Cuando se volvió sorprendido al notar mi presencia, su cara fue un poema y hubiese pagado lo que fuera por haber podido grabar la expresión de sus ojos. Tenía miedo. Sabía que iba a morir. Él, que jamás dudó ni le tembló la mano para cometer sus infamias, se puso a temblar como una rata acorralada por una pitón.
No sé de donde coño sacó el valor para arrojarme a los ojos el humeante contenido de la taza pero lejos de conseguir su objetivo, tan solo me manchó la chupa de cuero y las gafas de sol. Fue entonces cuando le asesté la primera puñalada en el pecho. No voy a negarlo, disfruté al hacerlo. Fue un éxtasis emocional, una catarsis de dolor acumulado, un desahogo salvaje. Cayó de rodillas y balbuceó algo parecido a una súplica. Pero me conocía bien y sabía que a diferencia de él, yo soy un hombre de palabra y cuando tomo una decisión, nadie puede hacerme cambiar de parecer. Por eso le asesté otra puñalada en la mano que había levantado suplicante y, al atravesarla, debí seccionar alguna vena, porque comenzó a sangrar como un cochino en día de matanza. y gritaba igual, así que le rajé un poco la garganta para que no pudiese hacerse oír por nadie. Pero no quería que muriese ni que perdiese el conocimiento.No todavía. Utilicé lo aprendido en los cursos de primeros auxilios y le hice un vendaje de urgencia con un trapo de cocina. De esta forma, no se desangraría rápidamente y podría disfrutar un poco más de mi venganza. La ocasión lo merecía.
Me incliné sobre su cuerpo caído y até sus brazos con el mantel sucio y arrugado que cubría la mesa junto a la puerta de la despensa. Una vez lo tuve inmovilizado, me ensañé con mucha calma y precisión cirujana.
Lo primero que hice fue rajarle las comisuras de los labios y las aletas de la nariz. Me deleité con las sonidos guturales que pretendían ser gritos de dolor y de pánico. Con mucha delicadeza y no cierta repulsión, le extraje el escroto bajándole el pantalón y lo seccione de un único tajo, como el que castra a un becerro. Asegurándome de que podía ver lo que hacía, introduje sus partes en una cazuela con restos de sopa que encontré sobre la vitrocerámica y las puse a cocer. Recé para que no perdiese el conocimiento y poder hacerle beber un par de tragos.
Lloraba a mares. No merecía otra cosa. Más había llorado yo cuando me destrozó la vida y me arrebató todos mis sueños y todo lo que amaba.
Durante un par de semanas había intentado perdonarlo e incluso había asistido a terapia y a grupos de meditación y de oración. pero a la mierda con todo eso. Acción, reacción. Acto, consecuencia. Si él se había portado como un asqueroso e insensible hijo de puta, yo no podía poner la otra mejilla. Ya no me quedaba espacio donde recibir golpes.
Fabriqué un embudo con media docena de páginas del periódico que había sobre un estante y comprobé que el agua donde cocían sus testículos había comenzado a hervir. Así sería más doloroso incluso, pensé sonriendo. Le introduje un extremo del artesanal embudo en la boca y vertí por el otro parte del caldo de la cocción.
Su cuerpo se estremecía presa de las convulsiones y del sufrimiento Ciertamente la venganza es un plato delicioso y maridaba perfectamente con las dos botellas de whisky escocés que me había bebido para que no decayesen los ánimos.
Seguramente le quedaba muy poco de vida, por lo que antes de que se fuese al infierno, procedí a sacarle los ojos en un arrebato de crueldad desmedida. No pude hacer nada para evitar el desmayo ni para devolverle la consciencia, aunque lo intenté con sales y con agua fría. Al parecer ya estaba muerto. Se terminó la diversión.
Camino de mi habitación en el discreto hotel que contraté por internet con una cuenta de correo falsa, sopesé las diferentes opciones que tenía por delante después de aquello y me decidí por la más socorrida. Compraría un billete para el país más recóndito al que pudiese llegar con un vuelo barato, sacaría toda la pasta de la cuenta de la empresa, a la que tenía acceso por mi empleo de administrativo de confianza y comenzaría de nuevo en otro lugar, en otra cultura y con otra gente. A diferencia de las películas, en la vida real los buenos no son tan buenos, son más como yo, con sus cosas y sus defectos y si se descuidan, pagan un precio más alto que el que pagan los malos.
Cada uno da lo que recibe. Luego recibe lo que da. Tarareando el "Todo se transforma" de Drexler me pegué una ducha a conciencia y me afeité con esmero.
2 comentarios:
Pues nunca he podido con las películas de miedo, ni de psicopatas o de cosas parecidas... Ya desde los 20 años más o menos no sé porqué nunca me gustó ver y leer cosas malas... Es que luego tengo pesadillas por las noches y lo paso realmente mal. Pero bueno, soy así de sensiblona, me van más las cosas ñoñas...jajaja.
Pero la verdad, que escribes muy muy bien. Eres un artista.
Zeroide
Muchas gracias por los cumplidos, hago lo que puedo y trato de mejorar cada día. No dejo de formarme ni de leer un libro tras otro, algo necesario para escribir mejor.
Detesto la violencia en la vida real y al igual que tu, huyo de las películas de terror o excesivamente desagradables. Lo que sucede es que ya he dicho alguna vez que utilizo este blog como diván de psiquiatra y a veces necesito sacar los demonios fuera, por lo menos literariamente. Es una terapia estupenda En la vida real no mataría una mosca pero soy muy humano y si te soy sincero, todo lo que el protagonista le hace al fulano que una vez fue su amigo, se lo hubiese hecho yo encantado a un fulano al que durante años consideré mi mejor amigo. Pero ni le he tocado un pelo ni se lo tocaré jamás, no quiero darle razones para encima ponerme una denuncia y seguir jodiéndome la vida.
Volveré en breve a mi temática habtual, que es la que me pide el alma. Textos sobre el amor y sobre lo hermoso de sentimientos nobles, como la amistad o el cariño por la familia o por los animales.
Y si...aunque a veces trate de no parecerlo, soy un ñoño tremendo.
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