No es la primera vez que una obra de mi amiga, la excelente artista salmantina, Elena Ayuso Varela, se funde con los sentimientos que me rezuman por los poros.
Creí que estaba curado. Creí que la tirita que me puse en la herida que me hiciste en el corazón, había logrado contener la hemorragia y ya no sangraría ni una lágrima más por ti, ni por tu carita de ángel y tu dulce caidita de ojos. Han pasado ya tres años. Justo por estas fechas estarás celebrando que me obsequiaste con tu último beso y tu último "te quiero". No debí haber aceptado con tanta ingenuidad ninguno de esos presentes o al hacerlo, debí haber mirado la fecha de caducidad.
Ha habido otras mujeres después de ti. Han pasado muchas cosas, demasiadas, después de la última noche que compartimos abrazados sin saber yo, que con el alba se irían todos los sueños, los proyectos de futuro y las ilusiones que había depositado en ti. Incluso llegué a decirte que fuiste la única mujer con la que me había planteado tener un hijo. De hecho te dije que me gustaría tener una hija tuya.Quería verte crecer en ella. Abrazarte y besarte en tu más tierna infancia, en tu desarrollo y en evolución como persona. Quería amar al fruto de nuestro romántica historia llena de glamour y de flases, tanto como te estaba amando a ti cuando hablamos de ello. Que imbécil fui. Hay que ver en lo que puede convertirme ese poderoso sentimiento que me lleva torturando desde la adolescencia. Pero entonces se apagaron las luces y cayó el telón. Saliste a saludar cosechando grandes aplausos y la ovación del público que se puso en pie entusiasmado con tu actuación. Y yo me quedé detrás para no robarte protagonismo porque en esta obra mi personaje fue tan solo el de secundario cómico.
Pero ¿sabes lo qué te digo? que se acabó. Ya estoy harto de este papel y de las tiritas que no curan ni protegen la herida de futuras infecciones.
Se acabó esto de dedicarte hipos y sollozos al recuperar recuerdos de aquello. Al carajo. Prefiero dedicarte la mejor de mis sonrisas desde el cariño que aún te guardo. Y no te culpo por no haber sabido quererme. Me consta que no soy en absoluto fácil de querer y que no allano el camino hasta mi alma. En ocasiones desbordo tantas emociones que haría falta una máquina quitanieves para abrir el paso hasta ella.
Tu no tienes la culpa de lo que he vivido en otros labios y en otros brazos, ni tampoco las que llegaron después de ti, fueron culpables de la tremenda cuchillada que me traspasó el pecho con tu adiós.
Aún así no he perdido la esperanza de encontrar a la persona que me sepa querer, que no se asuste con la intensidad de mi cariño. Que se de cuenta de que cuando quiero, quiero de verdad y hasta el infinito. Y más allá. Que no me tome por un juguete roto ni por un cofre de oportunidades donde elegir la joya que más le guste para lucirla hasta que se canse de ella y, abra entonces otros baúles enterrados en playas que no me pertenecen, custodiadas por misteriosos bucaneros. Mi mapa del tesoro es muy pequeñito y lo único que esconde el cofre oculto, es lo que me queda de corazón sano.
Ayer recuperé también el recuerdo de una noche de nervios en un hotel de Madrid. Una noche en la que estabas asustada ante tu primera gran cita con la fama y yo me esforcé por agarrarte fuerte la mano y besarte los párpados y las sienes tranquilizándote.
Pero también he recordado que odiabas que escribiese sobre ti y por respeto a lo que un día fuimos, voy a aclararte que nunca escribí sobre ti. Siempre lo hice sobre mi y sobre lo que me generaste en el alma, igual que estoy haciendo ahora. Porque perdona, cariño, pero soy dueño de mi vida, de mis sentimientos y de mis emociones y de todo lo que estas tres cosas cosechen en mis textos.
No obstante y aunque jamás he dado un nombre ni tan siquiera un indicio o una clara evidencia para lectores con ganas de jugar a los detectives, voy a hacerme un torniquete en el corazón y voy a cortar la hemorragía.
Te quise mucho, muchísimo pero ya has ocupado demasiado tiempo del vivido y no quiero regalarte más del que aún me queda por vivir.
De alguna manera, siempre tendrás un pedacito de mi corazón. Cuidalo.
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