempo ejerciendo de adorable gatito, pero hasta aquí hemos llegado y toca sacar las uñas, erizarse, bufar y repartir zarpazos llegado el caso. Se acabó lo de regalar ronroneos constantes y tumbarme panza arriba confiado y despreocupado, cambiando la dignidad por las tan necesarias caricias que pese a todo me hacían feliz. Este era un trueque demasiado peligroso y la recompensa solía ser efímera. Se acabó lo de tratar de evitar los conflictos, las polémicas y los desacuerdos. Se acabó darme sin medida, vaciarme sin remedio y entregarme sin garantías. Se terminó ya el peligroso funambulismo emocional sobre un cable sin red. No creo que vuelva a caer de pie, no creo que se me permita malgastar más vidas.
Pero insisto, la culpa ha sido mía. Hay un dicho popular que en forma de uno de tantos consejos que siempre he ignorado, debería haber calado en mi hace ya mucho tiempo, "cuidado con lo que toleras porque estás enseñando cómo tratarte". Y es que son demasiadas las personas que confunden sensibilidad con debilidad. Pero lo siento mucho. Soy altamente sensible, sí, pero también soy mucho más fuerte de lo que parece. Y eso ya lo he demostrado. No voy a desearle a nadie mal alguno, pero me gustaría que aquellos que se burlaron de mis circunstancias y se aprovechan de esta personalidad tan dócil, pasarán tan solo por una décima parte de lo que yo he pasado. Ya veríamos donde quedaban sus mofas. Y quien es el débil.
Acostumbro a escribir que rendirse no es una opción y suelo describir la vida como un combate de boxeo en el que al saltar al ring has de pelear contra el destino, el más poderoso contrincante, el amo del cuadrilátero y dueño del cinturón que anhelo. Hasta el momento he conseguido mantenerme en pie con un hábil y muy metafórico juego de piernas que me permitía escapar de su impresionante zurda, o soportar puñetazo tras puñetazo, encajando con estoico sufrimiento los potentes directos de derecha al corazón, pero ya está. Hasta aquí hemos llegado. Cambio de estrategia. Ya no bailo, no escapo, no encajo. Ahora toca pegar, buscar el gancho perfecto que le rompa la mandíbula, la serie demoledora que le abra ambas cejas y le haga tragarse el protector bucal, el definitivo cuerpo a cuerpo que destroce sus costillas.
Al abandonar mi esquina cuando suene la campana ya nos seré ese lindo gatito, sino el peligroso felino que escondo tras los rugidos que disfracé de maullidos.
Y sí, siento, sufro, padezco, lloro, suspiro y maldigo en soledad las tretas de los hados, pero lo haré en soledad, en la intimidad de mi prosa y de mis versos. He decidido que se terminó ese yo lastimero que creía poder con todo, y que invertía su esperanza y su energía en negocios tiernos, románticos y realmente seductores y bonitos, aunque imposibles y vacíos de toda posibilidad de éxito. Ahora me necesito y he decidido ayudarme. Estoy entrenando con ganas y decisión hasta el agotamiento diario. Me cuidaré y me protegeré más que nunca, y si he de golpear lo haré con tanta fuerza como Dios me de, porque ya no le pido paciencia. Ni la quiero. Ya no. No todo termina llegando. Hay cosas que tienes que ganártelas o no llegarán jamás, por mucho que reces para que se cumplan tus sueños.
No perderé más ilusiones, recuperaré las perdidas. Y si fuera necesario, moriré en combate, y esta vez lo haré peleando únicamente por mi.
A por ello. A por todo.