jueves, 27 de febrero de 2025

Yo tenía una granja en áfrica


 Con la película  Memorias de África comparto la admiración de sus protagonistas por un continente que acoge las más impresionantes especies animales, y que fue la cuna de la que insiste en creerse la especie superior.

Estos microrrelatos están dedicados a África



 Grandes felinos

Viajó a África para cumplir un sueño. Durante muchos años se formó en la universidad y en centros especializados para poder trabajar con los grandes felinos que habitan el continente africano. Consiguió una beca que supo le cambiaria la vida. Y vaya si se la cambió.

La embajada española en Sudáfrica repatrió el cadáver del joven e imprudente zoólogo que cometió la imprudencia de creer que los leones de la reserva no eran otra cosa que gatos grandes.

 

Un diamante es para siempre

O al menos para treinta años y un día, que fue la condena que el tribunal internacional que juzgó sus delitos decidió aplicarle tras probarse con hechos fehacientes y testigos de cargo que aquel reo de la justicia había asesinado a un exportador de diamantes de Namibia, y le había arrebatado más de quince ejemplares de la mayor calidad.

No se han encontrado aún las piezas sustraídas y el preso sabe que no las encontraran nunca. Solo tiene que esperar, pero la espera merece la pena.

 

Diosa de ébano

Aquella preciosidad de El Congo que le robó el corazón llego a España apenas un año antes de que sus ojos se cruzaran con los suyos en aquel mercadillo de artesanía, instalado en la plaza mayor del pueblo durante las fiestas patronales.

La belleza de ébano que lo cautivó con su impresionante sonrisa y su mirada arrogante exponía piezas talladas en hueso. Eran casi tan bonitas como ella. Compró dos collares y una pulsera y le entregó sin dudarlo los treinta y cinco euros que ella le reclamó. Y su corazón.

Cada mañana al despertar a su lado y verla dormir abrazada a él, da gracias a su dios, a los dioses a los que ella adora, y a quien quiera que sea el que maneja los hilos desde el mismo cielo que cubre África y Europa, por haberle concedido esa bendición hecha mujer.

domingo, 23 de febrero de 2025

En nuestras manos


 En la década de los 80 el ser humano ya había aprendido a temer a la IA y una buena prueba de este temor es la película de James Cameron The Terminator , cinta en la que por primera vez se nos habla de Skynet, la peligrosa Inteligencia Artificial creada por el hombre pero que al evolucionar y desarrollarse decide prescindir de su creador y orquesta el fin de la humanidad optimizando los recursos de destrucción del planeta a través de una devastación nuclear sin precedentes.

Acojona. Y mucho.

Hace unos días tuve una interesante conversación virtual con una ex alumna de mi curso de dramaturgia en Simancas, en la que me razonó su postura con un argumento en el que no había caído, y que no es otro que si el ser humano utiliza la IA para garantizarse su supervivencia tendremos a nuestro lado al más poderoso aliado. Que debemos trabajar en nutrir a la IA de cuantos sueños, ilusiones y esperanzas podamos para que nos ayude a alcanzar nuestros objetivos. 

Así no solo es que ya no acojona, sino que ilusiona.

 Hace ya tiempo que aprendí a reconocer mis equivocaciones, a decir que estaba equivocado y a poner toda mi energía en aprender de los errores, y mucho me temo que me he obcecado en ver tan solo las sombras que acompañan a la inteligencia artificial renunciando al resplandor de su luz, y en efecto, el futuro puede ser increíblemente luminoso. 

Tan solo debemos procurar que los objetivos de la humanidad caminen en la misma dirección y que realmente esos valores de igualdad, fraternidad  y libertad queramos hacerlos verdaderamente universales y no pretendamos que como sucede en la actualidad, el 20% de la humanidad controle el 80% de la riqueza del planeta.

Si no nos despojamos de ambición y de egoísmo, da igual el nombre que le pongamos a la forma de terminar con todo, Skynet, IA, Enola Guy...

martes, 18 de febrero de 2025

Balazos en el alma


Es curioso esto de vivir. 

Supongo que no soy el único que siente que le han acribillado a balazos con munición de embustes, y que le han atravesado de parte a parte con la bayoneta de la traición que calaron sobre la bocacha del fusil de un amor de saldo.

Sé que no soy el único al que han sabido desarmar con falsos te quiero, y por eso mismo he escrito una y mil veces que no tengo el monopolio del dolor ni la exclusiva de la angustia. Tan solo enfermo al chupar el veneno de las viejas heridas y tratar de escupirlo lejos, siguiendo el precepto de que la vida sigue, pero siempre quedan restos de recuerdos infectados en los labios y es entonces cuando me juro no volver a echar la vista atrás, y no volver a creer a quien me diga que me quiere sin mantenerme la mirada, y tras sellar con lágrimas el juramento, aprovecho para desahogarme en negro sobre blanco y me siento a escribir mojando una vez más la pluma en el tintero del alma y permitiendo que todo fluya. Y agradeciéndole a Dios que me concediera la capacidad de juntar letras y gritar en esdrújulas, sufrir en tercetos y morir en cada punto y a parte, para volver a nacer una y otra vez con cada nuevo párrafo.

Quizás por eso digo siempre que para mi escribir es una necesidad vital. Porque si no pudiera escribir preferiría estar muerto.

Puede que en futuras vidas la inteligencia artificial sea capaz de sentir y de comprender por mi, e incluso me ayudará a recuperar la fe en el amor, y la esperanza en un paraíso junto a Ella. Pero aún soy de aquellos que prefieren cometer errores evidentes, resbalar sobre las baldosas mojadas de una sonrisa de medio lado  y besar los labios equivocados. Aún soy de aquellos que insisten en enamorarse aún a sabiendas de que es un deporte de riesgo.


Es curioso esto de vivir, pero aún es más curioso esto de seguir vivo, pese a todo, pase lo que pase y le pese a quien le pese.
 

miércoles, 12 de febrero de 2025

Un jodido embustero

Y es una verdad como un templo, el miedo si puede te ahoga y más cuando no te aceptas, y como dice la canción, "te vistes de otra cosa". Y ya he cumplido 50 primaveras y estoy harto de probarme modelitos para ver si consigo gustar a los demás, olvidando en el armario el único traje hecho a la medida, el que cosieron para mi en la sastrería celestial, que lleno de los remiendos que intentaron prolongar su vida útil pese a lo duro de las caídas, de los golpes, de las heridas y las traiciones, y visiblemente desgastado por el paso del tiempo, sigue siendo el que mejor me sienta, aunque haya a quien no le guste.

El problema es que por intentar ser aceptado socialmente, emocionalmente, artística y laboralmente, fui yo el que decidió abandonarlo en su percha cubierto por una funda intentando protegerlo del polvo del adiós y de las polillas de la nostalgia.

Hoy lo he sacado del armario, me he cansado de intentar ser lo que los demás quieren que sea y voy a ser yo, pase lo que pase y le pese a quien le pese. Voy a desfilar orgulloso con este modelito que nunca pasará de moda porque lleva un pespunte de verdad a lo lago de las costuras, y aunque haya quien prefiera mirar hacia otro lado, lo siento mucho, pero la pasarela es mia.

Paso de tratar de embutirme en el conjunto de moda que nada tiene que ver con los principios ni con los valores con los que tejieron mi dos piezas de diseño.

Se acerca el momento de perder el miedo, de mirarme al espejo y de sentirme orgulloso de lo que veo, y de salir a la calle con la cabeza bien alta. Y al que no le guste, sencillamente que no mire. Hay muchos desfiles por ahí y mucho/a "modelo" deseando acaparar la atención y los flases.

Lo que tengo más que claro es que paso de ser un jodido embustero con el mundo, con la vida y conmigo mismo.
 

miércoles, 5 de febrero de 2025

Verlo venir


Relato publicado en el número 8 de la revista literaria Malos pasos (desde aquí os recomiendo su lectura, sé que pasaréis un muy buen rato con los textos de los colaboradores). 


                                  No quisimos verlo venir


 Cuando las cadenas de televisión emitieron las primeras imágenes de los misiles que impactaron contra los edificios del centro de la capital, todos nos llevamos las manos a la cabeza.

El ataque no duró más de cuatro minutos, pero esa pequeña fracción de tiempo fue más que suficiente para involucrar al país en la que sin duda será la guerra definitiva, la que terminará con la raza humana, la que distintos profetas a lo largo de los siglos anunciaron como el día del juicio final.

El gobierno español llevaba muchos meses haciendo el más peligroso ejercicio de funambulismo caminando sobre el cable sin red tendido entre los distintos bloques en los que se ha dividido el mundo, y estaba cantado que terminaría perdiendo el equilibrio y precipitándose al vacío.

La sociedad había involucionado y por muchos progresos y avances en las distintas ciencias que al servicio del dinero nos engañaron ofreciéndonos un hipotético futuro mejor, la ambición desmedida que hizo que apenas un 15% de la población mundial controlase el 90% de la riqueza del planeta, terminó implosionando y llevándoselo todo por delante.

El Ibex 35, dueño y señor de las conciencias y las almas de nuestros representantes políticos, se ocupó de vendernos una utópica democracia en la que los ciudadanos elegíamos a nuestros gobernantes atendiendo a unas ideologías concretas, a unos programas cada vez más abiertos y parecidos y a unos principios rescatados del pasado y disfrazados de presente. Pero consiguieron distraer nuestra atención con banalidades y viejas rencillas desenterradas para completar el amplio y entretenido programa de ese circo que es la política, y que así no nos molestásemos en leer la letra pequeña del contrato en el que firmamos entregar nuestro futuro al único y verdadero líder al que todos veneran, el dinero.

Confiados en haberse posicionado en el bando de los poderosos, nuestros verdaderos gobernantes invirtieron en falsa seguridad y se dedicaron a lavarse las manos, a escupirnos y a decirnos que llueve, y a jugar a ser avestruces cuando las cosas se ponían verdaderamente tensas. Y pasó lo que tenía que pasar.

A David se le terminaron hinchando los cojones y creyendo que podría derribar al actual Goliat impactando entre sus ojos con ese perfecto canto rodado que es la moral, se irguió ante él blandiendo su vieja onda de principios y trato de resucitar el pasaje del viejo testamento. Pero a Goliat le entró la risa y tras rascarse el picor del entrecejo tras el preciso impacto, ordenó a sus submarinos nucleares y a sus esbirros al frente de los silos ubicados a lo largo de los cinco continentes, que se dejaran de hostias y aplastaran al insolente renacuajo que había osado desafiarlo.

Puede que este sea el último texto que alcance a escribir. Puede que algún día una civilización más avanzada que la nuestra colonice este roto y descuidado planeta, y puede que alguien encuentre mi ordenador y pueda rescatar el contenido de su disco duro.

A esos seres que quizás quieran continuar la partida que dejamos a medias sobre este marchito tablero que es la Tierra, tan solo quiero desearles toda la suerte que nosotros no tuvimos y pedirles que la inteligencia no se mida en la distancia y la potencia con la que poder matarse sino en encontrar la fórmula para no tener que hacerlo.