lunes, 27 de junio de 2022

De pendientes pronunciadas y buenos amigos


 Ayer y como hago en cuanto tengo ocasión, disfruté de unos cuantos kilómetros de ruta senderista por los campos de Castilla. Una vez más caminé en compañía de mi amiga y editora, Eva, con quien disfruto de cuanto comparto, porque es sin duda la mejor amiga que un eterno aprendiz de escritor con excesivos problemas emocionales y de autoestima puede encontrar. Eva es una amiga increíble porque jamás me ha regalado el oído gratuitamente y siempre ha sido absolutamente sincera conmigo, tanto en lo literario como en lo personal, rozando incluso la dureza cuando ha sido necesario, pero sé que siempre desde el mayor de los cariños, porque me quiere y se siente orgullosa de mi pese a mis continuos errores y fracasos. He compartido con ella lecturas, películas, conciertos viajes, excursiones, vinos, confidencias, desamores y más de una lágrima, pero ayer viví a su lado un momento tan hermoso como metafórico.

Como vengo haciendo de un tiempo a esta parte acudí a buscarla al pueblo vallisoletano donde reside para embarcarnos en una larga caminata por el campo, descubriendo parajes interesantes y curiosidades de la fauna y la flora del entorno, haciendo piernas, tonificando los músculos  y compensando el exceso de cigarrillos en los pulmones.

Tras más de hora y media de ruta alcanzamos la cumbre de un monte desde el que contemplamos una excelente panorámica y donde disfrutamos de un trago de agua fresca, un sabroso melocotón y un pitillo previo a comenzar el camino de regreso. Y ahí es donde comenzó mi particular infierno.

A raíz de la hemiplejía producida por la lesión cerebral derivada de cierta catastrófica desdicha,  tuve que rehabilitar y trabajar durante mucho tiempo con profesionales que me ayudaron a volver a hacer de mi cuerpo el vehículo necesario, y lo conseguí, pero por desgracia perdí el control sobre el equilibrio, y en muchas ocasiones debo tener especial cuidado para no caer. Obviamente después de haber subido hasta la cumbre, tocaba descender, y el sendero de bajada era demasiado vertical para mi, o eso creía. A punto estuve de echarme atrás y de deshacer lo andado para volver por el mismo camino hasta el punto de partida. Dudé, pero Eva una vez más estuvo junto a mi para convencerme de que si quiero, puedo. Y que afrontar y superar es parte de mi nueva vida y que si no me atrevo, pierdo. Y me atreví.

Eva caminó conmigo, ofreciéndome apoyarme en su hombro y sujetar su mano durante el descenso. Adecuó su paso a la velocidad absurda que marcaba mi inseguridad, y pisaba siempre fuerte para que yo no tuviera más que pisar sobre lo andado por ella, que en su avance comprobaba era seguro. No obstante y para mi vergüenza inicial perdí el equilibrio en un tramo y caí derribándola también en mi caída. En un pasado no muy lejano enfrenté pruebas mucho más duras, hice rapel, montañismo,  descenso de ríos y trepé sin problema por muros, balcones y troncos de árbol, pero ayer caí durante el descenso de un montecito castellano, y lo único que se me rompió fue el orgullo. Y Eva no tardo en levantarse, en tirar de mi, en ponerme en pie y en quitarme la tontería al explicarme que si había caído era porque me había atrevido a intentarlo en vez de darme la vuelta y, que tan solo había sido un traspiés, no habíamos sufrido el menor rasguño y las caídas a veces forman  parte del camino hacia la meta. Y así fue. Con precaución y habilidad completamos el descenso y recorrimos el camino hasta el municipio donde celebramos lo vivido con un buen vino verdejo de la zona. Después de doce kilómetros de paseo el primer trago me supo a gloria. Y el recuerdo de mi amiga apoyándome, animándome y ofreciéndome su hombro pese a poner en riesgo su seguridad personal, fue el mejor maridaje para acompañar loa copa de vino.

Yo, que soy como soy y no puedo evitar analizarlo todo y buscarle la parte emocional, ratifiqué la idea que me inculcó mi padre durante años, que no es otra que los amigos son la familia que elegimos, y que como aconsejó Polonio a su hijo Laertes, en Hamlet, a los buenos amigos debo sujetarlos al alma con anilla de acero.

Sé que Eva no leerá esta entrada porque no le gusta que comparta a través de este blog mi sentir más personal, pero no obstante no voy a dejar de dedicársela con todo mi cariño, que es mucho. Tampoco dejaré de salir a caminar ni de enfrentar cuantos retos se me presenten, porque la vida, como les digo a los chavales en mis charlas, es identificar, afrontar y superar. Y rendirse nunca será una opción, por mucho que pueda llegar a dudar y por mucho que me asalte el temor en ocasiones. Vivir es un ejercicio de valentía y saber dejarse ayudar cuando es necesario, un ejercicio de madurez.

jueves, 23 de junio de 2022

Alta sensibilidad


 No puedo evitar analizar desde mi particular óptica todo lo que me sucede, todo lo que me rodea, todos mis fracasos y mis escasos triunfos. No puedo evitar llevármelo todo  a lo personal y más en concreto a lo emocional.

Hace unos años un profesional de la siquiatría me diagnosticó como PAS, que son las siglas para denominar economizando lenguaje a las personas de alta sensibilidad. Y discrepo. No renuncio a esa sensibilidad que condiciona mi vida, pero lo que no termina de convencerme es que se me tenga que catalogar por sentir como siento y hacer de esa intensidad emocional una anormalidad. Todos somos PAS en según qué momento. Todos, y el que diga lo contrario es un embustero o un psicópata, sufrimos con las pérdidas y nos abandonamos al dolor más brutal que es el que nace y crece en el corazón y para el que aún no se ha inventado un analgésico efectivo.

No me atribuyo una sensibilidad especial ni diferente al del resto de la humanidad.  Quizás cuando se me diagnosticó esto fue porque atravesé una mala racha en esta partida que jugamos con el destino a la que llamamos vivir, y mis cartas no fueron las mejores durante demasiadas manos seguidas. Pero como todo hijo de vecino, hay manos en las que por simple azar o por haber sabido defender la jugada,  tus naipes son ganadores y tras aguantar los envites y levantarlos, para sorpresa de todos te haces con las fichas y crees ser feliz.

Luego viene eso de que los PAS somos personas muy intensas, y eso de que me llamen INTENSO como si me llamaran apestado o idiota, me toca mucho los cojones. Bastante difícil es vivir con ello, porque las personas que no gestionamos con facilidad nuestras emociones, atravesamos demasiados momentos difíciles nacidos de lo cotidiano. En ocasiones quisieras que alguien te extirpara el corazón y te adormeciera el alma, que te sedara con un gramo de la droga que te ayudará a ignorar la realidad y a permanecer pasivo ante cuanto te hace daño. Que te aplicaran electrodos en el espíritu y así no poder apreciar esa  melancolía que te devora por dentro. Pero que va. tienes que enfrentar cada momento, cada situación adversa, cada traición, cada fracaso, cada abandono. Y terminas agotado, y entonces, solo entonces, lloras y quisieras embarcarte en la nave que te llevará hasta una galaxia muy muy lejana. Pero no encuentras billetes o el único billete que puedes adquirir implica hacer mucho daño a la gente que te quiere. Y renuncias a su dolor incrementando el tuyo.

El destino tiene muy mal perder, pero aún es peor ganador, ya que acostumbra a burlarse de tus derrotas y se divierte recordándote lo imbécil que fuiste al no descubrir sus faroles y al no atreverte a jugártelo todo a la última carta. Lo que no sabe es que mientras mis torres de fichas disminuyen incrementando las suyas, yo voy fijándome en todo lo que hace, en sus gestos, en sus movimientos, en su forma de echarse hacía atrás cuando le reparten buenas cartas, y en como sonríe de medio lado como un marrajo cuando nadie le ha aguantado el farol. Y me quedo con ello. Y  poco a poco voy recuperando lo perdido y desmontando su estrategia.

Estoy en un momento crucial en mi vida y acabo de hacer un all in. Me lo he jugado todo en esta última mano porque se me dio el más hermoso de los naipes, un comodín sonriente que hará de mi jugada la triunfadora y que cuando todo parecía perdido, le dará la vuelta por completo a lo esperado y habré ganado la mano más importante.

Y entonces disfrutaré de esa alta sensibilidad, de esa intensidad que hace que lo bueno sea más bueno, que lo placentero me de mucho más placer, y que lo agradable roce lo delicioso y me lleve hasta el éxtasis. Porque como buen INTENSO que soy, lo bueno lo recibo mucho más bueno, y entonces, al verme terriblemente feliz y satisfecho, el que ayer me criticaba y se mofaba mañana me envidiará y preferirá mirar hacia otra parte a reconocer que igual no soy un apestado ni un idiota. 

Y no hablemos de los orgasmos. No sé como serán los del resto de los mortales, pero a mi particularmente me llevan casi al desmayo y me hacen rugir con intensidad. Otra vez la intensidad. Bendita intensidad. Bendita dulzura.

Maldita dulzura la mía cuando la confunden con debilidad, cuando se muestra en un momento amargo y estalla en las papilas arrasándolo todo, o cuando aparece de repente para convertirme en el que no debiera ser. Pero bendita dulzura la nuestra cuando nos juntamos tu y yo, cuando descubrimos que teníamos que encontrarnos y cuando somos conscientes de  que en efecto, esto que nos sube a los cielos se llama amor. Porque a ti sirven las mismas siglas que definen mi personalidad y porque compartimos intensidad. Y quizás por eso me chifles y me vuelvas loco. Y quizás por eso sentimos que nos implantaron imanes en las pupilas y que al cruzarlas sentimos la irrefrenable necesidad de acercarnos y encontrarnos en los labios. Y nuestros besos saben a futuro, a mañana, a lo bueno que ha de llegar y a todo lo que podremos compartir.

 Aunque será mejor que me tranquilice y me concentre, le toca hablar al destino.


lunes, 20 de junio de 2022

Corderos, zorros, elefantes, baobabs, vanidosos y rosas. Siempre una rosa.


 No contento con planear aprovechando las corrientes de aire del cielo de mi propio universo, acostumbro a pilotar en otros cielos, en otras realidades, en otros mundos. Generalmente esos mundos los encuentro al abrir las paginas de un libro, o al escribir los míos. 

Suelo armarme de valor y en mi arrogancia e imprudencia no abandono la costumbre de volar sin paracaídas, por eso cuando el viento cambia de repente y amenaza con derribar mi aeroplano, me angustio y me revelo, me asusto y me entristezco. 

Pero nunca abandono la nave. Me estrellaré con ella si ha de ser así, y moriré satisfecho de haberlo hecho en el intento de ser feliz, y no sentado en una esquinita llorando, maldiciendo mi suerte y abrazándome las rodillas.  

Quizás el verdadero problema radica en que busco incansablemente la pista de aterrizaje segura en el corazón de la mujer que conquistó mi razón y mi ilusión y creo que allí estaré a salvo. Pero desde la torre de control de la realidad no se me da permiso para aterrizar en la pista elegida.  Al menos no todavía, y me contentaré con sobrevolar en círculos su aeropuerto confiando en que no se agote el combustible que me mantiene en el cielo antes de que me conceda la licencia y se ilumine la señalización de la pista que me lleve hasta sus labios.

El pequeño príncipe que conocí en un gran libro se ha instalado en la cabina junto a mi, me da conversación, me habla de su rosa, me dibuja corderos y elefantes y me explica porqué un zorro busca ser domesticado, porqué el vanidoso necesita ser reconocido y porqué debo evitar que crezcan los baobabs en mi jardín. Al igual que aquel rey que conoció en uno de sus viajes tenía la imperiosa necesidad de reinar y ser obedecido, yo tengo la necesidad de amar y ser amado, pero he comprendido que como el borracho que bebía para olvidar que bebe, yo me obceco en compartir un amor que no soy capaz de entregarme, y me embriago con el amor que destilo pero no consumo. Y si no consigo amarme y perdonarme todos mis errores, no habré comprendido nada y la persona elegida por el destino tampoco querrá hacerlo. Y volveré a fracasar.

Aquel pequeño príncipe venido de un asteroide diminuto en busca de respuestas, sin saberlo me dio aquella que siempre he ignorado y no comprendí que al no aceptarla, me estaba negando a mi mismo.

Tengo que quererme. Y voy a hacerlo. Solo así todo fluirá, todo se colocará, y ella  podrá aceptar que en efecto, soy yo a quien esperaba, soy yo el que podrá compartir su alegría y su futuro, y quien contribuirá a que este sea el que los hados dibujaron para ambos. Al igual que el principito, he descubierto que hay otras rosas, pero ninguna como ella.

viernes, 17 de junio de 2022

Despierta


 El pequeño príncipe se prepara para afrontar el inesperado peligro al  adentrarse de lleno en una lluvia de meteoritos. Sujeta con fuerza los mandos de su nave, se cala el gorro de aviador y tras colocarse bien las gafas y respirar hondo, decide que este no será su fin. Ha sorteado peligros mucho mayores con acierto y fortuna y aunque no se siente tan fuerte como en el pasado, sonríe al imaginar sus restos adheridos a una de esas enormes moles de roca espacial compartiendo órbita junto a la silueta de una boa digiriendo a un elefante. La vida en ocasiones puede ser muy graciosa si se contempla con el alma despierta y la ilusión renovada.

Y es que un nuevo príncipe ha despertado. 

En sus viajes buscando las respuestas a preguntas que lo atormentaban había aprendido mucho y había descubierto lo peligroso de la ignorancia, de no atreverse a preguntar, de no buscar explicaciones, de no aceptar las verdades aunque dolieran mucho, pues como escribió aquel poeta español, "lo falso a lo verdadero lleva ventaja infinita, la mentira es más bonita y yo siempre la prefiero". Las verdades en ocasiones son menos hermosas al presentarse vestidas de realidad y no de artificio, y duelen.

Aquella rosa que crecía en el jardín de su pequeño planeta le había explicado la más importante de las verdades, le había dado la respuesta precisa a la pregunta que se repetía desde hacía mucho tiempo cada mañana al despertar. Le había aclarado que era eso del amor. El amor.

Una impresionante mole de piedra estuvo a punto de chocar contra él, pero en un acertado giro sabe esquivar una muerte segura y tras la salvadora pirueta endereza el morro y sigue adelante. Adelante. Ni un paso atrás. Aún tiene mucho mundo que descubrir. Y que amar.

La rosa le había mirado a los ojos y le había sonreído con cariño al notar que la verdad le dolía. Por unos segundos se vio tentada de abrazarlo y consolar su alma herida, pero no quiso atravesarle el corazón con una de sus espinas. Bastante herido lo tenía ya y seguramente aquel pinchazo fuera la última herida que podría soportar sin desangrarse.

El pequeño príncipe había subido muy triste al avión tras la conversación con su rosa. Ya sabe lo que es el amor, ya entiende la realidad de esa palabra, la realidad del sentimiento y la verdad de sus consecuencias. Y se quiso morir porque supo que como él deseaba con todas sus fuerzas, nadie lo amará jamás. 

Se había dormido en su tristeza, había sucumbido al desaliento y se había abandonado a la amargura, pero aquel sueño estuvo a punto de costarle la vida y lo introdujo de lleno en esa lluvia de asteroides que ahora trata de sortear. Y solo él podrá salir de aquello. 

Él. 

Aferrado con decisión a la palanca comprende que si no sujeta con firmeza los mandos y no enfrenta con decisión la oscuridad del cosmos, nunca llegará a ser quien quiere ser y nunca recibirá el beso soñado de los labios oportunos.

Otro arriesgado giro de 180 grados y de nuevo esquiva una muerte segura. Deja escapar un rugido de satisfacción y sonríe de oreja  a oreja. Es curioso...cuando se siente plenamente satisfecho, ruge y cuando se cree feliz ronronea. Quizás el creador del cosmos había introducido en su cadena de ADN una secuencia felina y por eso siente esa especial atracción por los gatos.

No va a rendirse, no permitirá que nadie le arrebate sus sueños. Un nuevo príncipe ha despertado y gracias a los hados el haber leído tanto desde que era muy pequeño lo ha ayudado en este renacer. Al igual que Atreyu salvo a Artax de sucumbir ahogado en el pantano de la tristeza, el recuerdo de la historia más real y más hermosa que había vivido nunca, lo salva de dormirse para siempre arropado por la colcha del llanto.

Consigue salir airoso de  aquella mortal tormenta de meteoros y decide que nunca volverá a dormirse en la amargura. Que pase lo que pase y le pese a quien le pese seguirá adelante. Que rendirse jamás será una opción y que se entregará a si mismo todo ese amor que le inunda el alma, que le desborda el corazón y que si no lo disfruta el mismo, podrá reventar las paredes de la presa de su pecho. Y va a disfrutarlo, a aceptarlo y a regalárselo antes de que se termine pudriendo. Y si un día encuentra a la persona adecuada estará encantado de compartirlo con ella. Pero no antes.

 A lo lejos ve brillar el sol y su luz le recuerda un pasado mejor, pero no tan bueno como el que está dispuesto a construirse. Los ojos del príncipe brillan con fuerza y solo entonces sabe que su luz le pertenece a él y solo a él. 

domingo, 5 de junio de 2022

Modo Umbral


 Parte de la labor de un escritor que quiere medrar y darse a conocer entre el público,además de tratar de mejorar y superarse cada día, es la de asistir a Ferias del libro y  a distintos actos literarios. Suseya ediciones, editorial con la que he publicado las dos primeras entregas de mi trilogía de novela negra, Crímenes de temporada, y con la que publicaré en unos meses Temporada de caza, la última entrega, es una editorial muy activa en cuanto a este tipo de eventos y me ha invitado a firmar ejemplares de Temporada de setas y de Temporada de sustos en sus casetas o stands en diversas Ferias del libro a lo largo de la geografía española. 

Recuerdo que tras presentar mi primer libro, Historias para según qué días, fui invitado por Cuatro y el gato, la editorial que lo publicó, a firmar ejemplares en el stand de firmas de la Feria del libro de Valladolid, y en aquella ocasión pude compartir espacio con el televisivo y encantador Cristian Gálvez, que firmaba ejemplares de su libro sobre Leonardo Davinci. Desde la organización de la Feria del libro de Valladolid se decidió que podríamos estar a gusto compartiendo horario y espacio. Y en efecto ambos nos encontramos muy cómodos en aquel stand de firmas y nos divertimos charlando entre dedicatoria y dedicatoria,  y comentando lo estimulante y enriquecedor de conversar con lectores desconocidos que adquieren tu obra con interés y curiosidad. Obviamente él tenía un tirón muy grande y atrajo a multitud de lectores y curiosos y yo, ejercí mi papel de escritor primerizo e ilusionado, que acariciaba de refilón las mieles de la fama. En cualquier caso fue mi primera participación como escritor en una feria del libro y fue algo muy especial.

Ayer acudí a la cita de mi editorial para firmar ejemplares de las novelas en su caseta de la feria del libro de mi ciudad y pasé un rato francamente agradable. Firmé ejemplares de las dos entregas a conocidos y desconocidos que se acercaron hasta allí durante las dos horas de firmas que anunciaba la convocatoria en carteles y en redes sociales y disfruté muchísimo hablando con los que se detuvieron a adquirir ejemplares o simplemente a charlar conmigo.

A veces lo de ponerse en modo Umbral es algo muy bonito.