martes, 8 de septiembre de 2020

Me muero


 

Hoy me he dado cuenta de una gran realidad, me estoy muriendo.

Todos nos estamos muriendo pero no os asustéis, no se avecina un holocausto nuclear, un Armagedón o el tan temido apocalipsis.

Desde el primer segundo de nuestras vidas nos comenzamos a morir y aunque suene algo contradictorio o incluso paradójico, cuanto antes aceptemos esa realidad antes podremos empezar a disfrutar realmente de nuestras vidas.

Llevo más de cuarenta años muriéndome y aunque está siendo una dulce agonía, el final que me aguarda es el mismo que os aguarda a todos vosotros: Un día cerraré los ojos y jamás volveré a abrirlos.

Durante este tiempo he asistido a la muerte de muchos seres queridos, he llorado, me he enfadado con el universo y he maldecido a quien decidió llevárselos pero la pálida señora tan solo hace su trabajo y por cierto, lo hace muy bien.

No sé en qué condiciones estaba cuando se decidió a firmar un contrato abusivo que la obliga a trabajar veinticuatro horas al día los siete días de la semana y los doce meses del año, sin vacaciones ni festivos y con una disponibilidad total para ejercer en cualquier parte del mundo.

Y nosotros nos quejamos de nuestras condiciones laborales y presumimos de los logros conseguidos en cuanto a los derechos de los trabajadores. La hemos abandonado y no hay gobierno progresista,enlace sindical ni político alguno que abogue por la lucha de sus derechos.

Cuando nace un niño es normal escuchar a las personas que van a visitarlo al hospital donde su madre decidió dar a luz lo bonito que es, lo mucho que se parece a su padre o a su madre, lo bonitos que tiene los ojos o lo lleno de vida que está.

Pues si…está lleno de vida pero cada parto es una vuelta a la clepsidra y en el momento en el que la criatura sale al exterior comienza a vaciarse la arena de su reloj y a caer en el lado donde se irá amontonando hasta que caiga el último grano y se termine todo.

Los familiares se empeñan en abrigar al recién nacido, alimentarlo y protegerlo de cualquier peligro pero lo siento mucho, nacemos condenados y tan solo varia el plazo para la ejecución de la condena.

Creo que en estos tiempos que corren, la esperanza de vida humana ronda una media de ochenta y tantos años, eso si no participan factores como conflictos bélicos, pandemias, desastres naturales y demás estrategias de la pálida señora para aligerar trabajo y cumplir cupos y plazos de entrega.

Es curioso porque cuando alguien sobrevive “milagrosamente” a un accidente o una enfermedad la típico es que alguien le diga al superviviente: “Aún no era tu momento”. Claro que no lo era pero no nos entreguemos a conceptos absurdos como la suerte o el destino, ya lo dijo Peter O¨toole en Laurence de Arabia: “Nada está escrito”.

Seguramente a la muerte no le cuadraba llevarse a esa persona en ese momento porque estaría de trabajo hasta arriba y aunque tenga un poder prácticamente ilimitado, en ese “prácticamente” van cosas como esta.

Hagámonos a la idea, nos estamos muriendo.

Es muy normal y muy humano el fantasear con cómo será todo el día que muramos.

Alguna vez me he sorprendido pensando en quien acudirá a mi funeral, si tal persona o tal otra llorará al verme en un ataúd y si acudirá mucha o poca gente a mi entierro.

Soy cristiano y mi muerte llevará aparejados ciertos ritos funerarios entre los que habrá una misa funeral, un entierro del ataúd con mis restos o de la urna con mis cenizas y esperemos que un responso amable en el que se cite alguna particularidad reseñable de mi persona o de mi vida.

Me gustaría que se me enterrase junto a los míos que ya se han ido marchando por delate, supongo que a poner la sombrilla pues la otra vida debe de estar como Benidorm en agosto.

Soy cristiano más por egoísmo que por otra cosa, pues espero la vida en un mundo futuro y si mi representante legal en el denominado “Juicio final” está acertado en su alegato, igual me gano una plaza en el paraíso, aunque sea tan solo de unos metros cuadrados, que no quiero ni imaginar cómo estará el metro útil allí.

Puede que se me asigne un abogado del turno de oficio y que por exceso de casos no pueda preparar el mío correctamente y al final se me meta en una “grillera” celestial que me lleve esposado directamente al infierno.

Cómo siempre he sido muy cocinillas lo de pasarme el día con un tridente junto a las calderas donde se ponen al “baño María” las amas de millones de pecadores, no se me antoja tan horrible. Será como participar en un “reálity” del estilo “Top Chef” o “Pánico en la cocina”.

En otras religiones dependiendo de cómo mueras se te garantiza un paraíso con docenas de vírgenes a tu disposición y cosas por el estilo pero si en este valle de lágrimas ya he tenido un divorcio no me quiero ni imaginar lo que sería pasar la eternidad con tantas mujeres a las que tratar de hacer felices, conociendo mis limitaciones.

Espero que no se me entierre con un sudario blanco, eso de cara a aparecerse por las noches y dar sustitos está fenomenal pero estilizar, lo que se dice estilizar, estiliza más bien poco y soy un poco esclavo de la moda y de la estética.

Si lo recuerdo el día que escriba mis últimas voluntades dejaré bien claro que quiero que se me entierre con unos pantalones pitillo y una camiseta negra ajustadita, que aunque tiene cierto toque de pandillero americano, lo cierto es que favorece bastante.

Que no me pongan monedas en los ojos ni me los cierren. Creo que el monopolio de Caronte pertenece a otra cultura y estaré exento de abonar las tasas de ese viaje.

Además y para qué negarlo, lo único que me gusta de mis rasgos físicos son mis ojos, de un azul intenso y sería una lástima que me los cerrasen pues aunque tenga la mirada fija y vacía tan característica de los cadáveres, al menos no me molestará la luz directa y no tendré que utilizar gafas de sol, así que podré lucir ojazos ante aquellos que se acerquen a darme su último adiós.

¡¡¡Qué no es un adiós, que es un hasta luego!!!

No sé cómo ni donde pero fijo que volveremos a vernos.

Solo hay que esperar tranquilamente, por eso estoy intentando decidir si quiero un ataúd cómodo y con ventilación o si me decanto por una incineración completa que me permita ocupar poco espacio durante la transición.

Luego no habrá problema porque se supone que es nuestra alma la que tiene que acudir ante el divino tribunal, no nuestro cuerpo decadente y de segunda mano.

Quiero donar mis órganos a ver si eso me sirve de atenuante ante la justicia celestial y me computa como arrepentimiento y buena conducta.

Yo por si acaso en vida voy a tratar de hacerme un buen expediente por lo que me paso el día ayudando a viejecitas a cruzar la calle y bajando gatítos de los árboles. Todo suma.

Ante todo amigas y amigos (esto de la paridad me está matando, valga la redundancia) no es preocupéis que esto de la vida debe de ser realmente un valle de lágrimas o dependiendo de vuestra suerte una especie de alojamiento en Marina Dor, ciudad de vacaciones.

Tratad de disfrutar a tope, pero con juicio (disfrutad con moderación, es vuestra responsabilidad) de estos añitos aquí y cuanto antes asumáis que está “todo el pescado vendido” de antemano, antes alcanzareis lo más parecido a la felicidad o al menos la tranquilidad de saber que no os va a hacer falta gastaros un dineral en clionizaros como Walt Disney.

Si Marujita, Sara o Liza se hubiesen concienciado a tiempo de estas cosas se habrían ahorrado una fortuna en retoques.

Nos vemos, con un poco de suerte “a la derecha del padre”.

 

 

 

 

2 comentarios:

Unknown dijo...

Cuándo somos niños,nunca pensamos en la muerte, no nos prepáran. Yo creo, que con la edad, vamos pensando en ella. Mi madre con 80 años decía que no quería morirse nunca. Pero cuando llegó la enfermedad, nos pidió que no hiciéramos más por ella, quería descansar.

lacantudo dijo...

Hay culturas que conviven con la muerte como la celta o la mexicana, pues en sus orígenes los pueblos que dieron lugar a estas culturas entendieron que la muerte no es un final, sino una transición. Yo soy católico y en mi fe la muerte es el paso a un mundo futuro. Cada uno es libre de creer lo que más le convenga. Yo me agarro a eso y me ayuda, aunque sinceramente después de cierta experiencia que me mantuvo una temporadita en coma, no temo a la muerte. Sé que algún día no habrá posibilidad alguna de vuelta atrás y conoceré la realidad sobre este asunto. Mientras tanto amar, comer, leer y escribir me servirán del entretenimiento necesario.
Abrazos virtuales y libres de contagio.