La vida nos mantuvo separados más tiempo del que me hubiera gustado, pero ahora has vuelto y eso es lo único que importa. En ese viaje que has recorrido por el interior de tu alma, enfrentándote a tus demonios y conquistando las fortalezas más duras e inexpugnables donde el destino se empeñaba en oponer una feroz resistencia, has recuperado la sonrisa, la magia de tu mirada y el calor de los abrazos. Este ha sido un camino que debías recorrer en solitario y mi único mérito es haberte esperado. Tan solo pude reservar la sombra de un enorme pino junto a las aguas cristalinas de un río para que al llegar descansases, te refrescases y recuperases fuerzas. Aunque siempre he sido un tipo con tendencia a confundirme y a convertir el cariño sincero en edulcoradas historias de amor, entre tus brazos aprendí a interpretar el mensaje que la rosa le dio al principito: amar es querer sin posesión y sin ataduras. Y en efecto, me enseñaste que te amo porque te quiero libre, te quiero feliz y te quiero dueña de tu destino, sin otra pretensión que poder ser tu amigo el resto de mis vidas. Y todavía me quedan seis. Eres uno de esos seres humanos que más allá de pertenecer a una especie animal que se considera la superior por derecho, se te puede clasificar como humana en el sentido más hermoso de la palabra, el que hacer referencia a la humanidad como valor y no como especie. Con cada paso, con cada palabra y con cada guiño de ojos te colocas en pie con el puño en alto desafiando todo lo que quieran enviarte y plantando cara a una vida dura y complicada, pero ¿quien dijo que iba a ser fácil? Ya estás aquí. Yo sigo aquí. Y ahora que has vuelto no pienso irme a ningún lado. Mi corazón ha terminado de llenarse. Si bien aquella que supo ver lo bueno que habita en mi, que quiso aceptar mi más sincero y romántico ofrecimiento, me colma de amor y de felicidad, el poder compartir nuestro camino y nuestro futuro con amigos de tu calibre hace que el sendero se convierta en una alfombra segura y mullida donde por muchas veces que tropiece y caiga, sé que no volveré a dañarme. Y me hace muy feliz formar parte de tu tribu y compartir pinturas de guerra y danzas alrededor de la hoguera. Juntos no habrá ni rostros pálidos ni guerreros de la pradera que puedan con nosotros. Pero no me des las gracias por sentarme junto a ti a escuchar el son de los tambores y a compartir la sangre del tatanka. Si estoy es porque es lo que me hace feliz y porque siento que debo estar. Y porque me enseñaste que amar, no implica por fuerza rodilla en tierra y necesidad de labios. Es un verbo tan hermoso y tan amplio que abarca mucho más.
Hoy es tu cumpleaños, pero no estás aquí para soplar las velas querida Blancanieves. No despertaste de aquel sueño y no hubo beso capaz de rescatarte y devolverte a este valle de lágrimas, que desborda lágrimas desde que una voz amiga me llamó para decir que al final te habías ido. "Ya nunca más volverás a sentarte a mirar el color de los días, ni la vida". Desde luego Robe imprime una belleza a sus letras que hasta tiene una preciosa canción para recordarte. "He llorado tanto. He llorado tan adentro. He llorado tanto tanto que he apagado hasta el infierno". No me digas que no es precioso. Sé que allí donde estés me seguirás leyendo. Eras una ferviente lectora de este blog, de mis libros y de todo lo que escribía. Por eso cuando los wasaps que te mandaba y que siempre leías y contestabas de inmediato comenzaron a quedarse perdidos por la red, me asaltó la duda y me invadió el miedo más profundo. Y en efecto, cuando me puse en contacto con tu familia me dijeron que habías mordido la manzana y que dormías en una cama de hospital. Los animales del bosque, los enanitos y los aspirantes a príncipe azul no podíamos entender que hubieras sucumbido a los ardides de la malvada bruja. No supiste decir que no a la manzana envenenada y diste el bocado que te quitó la vida y que llenó de tristeza las de todos los que te queríamos. Sabes que te quise mucho, sé que me quisiste mucho. Lo nuestro no fue una maravillosa historia de amor. En alguna ocasión probamos a darle forma física a lo que sentíamos el uno por el otro, pero no tardamos en comprender que era algo tan bonito y tan puro, que si nos confundíamos podríamos arruinarlo y decidimos ser simplemente buenos amigos y compartir alegrías y dolores sin ponerle nombre ni regalarnos anillos. Te echo mucho de menos. Echo mucho de menos tu voz y tu sonrisa, tu belleza de hada diminuta y grácil que revoloteaba junto a mi cuando me obcequé en creer que era un niño perdido y no era más que un hombre que se negaba a crecer. Y tu me ayudaste a hacerlo y con tu último acto me regalaste algo que ya forma parte de mi código: rendirse nunca será una opción. No supe apreciar cuan desgraciada eras. No supe aportarte la fuerza necesaria tal y como tu habías hecho por mi en mi momento más duro y no supe estar a la altura de tu cariño y tu limpia amistad. Siento muchísimo haberte fallado y agradezco tu enseñanza. Desde tu partida me prometí que nunca permitiría a un amigo comprar billetes para el tren que cogiste el día que decidiste viajar muy lejos. Te debo muchas cosas. El oxígeno que me daban tus besos cuando necesitaba respirar en relaciones clasutrofóbicas que me ahogaban. Tu imparable energía esos días en que el cerebro decidía que podías con todo y los ratos de peli/pizza que compartimos cuando el mejor de los planes era quemar el tiempo juntos. Te debo que me explicaras el porqué de la reacción de la gente ante mi desgracia con una canción de Drexler que desde que me la pusiste pasó de inmediato a formar parte de la BSO de mis vidas. Y es verdad, todo se transforma. Cada uno da lo que recibe y luego recibe lo que da. Pero no supe darte lo que necesitabas. No supe darte ese beso que te rescatará del oscuro sueño y después de varios meses de letargo te fuiste al paraíso. Imagino que hoy estarás celebrando allí tu día. No puedo verte, no puedo oirte, pero sé que a veces te acercas a darte una vuelta por aquí y a seguir cuidándome. Hoy brindaré por ti y levantaré mi copa al cielo diciendo "Lehaim", a la vida, por la vida. Vivirás en mi y en todos los que te queremos y te echamos de menos. Un beso muy grande, Blancanieves.
Este mes cumpliré los cuarenta y seis años oficiales de la serie de mi vida. Poco más de seis de esta segunda temporada que milagrosamente aprobaron los productores cuando parecía que todo quedaría en una mini serie. Es pronto para hacer un repaso de mi vida, de mis vidas, pero al escuchar la canción de Residente, a quien considero el mejor letrista de latinoamerica, una cosa ha llevado a la otra y sin quererlo me he dado un paseo por la historia de mi vida. Y no ha estado tan mal, pese a todo. El hacedor quiso nacerme en Valladolid, Castilla la vieja. Ciudad donde todo funciona por apellidos y donde si un día te equivocas, al día siguiente los mentideros públicos le han dado una dimensión sobrenatural y te has convertido en personaje de leyenda. Pero aún así y todo, amo mi ciudad y estoy orgulloso de mis orígenes. Pertenezco a una familia de apellidos ilustres y compromiso con la sangre, a la que no debo defraudar ni dejar en mal lugar. Y estoy orgulloso de ello. Mi padre fue ante todo un hombre bueno. Un profesional de reconocido prestigio y una persona cabal, comedida, justa, trabajadora y muy honrada. Mi madre es una mujer maravillosa que llora desde hace ya seis años la ausencia de su único y verdadero amor, compañero de viaje, padre de sus hijos y abuelo de sus nietos. Mis hermanos me acompañan a cada momento, muy presentes aún en la historia de mi vida. Solo tengo un hermano varón, el mayor de la prole. No nos parecemos en nada y a veces discrepamos, pero lo quiero y en ocasiones me he sentido muy orgulloso de su talento, pues es un poeta laureado y el primero de los hermanos que ganó un premio literario y publicó un libro. Después de él nació una hermana a la que siempre describo como cincuenta por ciento de corazón, treinta por ciento de buena voluntad y veinte por ciento de cabra loca. Ella también ganó premios literarios y también ha publicado libros. Y siempre hemos estados muy unidos y hemos luchado juntos. Después voy yo, pero luego os cuento alguna cosa de mi historia. Tras de mi nació otra hermana a quien considero la viva imagen de mi padre, pues además de haber seguido sus pasos profesionalmente, es una mujer cabal, comedida, justa, trabajadora y muy honrada. Siempre he estado muy unida a ella y es a quien acudo cuando las cosas se tuercen. En último lugar nació ese angelito de alitas de plumón blanco del que ya os he hablado y a quienes los médicos al nacer disagnosticaron el síndrome de Down, pues no encontraron otra justificación para un espíritu tan puro. Es la eterna niña feliz y sirvió de argamasa para mantener unida siempre a esta familia. Yo fui un niño muy bueno y muy cariñoso, formal, alegre, estudioso y correcto hasta los catorce años, en los que al pasar a B.U.P me encontré de repente con que en mi colegio para chicos, de curas, de los de toda la vida, admitieron chicas en clase. Y eso me trastocó. Muté. Mis hormonas ganaron la batalla al sentido común y me convertí en un Peter Pan confundido y terriblemente enamoradizo. No supe gestionarlo. Comencé a suspender, a faltar a clase, a portarme mal en casa. A salir de juerga, a pelearme con otros chicos, a meterme en líos y a probar las mieles de los labios de una mujer. Desde los cuatro años me convertí en un lector insaciable, con seis comencé a escribir para expresar mis emociones, mis miedos y mis anhelos y, la literatura y la música, fomentadas por mis padres quienes siempre pusieron a nuestra disposición libros, discos e instrumentos musicales, ocuparon un lugar fundamental en mi vida. Pero rechacé todas las oportunidades que mis padres me dieron y me empeñé en arruinar mi vida, para sufrimiento de quienes más me han querido. Por motivos profesionales de mi padre, la familia se traslado a vivir en Madrid y allí, a trancas y barrancas, conseguí llegar a la universidad, comenzando los estudios de Derecho para intentar seguir la estela familiar, pero no supe centrarme y Peter seguía muy presente en mi. Volví a defraudar a mis padres, quienes pese a todo y fruto de su generosidad desmedida, seguían consintiendo mis errores y regalándome vacaciones en la playa, ropa de marca y dinero de bolsillo,Como punto de inflexión anulé la prorroga por estudios y solicité incorporación inmediata en el ejército español. Con mi escaso metro sesenta serví en la Policía Militar, donde el resto de soldados no bajaba del metro ochenta. Y conseguí sobrevivir. Al termino de la aventura castrense, decidí irme a trabajar a Inglaterra para aprender el idioma. Pero allí encontré también mujeres, españolas. Y me enamoré hasta las trancas de una chavala vasca muy jovencita y regresé a España para intentar mantener aquel amor en el ostracismo. No pudo ser. y volví a poner tiritas en el músculo de la desgracia. Me matriculé en Educación Musical y pasé unos años maravillosos tocando y cantando con los compañeros de clase. A veces incluso estudiaba. Sazoné estos años con diferentes historias de amor, de esas que para mi siempre eran la mujer de mi vida y el único amor verdadero. Y seguí escribiendo. Muy jovencito comencé a ganar premios literarios y la escritura fue siempre la única adicción de la que no pude ni quise desengancharme. Me independicé con una gran mujer y con ella me trasladé a vivir a Granada, donde compartí estudios, trabajo y conciertos en las calles de una ciudad culturalmente viva y disfruté de muchas noches de blanco satén. Con esta mujer, tan importante en mi vida, me marche a terminar la carrera con una beca Erasmus a Italia, donde pasé casi un año disfrutando de su cultura, de sus vinos y de sus tradiciones. Mi pareja aprobó todo con unas notas excelentes. Yo volví a España creyendo haber traído conmigo el título universitario, pero como de costumbre, Peter se resistió a crecer y fruto de su insensatez, no pude convalidar una asignatura. Una vez instalado en Valladolid, donde habían regresado ya los míos, comencé a trabajar como intermediario en operaciones inmobiliarias, aprovechando mi experiencia y mis dotes teatrales, muy útiles para vender pisos. El veneno del teatro había infectado la sangre de mis venas muchos años atrás y en Valladolid aposté por las tablas y tas montar una pequeña compañía salí a escena. Me enamoré hasta las cejas de la primera actriz del elenco y estúpido de mi,abandoné a la mujer con la que nací a la madurez, y me casé con la traidora farandulera. Al poco me demostró que lo suyo era en verdad puro teatro y me adjudicó el papel de eterno secundario cómico, mancillando nuestros votos con un bufón al que yo consideraba buen amigo, pero que me demostró su falta de moral y de escrúpulos acostándose son mi mujer y exigiendo mi aprobación. El divorcio no se hizo esperar y con él llegaron mis mejores y más dolorosos textos. Publiqué mi primer libro y comencé una cadena de relaciones fallidas en las que traté de curar la herida, pero tan solo me hice más daño. Me reinventé de nuevo y conseguí un trabajo perfecto, escribiendo, viajando, asistiendo a eventos de todo tipo y promocionando las excelencias culturales, turísticas, gastronómicas y enológicas de mi ciudad. Me volví a enamorar, y compartí lecho y sueños con una mujer muy especial de irresistible caída de ojos y pasión por la moda. Fue la única vez que hubiera querido se padre, pero tuve que conformarme con el amor incondicional que me profesaba un adorable gato que me eligió como su humano de compañía. Un buen día a mi pareja y a mi se nos rompió el amor de tanto usarlo. Y yo me quería morir. A la semana me concedieron el deseo y me morí. Peter se puso al volante de mi Vespa y condujo bajo los efectos del grog del capitán Garfio, estrellándome contra el asfalto y enviándome una semana al país de nunca jamás, al que los médicos denominaron primero muerte clínica y después estado de coma. Desperté de aquel viaje maltrecho y dolorido y con diversas secuelas físicas, cerebrales y emocionales. Pero en aquella vuelta a la vida real descubrí al fin la verdadera importancia de las cosas que nos hacen especiales. Palabras como familia y amigo cobraron su verdadero significado y me ayudaron a volver al combate. Tras más de mes y medio de ingreso pude volver a casa en una silla de ruedas y con la ayuda de diversos especialistas, entre los que destaco a mi queridísima Teresa Arteche, volví a caminar, a sonreír y a plantarle cara al destino. Pero el destino es un adversario cruel y al verme desafiarlo, me arrebató a mi padre, llevándoselo de pronto sin haber podido reunir las fuerzas aún para decirle lo mucho que lo quería. Volví a caer y confundido, sin su luz y sin su guía, recobré la vieja costumbre de cometer un error tras otro. Me volví a independizar, volví a compartir lecho con unas adorables caderas que resultaron ser aguijones venenosos y traté de ser el Juan profesional, capaz y activo que fui antes del incidente vespero. Un fracaso absoluto. En esta etapa seguí ganado premios literarios y publicando libros. A nivel cognitivo estaba bien, pero a nivel emocional y psicológico no era ni la sombra del que fui. Regrese junto a mi madre y junto a ella poco a poco fui cogiendo fuerza. Aprendí a vivir de nuevo, a tomar las decisiones correctas a ignorar a Peter y al resto de los niños perdidos y a construir los cimientos del Juan que quiero llegar a ser. En el trascurso de mi lucha por superar la adversidad, perdí a una gran amiga que durmió para siempre y no pude despertar con un beso de amor. Y perdí también al animal que más me ha querido y que me demostró que el amor no entiende de especies. Conocí a la única mujer de mi vida que lo único que quiere de mi es a mi. Y conseguí ganarme sus labios y su pecho, sus caricias y su apoyo, su risa y su respeto. Introduje en mis oraciones nocturnas la plegaria en la que cada noche pido que se me ayude a ayudar como a mi se me ha ayudado. Y trato de ser feliz, cultivando la paciencia y trabajando el acierto. Sigo leyendo, escribiendo y buscando las respuestas en las páginas de un libro, bien ajeno o propio. Y ya no me cuesta decir que quiero a la gente que quiero. Y ya no me cuesta diferenciar el amor de todas sus copias baratas y tóxicas. Soy un poco el que fui, pero soy mucho más el que me han permitido ser y poco a poco conseguiré ser quien quiero llegar a ser por derecho y convicción. No obstante disto mucho de ser perfecto y todavía cometo errores, como todo hijo de vecino, pero al menos estos errores no nacen de la falta de sensatez ni de juicio, sino de la falta de acierto. Y eso es todo, amigos. No olviden mineralizarse y vitaminarse.