¿Quién quiere vivir para siempre? Desde luego yo no, porque la eternidad sin ti se me presenta más como un castigo que cómo cualquier otra cosa.
La vida me ha enseñado que sobrevivir a la persona amada debe ser lo más parecido a un infierno. Lo veo cada día en la persona de mi madre que perdió a su amor tras cincuenta años de vida en común. Si ese medio siglo le ha dejado tal dolor, no quisiera imaginarme el pasar toda una eternidad recordando y, saber que por mucho que se desee, no le podrás reencontrar en ningún lugar.
No soy un escocés melenudo y desde luego no soy inmortal, aunque he tenido mucha suerte pero creo que ya no me quedan más rascas de esos de "sigue jugando".
Una cosa es que considere vivir plenamente a vivir enamorado y que ese sentimiento sea el motor que hace que se mueva no solo mi corazón, sino también mi cabeza, mis músculos y mis cortas patitas y otra, el que me vaya a morir cuando se me rompa el corazón. Lo tengo lleno de remiendos y el bueno de Alejandro Sanz ha dejado sin existencias de "tiritas pa este corazón partio" a las farmacias de toda España. En cualquier caso he aprendido esgrima con el mejor maestro y nunca volveré a rendirme sin plantar batalla. Lo bueno, lo que realmente merece la pena, siempre supone un esfuerzo. Nadie regala nada.
Menos mal que al menos no me toca pelear con la típica faldita escocesa, fijo que me la terminaría pisando y al final me cortarían la cabeza con el culo al aire.
Yo no quiero vivir para siempre. Mi único sueño de inmortalidad se basa en lograr trascender con alguno de mis textos y en dejar el mejor de los recuerdos en aquellos que me conocieron.
De todas maneras si por lo que sea me vuelvo inmortal, que también se lo concedan a ella.
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