Hoy me he
dado cuenta de una gran realidad, me estoy muriendo.
Todos nos
estamos muriendo pero no os asustéis, no se avecina un
holocausto nuclear, un Armagedón o el tan temido apocalipsis.
Desde el
primer segundo de nuestras vidas nos comenzamos a morir y aunque suene algo
contradictorio o incluso paradójico, cuanto antes aceptemos esa realidad antes
podremos empezar a disfrutar realmente de nuestras vidas.
Llevo más de
cuarenta años muriéndome y aunque está siendo una dulce agonía, el final que me
aguarda es el mismo que os aguarda a todos vosotros: Un día cerraré los ojos y
jamás volveré a abrirlos.
Durante este
tiempo he asistido a la muerte de muchos seres queridos, he llorado, me he
enfadado con el universo y he maldecido a quien decidió llevárselos pero la
pálida señora tan solo hace su trabajo y por cierto, lo hace muy bien.
No sé en qué
condiciones estaba cuando se decidió a firmar un contrato abusivo que la obliga
a trabajar veinticuatro horas al día los siete días de la semana y los doce
meses del año, sin vacaciones ni festivos y con una disponibilidad total para
ejercer en cualquier parte del mundo.
Y nosotros
nos quejamos de nuestras condiciones laborales y presumimos de los logros
conseguidos en cuanto a los derechos de los trabajadores. La hemos abandonado y
no hay gobierno progresista,enlace sindical ni político alguno que abogue por la lucha de sus
derechos.
Cuando nace
un niño es normal escuchar a las personas que van a visitarlo al hospital donde
su madre decidió dar a luz lo bonito que es, lo mucho que se parece a su padre
o a su madre, lo bonitos que tiene los ojos o lo lleno de vida que está.
Pues si…está
lleno de vida pero cada parto es una vuelta a la clepsidra y en el momento en
el que la criatura sale al exterior comienza a vaciarse la arena de su reloj y
a caer en el lado donde se irá amontonando hasta que caiga el último grano y se
termine todo.
Los
familiares se empeñan en abrigar al recién nacido, alimentarlo y protegerlo de
cualquier peligro pero lo siento mucho, nacemos condenados y tan solo varia el
plazo para la ejecución de la condena.
Creo que en
estos tiempos que corren, la esperanza de vida humana ronda una media de
ochenta y tantos años, eso si no participan factores como conflictos bélicos,
pandemias, desastres naturales y demás estrategias de la pálida señora para
aligerar trabajo y cumplir cupos y plazos de entrega.
Es curioso
porque cuando alguien sobrevive “milagrosamente” a un accidente o una
enfermedad la típico es que alguien le diga al superviviente: “Aún no era tu
momento”. Claro que no lo era pero no nos entreguemos a conceptos absurdos como
la suerte o el destino, ya lo dijo Peter O¨toole en Laurence de Arabia: “Nada
está escrito”.
Seguramente
a la muerte no le cuadraba llevarse a esa persona en ese momento porque estaría
de trabajo hasta arriba y aunque tenga un poder prácticamente ilimitado, en ese
“prácticamente” van cosas como esta.
Hagámonos a
la idea, nos estamos muriendo.
Es muy
normal y muy humano el fantasear con cómo será todo el día que muramos.
Alguna vez
me he sorprendido pensando en quien acudirá a mi funeral, si tal persona o tal
otra llorará al verme en un ataúd y si acudirá mucha o poca gente a mi
entierro.
Soy
cristiano y mi muerte llevará aparejados ciertos ritos funerarios entre los que
habrá una misa funeral, un entierro del ataúd con mis restos o de la urna con
mis cenizas y esperemos que un responso amable en el que se cite alguna
particularidad reseñable de mi persona o de mi vida.
Me gustaría
que se me enterrase junto a los míos que ya se han ido marchando por delate,
supongo que a poner la sombrilla pues la otra vida debe de estar como Benidorm
en agosto.
Soy
cristiano más por egoísmo que por otra cosa, pues espero la vida en un mundo
futuro y si mi representante legal en el denominado “Juicio final” está
acertado en su alegato, igual me gano una plaza en el paraíso, aunque sea tan
solo de unos metros cuadrados, que no quiero ni imaginar cómo estará el metro
útil allí.
Puede que se
me asigne un abogado del turno de oficio y que por exceso de casos no pueda
preparar el mío correctamente y al final se me meta en una “grillera” celestial
que me lleve esposado directamente al infierno.
Cómo siempre
he sido muy cocinillas lo de pasarme el día con un tridente junto a las
calderas donde se ponen al “baño María” las amas de millones de pecadores, no
se me antoja tan horrible. Será como participar en un “reálity” del estilo “Top
Chef” o “Pánico en la cocina”.
En otras
religiones dependiendo de cómo mueras se te garantiza un paraíso con docenas de
vírgenes a tu disposición y cosas por el estilo pero si en este valle de
lágrimas ya he tenido un divorcio no me quiero ni imaginar lo que sería pasar
la eternidad con tantas mujeres a las que tratar de hacer felices, conociendo
mis limitaciones.
Espero que
no se me entierre con un sudario blanco, eso de cara a aparecerse por las
noches y dar sustitos está fenomenal pero estilizar, lo que se dice estilizar,
estiliza más bien poco y soy un poco esclavo de la moda y de la estética.
Si lo
recuerdo el día que escriba mis últimas voluntades dejaré bien claro que quiero
que se me entierre con unos pantalones pitillo y una camiseta negra ajustadita,
que aunque tiene cierto toque de pandillero americano, lo cierto es que
favorece bastante.
Que no me
pongan monedas en los ojos ni me los cierren. Creo que el monopolio de Caronte
pertenece a otra cultura y estaré exento de abonar las tasas de ese viaje.
Además y
para qué negarlo, lo único que me gusta de mis rasgos físicos son mis ojos, de
un azul intenso y sería una lástima que me los cerrasen pues aunque tenga la
mirada fija y vacía tan característica de los cadáveres, al menos no me
molestará la luz directa y no tendré que utilizar gafas de sol, así que podré
lucir ojazos ante aquellos que se acerquen a darme su último adiós.
¡¡¡Qué no es
un adiós, que es un hasta luego!!!
No sé cómo
ni donde pero fijo que volveremos a vernos.
Solo hay que
esperar tranquilamente, por eso estoy intentando decidir si quiero un ataúd
cómodo y con ventilación o si me decanto por una incineración completa que me
permita ocupar poco espacio durante la transición.
Luego no
habrá problema porque se supone que es nuestra alma la que tiene que acudir
ante el divino tribunal, no nuestro cuerpo decadente y de segunda mano.
Quiero donar
mis órganos a ver si eso me sirve de atenuante ante la justicia celestial y me
computa como arrepentimiento y buena conducta.
Yo por si
acaso en vida voy a tratar de hacerme un buen expediente por lo que me paso el
día ayudando a viejecitas a cruzar la calle y bajando gatítos de los árboles.
Todo suma.
Ante todo
amigas y amigos (esto de la paridad me está matando, valga la redundancia) no
es preocupéis que esto de la vida debe de ser realmente un valle de lágrimas o
dependiendo de vuestra suerte una especie de alojamiento en Marina Dor, ciudad
de vacaciones.
Tratad de
disfrutar a tope, pero con juicio (disfrutad con moderación, es vuestra
responsabilidad) de estos añitos aquí y cuanto antes asumáis que está “todo el
pescado vendido” de antemano, antes alcanzareis lo más parecido a la felicidad
o al menos la tranquilidad de saber que no os va a hacer falta gastaros un
dineral en clionizaros como Walt Disney.
Si Marujita,
Sara o Liza se hubiesen concienciado a tiempo de estas cosas se habrían
ahorrado una fortuna en retoques.
Nos vemos,
con un poco de suerte “a la derecha del padre”.
2 comentarios:
Cuándo somos niños,nunca pensamos en la muerte, no nos prepáran. Yo creo, que con la edad, vamos pensando en ella. Mi madre con 80 años decía que no quería morirse nunca. Pero cuando llegó la enfermedad, nos pidió que no hiciéramos más por ella, quería descansar.
Hay culturas que conviven con la muerte como la celta o la mexicana, pues en sus orígenes los pueblos que dieron lugar a estas culturas entendieron que la muerte no es un final, sino una transición. Yo soy católico y en mi fe la muerte es el paso a un mundo futuro. Cada uno es libre de creer lo que más le convenga. Yo me agarro a eso y me ayuda, aunque sinceramente después de cierta experiencia que me mantuvo una temporadita en coma, no temo a la muerte. Sé que algún día no habrá posibilidad alguna de vuelta atrás y conoceré la realidad sobre este asunto. Mientras tanto amar, comer, leer y escribir me servirán del entretenimiento necesario.
Abrazos virtuales y libres de contagio.
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