domingo, 20 de octubre de 2024

Dando saltos


 

Se acerca al micrófono y tras comprobar su correcto funcionamiento, comienza a leer el discurso que había tomado la precaución de traer por escrito:

«Entre todos salvamos el planeta. O quizás debería decir que conseguimos salvar el planeta entre todos y todas, y ya puestos, añadir también lo de todes, para no dejarme fuera a nadie y ser completa y absolutamente inclusivo, aunque a mi se me enseñara desde pequeño que, en castellano, el plural se construye en masculino.

He sido elegido por la Organización de las Naciones Unidas para ponerle voz al conjunto de la humanidad, que supo reaccionar ante lo esgrimido por quienes encontraron  la respuesta a la gran pregunta que se formulaban incansablemente los habitantes de los cinco continentes: ¿Hasta cuándo? Y es que el planeta Tierra no dejaba de dar señales de que su paciencia había llegado al límite y no tardaría demasiado en sacudirse del lomo a la especie humana, que como un feroz y peligroso parásito no dejó de esquilmar los recursos naturales y de enfermar y destruir los ecosistemas, agotando de paso las reservas de la biosfera al no tener un depredador que pudiera controlar su población y sus perniciosos hábitos.

El aumento de los terremotos, los tsunamis, las erupciones volcánicas el calentamiento global, el peligroso deshielo de los polos, el peligrosísimo cambio climático, la desaparición de algunas especies animales y vegetales, y la aparición de nuevos virus y bacterias, fueron tan solo algunos indicadores de que habíamos traspasado todos los límites y habíamos cruzado cuantas líneas rojas se trazaron al principio de los tiempos.

Durante muchos años la humanidad decidió hacer oídos sordos, mirar hacia otro lado y enterrar la cabeza en un mullido y confortable agujero en el suelo para no ver que el tan perseguido progreso había conseguido ser al mismo tiempo principio y fin de una nueva era.

Somos animales inteligentes, y hace ya mucho que nos atribuimos el arrogante título de “especie superior”, pero cómo pude leer en el libro Vosotros, ¿especie superior?, somos la única especie animal que destruye su propio ecosistema.  Y que además es capaz de matarse mucho y desde muy lejos por avaricia, envidia, odio y rencor, e incluso en el nombre de un ser superior al que se le atribuye la voluntad de predominar sobre cualquier otra fuerza, o simplemente para la diversión de algunos enfermos especímenes que consiguen infectar las voluntades de sus congéneres y embarcarlos en abominables exterminios.

La Tierra no lo soportó más y después de concedernos una oportunidad tras otra y de sufrir una continua y desoladora decepción, hizo de tripas corazón y muy a pesar suyo, recurrió a la única forma posible para librarse de nosotros, los seres humanos, su vital y más encarnizado enemigo, y para ello permitió que enviásemos al espacio la muestra de nuestra insensatez. Como especie ya habíamos demostrado nuestra impresionante resiliencia, nuestra capacidad de supervivencia y nuestra habilidad para afrontar cualquier desafío y para resistir todo tipo de pruebas y de castigos. Es más, durante años perseguimos y estigmatizamos a aquellos visionarios que comprendieron que la Tierra era tan solo una vivienda en multipropiedad, que no nos pertenecía, y que debíamos compartir con el resto de las especies animales y vegetales que disfrutaban del usufructo. Lejos de ser amables y considerados inquilinos, dimos un golpe de estado y nos erigimos en todopoderosos presidentes de la comunidad, instaurando milenios de un gobierno de terror para todos los vecinos del inmueble, y haciendo callar a las voces contrarias a los continuos desmanes, esas voces que trataron de avisarnos de que un día llegaría una derrama de tamaña proporción que no había bolsillo capaz de soportarla. Y sería la quiebra.

Algunos de los inquilinos con más recursos y mayor poder en la escalera, comenzaron a interesarse en futuras mudanzas y a investigar la oferta de edificaciones en nuestro sistema solar. Pero el universo es sabio y de momento ha conseguido mantener a salvo las urbanizaciones y los resorts en los que habitan seres con más conciencia.

De no haber sido por este muy necesario y universalmente beneficioso cambio de actitud en el raciocinio humano, el 25 de octubre del año 2024, el terrible asteroide Leviatán, de más de quinientos metros de diámetro y millones de toneladas de peso habría impactado contra el planeta Tierra, al haber confundido los científicos las mediciones y las casuales elipses de su órbita en el error fatal que en un principio estipuló en mas de dos unidades astronómicas de distancia de la Tierra.

Pero el universo, el hado supremo, Dios o Supergato, lo que ustedes consideren que decidió el fin de nuestra vida, reajustó las variables atendiendo a las interferencia de distintos e inesperados campos gravitacionales y la suerte estaba echada.

Tras meses de angustia, de desesperación, y como no, de nuevas guerras fratricidas y, como siempre absurdas y evitables, surgidas como respuesta a la certeza del inevitable fin de los tiempos, algunos seres humanos decidimos asumir la culpa y demostrar a quien sea que mueve los hilos nuestro verdadero propósito de enmienda. Nos encomendamos al origen de la razón, a la microscópica e infinitesimal molécula de bondad que forma parte de toda cadena de ADN de los seres vivos, y trabajando mutaciones en el gen de la esperanza, encontramos la manera. No fue fácil, en absoluto, y de hecho las primeras estimaciones sobre la capacidad social y grupal para afrontar la necesaria acción común capaz de detener el exterminio, indicaban variables casi imperceptibles entre lo imposible y lo excesivamente poco probable. Pero lo conseguimos.

Si bien los mejores y más capacitados científicos y biólogos españoles tuvimos que desarrollar una vacuna contra la estupidez y el egoísmo, y se ordenó la obligatoria vacunación universal de una única dosis a todos los seres humanos del planeta, sin importar su origen, raza, credo o condición social, el momento de la salvación llegó el 23 de noviembre, cuando según lo estipulado y acordado, absolutamente todos , todas y todes los seres humanos, saltaron al mismo tiempo y en el mismo ángulo , generando un minúsculo pero suficiente cambio orbitacional en el planeta y librándonos de la extinción. Del mismo modo y sujeto a las más exigentes garantías, todos los países del planeta firmaron su adhesión a un contrato de respeto y cuidado por el medio ambiente con inmediata aplicación de todas y cada uno de sus cientos de cláusulas que harán de este un mundo mejor para todos, todas y todes los seres vivos».

Apenas tiene tiempo para escuchar unos segundos de aplausos y ovaciones en el abarrotado salón de plenos de la sede de las Naciones Unidas, cuando Juan abre los ojos y comprende que todo ha sido un sueño.

Mientras prepara el café con el que afrontar la jornada, asocia lo producido en la fábrica del inconsciente con los visto en un documental antes de acostarse la noche anterior.

El ser humano en efecto está terminando con el planeta, pero también en efecto, es un animal gregario, y cuando se lo propone es capaz de lo más hermoso atendiendo a esa conciencia social, rozando la eusocialidad.

Juan apura el café de un trago y camino de la ducha decide que, desde aquella misma mañana, va a aportar cuanto esté en su mano para salvar al planeta, y para concienciar a todos en su entorno de hacer lo mismo. 

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Pues puedes empezar a dejar de escribir libros sin ningún interés y se talarán menos árboles.

lacantudo dijo...

Igual algo de interés si tiene lo que escribo, pues si no no me explico que haces por aquí. Ah, querido y desinformado anónimo, que sepas que el papel que se utiliza en la impresión de libros, procede en su mayor parte del reciclado. y de árboles gestionados responsablemente, con el sello FSC, una certificación forestal sostenible.
Hala...culturícese un poco. Lea usted más y con menos odio en la mirada.