Hay personas,monstruos disfrazados de personas, personas especiales y personas extremadamente sensibles y especiales.
Ella es una de estas últimas y lleva la sensibilidad a flor de piel, lo que la convierte en la más especial de las mujeres con las que he tenido la suerte de cruzarme.
Aún recuerda aquel ayer, cuando estaba junto a ella. Aún recuerda aquel amor y eso le hace llorar. Eso hace que una extensa y húmeda capa de rocío nacida en los lacrimales, se instale en su corazón. Lucha para conseguir mantener seco el interior de su pecho y lo hace esbozando constantemente la más hermosa y cálida de las sonrisas.
Un gato tan negro como amable, llegó hasta ella para convertirse en el protector de sus emociones y en el receptor del caudal infinito de cariño que brota de la nobleza del espíritu de la joven profesora, quien con cada promoción que despide al terminar el curso escolar, sufre al ver que se va también un poquito de su ser.
Optó por la educación infantil, al haberse dado cuenta de que los niños más pequeños son entes puros sin corromper por las miserias humanas; miserias terriblemente contagiosas y que se van inoculando en todos con los años de exposición al medio social y nos hacen crecer infectados de crueldad, traición y envidia.
Ella sufre no solo por haber perdido al que creyó el amor de su vida, sino por haberse dado cuenta de que su idea del amor nada tiene que ver con lo que realmente es. El amor, duele y ella necesita morfina para el alma pero no quiere caer en esa adición y solo consigue mitigar su dolor abrazando a su gato negro y empático y respirando al compás del ronroneo con el que él agradece sus abrazos.
Pero somos algunos más los que hemos descubierto en que consiste el juego y porqué perdemos todas las partidas. Desde la primera vez en que nos decidimos a jugar, hemos querido hacerlo de la forma más honrada posible, apostando todas y cada una de las fichas de ilusión y futuro, huyendo de trampas y de trucos baratos y esta decisión nos ha convertido en los eternos perdedores. Perdemos sí, pero con la cabeza muy alta y aunque se nos llene el rostro de lágrimas cada vez que nos dicen adiós, no vamos a cambiar nuestro estilo, sabedores de que llegará un día en que nos crucemos con alguien que jugará como nosotros y finalizaremos la partida entre sus brazos y sonriendo al fin.
Mientras llega ese momento, yo seguiré afilándome las uñas en los muebles del salón y jugando con el ovillo de letras, puntos y comas, que hago rodar por los folios en blanco del pasillo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario