El público que abarrota el teatro Calderón de Valladolid se ha puesto en pie entre aplausos ininterrumpidos acompañados de una gran ovación. Ha caído el telón. La representación ha terminado. .
Los miembros del elenco que han dado vida a esta obra maestra del bardo inmortal se colocan el hilera a lo largo del escenario entrelazando sus manos para saludar al público cuando se vuelva a alzar el telón, pero falta uno. Laertes, el actor que interpreta al personaje homónimo de Shakespeare, ha salido corriendo. El más famoso crítico teatral de la prensa española llega a escribir después de asistir a la representación que la compañía debería haberle cambiado el nombre al montaje, titulándolo Laertes, en lugar de Hamlet, tal era el talento de este actor desconocido que hizo suyo el personaje, el texto y las consecuencias de los actos del íntimo amigo del príncipe de Dinamarca. La escena del entierro de Ofelia, hermana de Laertes, levantó al público de sus asientos interrumpiendo la función, pues la interpretación del actor en la piel de Laertes rozó lo sobrenatural, consiguiendo trasladar a todos y cada uno de los espectadores el dolor más intenso, la ausencia total de esperanza y el deseo de la muerte que se apoderaron en ese funesto momento del personaje escrito por Shakespeare.
En camerinos, el actor que huye de aplausos y gloria se sienta frente al espejo, y extrae de un compartimento de la maleta que utiliza en las giras una afilada daga y la foto de aquella mujer a la que no solo entregó su corazón, sino también el alma, el futuro y la ilusión. Y con su traición sintió rompérsele el alma y lo perdió todo. Todo. La maldice en cada una de las lágrimas que corren por sus mejillas y en un último gesto de amor verdadero, se atraviesa el corazón de parte a parte muriendo en el acto.
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