Me armé de valor y conseguí tomar una buena decisión. Ignoré el frio y la lluvia,los temores infundados y a los buitres que se posan sobre todas las miradas.Y me encaminé al concierto que nos propuso ese ángel de eterna sonrisa que desde hace poco se ha instalado en nuestras vidas,enriqueciéndolas. La sala se fue llenando poco a poco de público entusiasta y mis nervios desquiciados se hicieron un hueco en la barra. Entonces él artista comenzó a cantar. Que despliegue de metáforas,que acertadas estrofas,cuanta belleza planeando sobre nosotros. Traté de concentrarme en su voz y en el muestrario de perfectas sentencias músicadas. Pero me pudo el miedo. Y te diste cuenta de que había comenzado a temblar. Y te acercaste a mi y me sostuviste con las alas del cariño que batiste al ritmo de los acordes de una guitarra bien afinada. Agarraste fuerte mi mano y me diste un beso en la sien,insuflando la necesaria ternura que alimentó mi fámelico valor. Yo te besé en la mejilla,sabedor de que nuestros besos volaban como las cometas sin hilos de la canción de Marazú y se encontraron en el cielo. Tanto cariño,tanto amor verdadero; ese que nació de una mirada cómplice y creció con cada demostración de amistad. Y te quise mi amiga,te quiero mi amiga y te querré mi amiga el resto de mis vidas. Eres la canción más bonita que he escuchado. Eres la suma de unos arpegios ideales. Eres la melodía en modo mayor,que alegra cada compás en este pentagrama vital que compartimos. Permiteme que a mi manera,desafinando y perdiendo el ritmo,siga haciéndote los coros.
Este relato lo escribí ayer tarde durante el evento organizado en la Casa de Zorrilla de Valladolid para conmemorar el día de la creativad. Después de recibir y saludar al público, pedí a algunos de los asistentes que me dijesen lo siguiente: Nombre femenino: Olga Nombre masculino: Luis Verbo: Amar Condiciones climatológicas: Lluvia Franja horaria del día: Ocaso Con estos datos, entre presentación y presentación de las lecturas y las intervenciones musicales, escribí un reato en un folio en blanco, sellado por la institución que organizó el evento. A los 50 minutos y al terminar el acto, se leyó acompañado por la guitarra de la canta autora y poeta Sandra García, que puso la nota dulce y musical al acto. Esto es el resultado, espero que os guste.
Impermeable Llueve, pero Luis se resiste a abandonar la plaza donde espera a Olga. Le da igual empaparse mientras aguarda su llegada. La ama y con cada enorme gota que cae sobre su empapado cabello, ratifica ese sentimiento. Se enamoró de ella al escucharla cantar en una oscura taberna de la ciudad, que Olga iluminó con su inmensa sonrisa y Luis no pudo evitar convertirse en su fan más entusiasta. Con el ocaso cesó la lluvia. Mientras trataba de colocarse el pelo revuelto para evitar presentar tan espantosa imagen ante su amada, Olga se acercó hasta él y lo besó apasionadamente. Ese beso secó sus ropas, su pelo y, el enorme charco que había empezado a formarse en el interior de su pecho, al creer que ella no llegaría nunca. Luis supo que esos labios habían vuelto impermeable su corazón y tomando a Olga de la mano, se encaminó hasta la cercana playa. Hicieron el amor en el mar durante toda la noche.
Han pasado más de cinco años desde que se llevaron a los pequeños de aquella camada. De un tiempo a esta parte ha creído reconocer su olor, rondando por las inmediaciones de su casa. Puede que no fuese más que el producto de su imaginación, de su nostalgía y de una mente torturada por la separación. No lo tenía demasiado claro pero hace un par de días vio a uno de aquellos cachorros, ya crecidito, desde la ventana. Era su pequeño, estaba claro. Ese porte chulesco y ese donaire de gato de la realeza, lo había heredado de aquel canalla que la sedujo con falsas promesas de amor eterno y maullidos en tercetos de rima asonante. Aunque el pelazo blanco y negro de su hijo nada tenía que ver con el de su madre, la espesura y la abundancia del mismo no dejaba lugar a dudas. Aquel gato que había venido a vivir con su humano de compañía a la calle contigua a la suya, era su hijo. Y quería volver a besarlo a sentir su hocico junto al suyo y a disfrutar de sus olvidados ronroneos. Aprovechó un descuido de Javier y Natalia, los humanos con los que había decidido compartir su casa e hizo algo que no había hecho en los casi nueve años que llevaba con ellos, se escapó. La lluvia y la oscuridad de la noche le hicieron perder el rastro y empapada y aterida de frío, además de triste por no haber conseguido su objetivo y por no saber regresar a su casa, buscó refugio debajo de un coche. Después de varias horas de gélido arrepentimiento por la audacia de la fuga, una humana la rescató de aquel infierno y pensando que podía haberse perdido y, preocupada por ella, llamó al timbre de la puerta principal de un chalé de la calle donde estaba aparcado aquel vehículo refugio. El humano que salió a atender la llamada le dijo que aquel gato no era suyo, pero que él también tenía gato y que haría lo posible por ayudarla a encontrar a sus propietarios. Parecía un buen tipo, aunque se lo veía indeciso pues en su casa había ya un gato y un perro y no sabía si era muy buena idea introducir otro animal que despertase los celos y el instinto territorial de los animales que vivían allí. La madre del humano se apiado de ella y le secó el cuerpo con una toalla, luego la envolvió en una mantita y la tumbó en su regazo. Las madres son así, sean de la especie que sean. De repente el perro de la casa entró olfateando el rastro y se acercó a ver que era aquello que tiritaba bajo la manta en el regazo de su humana. Enseguida comprendió que esa gatita estaba asustada y extenuada y no quiso interrumpir su descanso. Cuando todo parecía haberse calmado, el gato del hogar, un felino arrogante que se sabía un galán, se acercó al oler a una hembra. El abundante pelaje blanco y negro, el olor del pasado y la mirada idéntica a la de aquel amor de verano, reafirmaron lo que había sospechado: aquel felino lustroso y de paso firme, era su hijo. Solo hizo falta que cruzaran sus ojos unos segundos. Mara sintió en el interior de su pecho que aquella escapada había tenido un final feliz. Su pequeño, al que los humanos llamaban Gatete, se tumbó a los pies de la silla donde la humana la tenía recostada sobre ella y le daba calor. No necesitaba más calor. Su corazón y su alma se habían calentado con la mirada de su hijo. Los humanos que vivían con Gatete se movilizaron entre el vecindario, consiguieron averiguar que ella vivía con Natalia y Javier y los llamaron para avisarles de que la gata estaba a salvo. Poco después fueron a recogerla, agradecidos y emocionados por haberla recuperado. Mientras Natalia la cogía en brazos para llevarla a casa, Mara se giró un momento y le dedicó a su hijo la más tierna y amorosa de las miradas. El frío, el miedo, la lluvia...todo había merecido la pena.
Al llegar a casa, Mateo y Diana comenzaron a deshacer las maletas sin dirigirse la palabra.Mientras colocaba la ropa limpia en el armario, Mateo reparó en que Diana arrojaba toda la suya en el cesto de la ropa sucia, haciendo de ello una forma de protesta más. Él había disfrutado con aquel crucero, ella no dejó de sacarle fallos desde que zarparon y cada milla que avanzó el trasatlántico le supuso una nueva queja. A Mateo le encantó la puesta de sol desde la cubierta, a Diana se le presentó como una acertada metáfora del ocaso de su relación. Mateo consideró aquel viaje como una oportunidad para solucionar sus problemas de pareja. Diana se lo planteó como la perfecta ocasión para explicar a Mateo que había dejado de quererlo. No había lancha ni chaleco que pudiese salvarlo de este naufragio. Al subir las maletas vacías sobre el armario del dormitorio, Mateo sintió que se le había roto el corazón y una incontenible lágrima le resbaló por la mejilla. Al percatarse de ello, Diana supo que al fin había comprendido. Y sonrió.
Este relato lo escribí ayer como ejercicio durante el taller de escritura creativa que estoy realizando con Índigo Crea y donde noto que poco a poco, comienzo a depurar mi estilo y a corregir muchos fallos. Es curioso que de los seis compañeros del grupo de alumnos, dos hayamos sido primer y segundo premio en el último certamen de relatos de la Fundación Municipal de Cultura de Valladolid y hayamos sido seleccionados para publicar relatos en el mismo libro. El talento se nos presupone, como el valor al soldado, pero la guia y el consejo de nuestra profesora también tiene mucho que ver en ello. Yo me considero el eterno aprendiz de escritor, por muchos premios que gane y muchos libros que publique.
Esta es la historia de una mujer que lleva toda una vida predicando con el ejemplo y de la que todos los que formamos parte de su entorno, seguimos aprendiendo a diario. Siendo muy joven, la terrible enfermedad que le arrebató a su hermana mayor hizo que se esforzase en conseguir las herramientas que le permitiesen optar a un trabajo digno, con cuyo salario ayudar a unos padres que habían esquilmado los recursos familiares entre médicos y tratamientos por desgracia al final ineficaces. A sus diecisiete primaveras y después de haberse sacado el título de secretariado, entró a formar parte de la plantilla de una empresa internacional que acababa de asentarse en Valladolid. Allí, conoció a un estudiante de Derecho que compaginaba la carrera con su trabajo en el departamento de Recursos humanos. Se enamoraron y comenzaron una relación que mantendrían durante los cincuenta años posteriores, al saberse el uno para el otro. Él terminó su carrera y comenzó a ejercer la abogacía y, ella lo acompañó en su andadura, ejerciendo como amantísima esposa, madre de sus hijos y secretaria en su despacho profesional. En unos tiempos donde la conciliación de la vida laboral y familiar no estaba sujeta a ayudas, licencias, ni subvenciones de ningún tipo, ella consiguió formar junto a él una familia numerosa que juntos llevaron con el mayor de los cariños, un poco reconocido pero admirable esfuerzo y un tesón sin igual. Nunca se la escuchó quejarse y si un día dejó su trabajo de secretaria junto a él, fue porque sus hijos se lo imploraron y porque la excelente labor de su marido como letrado, le permitió prescindir de ella para ese puesto y contratar a una persona externa. Pero eso no quiere decir que ella dejase de trabajar. Simplemente abandonó ese pluriempleo y se centró en el de madre a jornada completa, cosa que además de la educación y el cuidado de los hijos mientras él estaba trabajando fuera de casa, le hizo convertirse en una esforzada empleada doméstica, excelente cocinera, decoradora de interiores, enfermera, animadora sociocultural y organizadora de eventos. Por si no fuera bastante, además de las responsabilidades de su hogar, se hizo cargo con abnegado cariño del cuidado de sus padres, a quienes atendió hasta el último momento. La vida siguió y aunque gracias al esfuerzo del matrimonio, consiguieron alcanzar una desahogada posición económica, el destino hizo que nunca pudiesen bajar la guardia y relajarse, pues enfermedades, accidentes y sustos de todo tipo los obligó a seguir en la lucha cada día de sus vidas. Hasta que él, afectado por una enfermedad que cual espada de Damocles pendía sobre sus arterias, terminó falleciendo. Pero incluso el morir quiso hacerlo en sus brazos y eso si que se lo concedieron los hados. Sus últimas palabras y su último aliento fueron para ella. Si a mi, que soy un tipo terriblemente enamoradizo, me ha dolido horrores perder a parejas de meses o de pocos años de relación, a ella esta dolorosa pérdida, le ha arrebatado la ilusión y el sentido de su existir. Al menos puede agarrarse al legado humano del amor de su vida, que se refleja en sus cinco hijos y en los tres nietos que hasta el momento has pasado a engrosar las filas de este ejercito. Hoy en día, con sus años repletos de vivencias y experiencias de todo tipo, me sorprende que cuando sale el tema del feminismo no se declaré una ferviente partidaria de esta corriente. Ella, que ha sido el más claro ejemplo de mujer trabajadora que he conocido. Aunque las mujeres de mi familia podrían ser verdaderos adalides de la causa, pues todas ellas han trabajado, conciliando con esfuerzo, amor y poco más, la vida laboral y la profesional y consiguiendo victorias tan importantes como la obtenida por una prima a la que adoro, que madre soltera se ha dejado la piel para conseguir que su hija supere sus problemas médicos y acceda a unos estudios universitarios en los que ya está demostrando que lleva los genes de las mujeres que la han precedido en el árbol genealógico. Particularmente encuentro ejemplos de lucha y de valor en todas mis amigas, que también se han formado en esta sociedad machista y han conseguido acceder a sus puestos de trabajo por méritos propios y no por sus caras bonitas. Y, cada vez que alguna me cuenta comentarios de sus jefes o de sus compañeros de trabajo, siento como si esos idiotas me estuviesen escupiendo en la cara y me entran ganas de ir a buscarlos para enseñarles respeto y educación, pero eso no me corresponde a mi, ellas saben valerse solas y no necesitan de un machito que las defienda. Celebramos mañana el día de la mujer trabajadora, y aunque esto que voy a escribir me pueda generar algún disgusto, creo que es un error. La mujer de por si, es una abnegada trabajadora desde el principio de los tiempos. Por mí, celebraría y con verdadero orgullo y agradecimiento, el que sean tan formidable ejemplo de mi especie animal. Yo celebraría el día de la mujer, a secas. Me harto de decir que la paridad está mucho más allá de escribir lectores y lectoras, amigos y amigas o compañeros y compañeras. la paridad, está en el increíble ejemplo que me han dado mi madre,mis tías, mis hermanas, mis primas y mis amigas. Ahora solo queda que los imbéciles de turno que manejan según que hilos, accedan a reconocer que somos iguales y esa igualdad debe reflejarse en los salarios y en las condiciones laborales. Es de lógica y de sentido común. Mamá, este texto va por ti...y por todas.
Y no os preocupéis, esto no es un texto ñoño en el que voy a hablar de lo maravillosas que son las mujeres y lo hijo de puta que hay que ser para maltratarlas, física o psicológicamente ( y sí, hay que ser muy hijo de puta). Dentro del género femenino hay personas increíbles y estupendas (la mayoría) pero también crueles y dañinas (una selecta y muy peligrosa minoría ) y como dicen los abuelos (y las abuelas, claro, ustedes perdonen) "de todo hay como en botica". No obstante creo que como hombre, estoy en mi legítimo derecho a levantar la voz y a sumar mi grito al de todas aquellas que elevan el suyo reivindicando sus derechos. Faltaría más. En mi vida, la mujer ha sido siempre la palanca que encontró el necesario punto de apoyo para mover mi mundo. Mi madre, mis hermanas, mis amigas, mis parejas...Todas supieron aplicar la fuerza necesaria para que mi vida echase a andar y para que me levantase después de cada caída. Si bien es cierto que también encontré auténticos demonios de increíbles curvas y deliciosas noches que me hundieron en el fango tras arrancarme el alma a jirones y aprovechar cuanto pudieron de mi, esquilmando mis recursos emocionales y materiales. Pero no por ello culpo a un género entero. Generalizar es de mediocres. Culpo a las personas a las que no debí haberme acercado jamás, pero en mi estupidez no supe poner distancia y entre otras cosas y como siempre, me pudo la lujuria. Me duele mucho, muchísimo, ver a tantos hombres (demasiados aún) que minusvaloran a la mujer por el solo hecho de serlo. Que consideran que su misión en el mundo es la de completar al hombre, cuidar de los hijos que este engendre y servir de reposo del guerrero. ¿Estamos gilipollas o qué? La mayoría de las mujeres que conozco son mucho más validas para desempeñar puestos de responsabilidad y más sacrificadas y trabajadoras que muchos de los hombres que conozco. Y sin embargo tienen que luchar con el handicap de pertenecer al mal denominado "sexo débil". Una cosa es que físicamente seamos diferentes en cuanto a constitución y masa muscular (benditas y adorables diferencias) y otra muy distinta es que esas diferencias las hagan inferiores a nosotros. No sé porqué coño no se equiparan los salarios y las condiciones laborales, no se otorgan los mismos derechos y no se reconoce el increíble trabajo de una mujer que además de currar como una bestia en su puesto laboral, atiende luego la casa y la familia porque sí, porque es lo socialmente establecido y su maridito el pobre, es que llega agotado del curro. A mi me educaron para respetar a la mujer. Vi como mi padre siempre trató con absoluto respeto y con el mayor de los cariños a mi madre y como se empeñó en inculcarnos unos valores morales y sociales en los que no había ni que explicar que solo eran válidos si se aplicaban a ambos géneros por igual. Pero aún habrá quien piense que en ocasiones peco de machista por abrir la puerta a una mujer y cederle el paso o por ofrecerme a cargar con su maleta. ESO SE LLAMA EDUCACION. Sé de sobra que no necesitan que les abran las puertas ni cargue con sus pesos. Las mujeres que conozco y con las que convivo, cargan con unos pesos con los que yo no podría ni de lejos y no me refiero a maletas precisamente. Y las puertas se las han abierto ellas. No las de entrada al edificio sino las de acceso a un mundo laboral digno y a títulos universitarios con unas calificaciones que ya quisiera yo. Señores (y digo señores porque esto solo se lo quiero decir a los lectores masculinos, me jode tener que explicarlo todo): El trabajo es nuestro, nosotros somos los que tenemos que arrimar el hombro ahora y de verdad, para que se respete de una puta vez la valía de la mujer. A ver si no llevan ellas toda la vida apoyando y arrimando el hombro con nosotros. Lo que también me jode mucho es que en pleno siglo XXI donde la sociedad se supone que avanza al ritmo del progreso, estamos viviendo una autentica involución en este aspecto y cada día hay más víctimas de violencia de género y más injusticias laborales contra la mujer. Eduquemos a nuestros jóvenes para que no repitan esquemas absurdos. A nuestros mayores ya es demasiado tarde. En la educación y en el acceso a la cultura hay muchas soluciones. Hagamos el favor de educarnos y culturizarnos.
No voy a mentir. Durante mucho tiempo creí ser un aseino y haber matado a la persona más maravillosa que he conocido nunca. A quien le debo tanto, tantísimo que el agente existencial que lleva el caso podría haberlo considerado como un lógico móvil para justificar el crimen. Sé que muchos asesinos dicen lo mismo, que ellos no querían, que fue un accidente, que lo sienten ,que están muy arrepentidos...Pero esta vez era verdad, lo juro. Mi supuesta víctima tenía un corazón tan grande que las arterias, agotadas de bombear tanta sangre se debilitaron y un exceso de presión provocado por disgustos, sustos o emociones fuertes, podían acabar destrozándolas. Y precisamente creí que esa fue el arma del crimen. Pensé que lo había matado de un disgusto y que murió de amor por mí y de emoción al creer perderme. Él fue un incombustible y perfecto luchador al que no pudo derrotar nunca nadie en buena lid. Ni tan siquiera el exceso de trabajo, de cargas y de responsabilidades que siempre se echó a la espalda. Murió de forma tan discreta, tan correcta y tan comedida como vivió. Simplemente llegó su hora cuando una artería estalló al no ser capaz de contener el enorme caudal de emoción que le manaba constantemente del pecho. Sin querer, aunque sin haber puesto los medios necesarios para evitarlo, pasé por un momento en el que clínicamente mi corazón y mi cerebro se apagaron y al hacerlo, él sufrió lo que yo tuve la suerte de no sufrir al estar dormido durante días. Cuando desperté, él estaba a mi lado y me recibió con una mirada tan profunda y tan llena de cariño que al verme reflejado en sus ojos, entendí que estaba herido de muerte y crei ser el culpable de la herida. Durante las semanas que siguieron a mi terrible error, se esforzó en ayudarme a vencer las consecuencias de mis actos y a recuperar mi vida. Y perdió la suya. No pude evitar culparme y cuando vi su cuerpo inerte, le dije a mi madre que porqué él y no yo y que quería cambiar su lugar. Mi madre, enfadada ante mi conducta, me dijo que mi padre había ofrecido cambiarse por mi durante aquellos días oscuros de los que nada recuerdo. Hasta hace muy poco no he podido sacarme la terrible espina clavada en la conciencia y en el alma, pero alguien me dijo que dejase de culparme. Que su enfermedad llevaba años creciendo a costa de todos los sinsabores del día a día de un padre de familia numerosa y que para él, la mayor alegría fue volver a verme caminar, sonreír y darle un beso. Que yo nada tenía que ver con su muerte, que como padre, estaba más que acostumbrado a bregar con los miedos que produce el amor por cinco hijos y que simplemente la ingeniería de su cuerpo tenía una fecha de caducidad por desgaste de material. El uso, el increíblemente buen uso que hizo de su corazón y de su cerebro, le concedió unos años de carencia cuando recibió el primer aviso de fallo en el sistema. Tengo la suerte de haberlo disfrutado durante casi cuarenta años de mi vida. Y de seguir disfrutando de su recuerdo, de su ejemplo y de su legado genético en mis hermanos. Y de mi madre, la mujer a la que amó por encima de todo y en cuyos brazos murió, cosa que sé fue un regalo de Dios que mi padre agradecerá eternamente. Hoy necesitaba contarte esto, papá, porque siempre me leías y sé que seguirás haciéndolo desde allí donde estés. Y ahora que venga el imbécil de turno a decir que soy un ñoño porque escriba que te quise, te quiero y te querré el resto de mis vidas. Fuerza y honor. .