Este relato lo presenté a uno de esos certámenes a los que me presento de vez en cuando a probar suerte.
Alguna vez ha sonado la flauta y me han sonreído los hados por lo que de vez en cuando vuelvo a probar fortuna.
Una vez que compruebo que no estoy entre los finalistas puedo publicar los relatos en mi blog ya que de otra forma no podría hacerlo sin contravenir las direztrices del certamen.
Valgo para esto.
Al menos los españoles hemos aprendido bien las
enseñanzas de nuestros antepasados en cuanto a la guerra de guerrillas.
Viriato, que era un caudillo con bastantes malas
pulgas pero con una más que demostrada inteligencia de campaña, nos enseño como
combatir un enemigo superior en número y en formación militar.
No voy a comparar al ejército napoleónico con las
legiones romanas que ocuparon estas tierras hace cientos y cientos de años pero
lo que sí puedo comparar es el valor de los españoles que actualmente forman
las partidas guerrilleras con el de los hombres del famoso caudillo hispano.
En mi partida hay de todo, predominamos los
andaluces pero también tenemos compañeros madrileños, castellano, extremeños e
incluso hay un gallego muy simpático que se pasa el día cantando en su lengua
natal y llevando el ritmo sobre la cantimplora de cuero que apoya en su pecho
como si estuviera tocando uno de esos “pandeiros” que tocan ellos en sus
fiestas populares y romerías.
Él dice que se llama Xoan pero aquí todos le
llamamos “Juanito el gallego”.
Lo cierto es que le debo la vida y si no fuera por
su habilidad con la faca, un endemoniado “dragón” francés me habría atravesado
la tripa de lado a lado con su bayoneta.
Aquella noche emboscamos a los gabachos a la salida
de Linares, cuando se dirigían a reforzar a las tropas destacadas en Jaén y caímos
sobre ellos en cuanto entraron en el olivar donde les esperábamos ocultos entre
los benditos olivos.
A una señal de nuestro jefe, abrimos fuego gritando
como demonios, blasfemando y jurando en arameo, en el más castizo madrileño e
incluso un compañero granadino se iba cagando en los muertos de Napoleón
mientras le cortaba el cuello con su albaceteña de siete muelles a los gabachos
que habían caído heridos y que le pedían en su maldito idioma que tuviera
piedad o algo por el estilo.
Piedad…si claro, la misma que tuvieron ellos al
entrar a degüello y pasar a cuchillo a todos los que encontraron en la iglesia,
mujeres y niños incluidos.
Aquello fue lo que me llevó a echarme al monte y
juntarme con esta partida de guerrilleros.
Mi mujer y mis padres se encontraban en la iglesia
del pueblo el día que llegaron los gabachos con sus hermosos uniformes azules
sus altos morriones y sus largas bayonetas caladas.
Dicen que venían descompuestos de rabia y de ira
pues uno de los pocos regimientos regulares españoles que aún conservaba su artillería
les había dado para el pelo días antes y necesitaban vengarse de aquella
afrenta a su honor.
Honor, esa palabra les viene grande a los franceses.
Honor el de mi paisano “Miguelillo” que con su
escaso metro y medio se enfrento a culatazos con dos coraceros y al derribarles
de sus monturas aún les permitió que se pusieran en pie para intentar
defenderse antes de reventarles el cráneo con la culata de su trabuco.
Cuando terminó aquello “Miguelillo” tuvo que
quitarse trozos de sexos franceses de la chaquetilla y hasta de la coleta.
En cuanto a
bravura he de decir que los polacos que han venido acompañando a los franceses
son quizás los soldados más valientes del mundo, después de los españoles
claro.
Aquí están matándose soldados franceses, polacos,
ingleses, portugueses y españoles.
De todos ellos los polacos destacan por una valentía
que raya incluso en la locura pues he visto cargar a media docena de lanceros
polacos contra todo un batallón inglés que se dirigía al asedio de Badajoz.
Por supuesto no fue una acción premeditada, los
polacos son valientes pero no idiotas. Sencillamente se dieron de morros con
ellos y lejos de arredrarse picaron espuelas y se lanzaron contra los ingleses
pensando que podrían abrirse camino entre ellos ya que no tenían posibilidad de
retirada pues un regimiento portugués les cerraba la salida por la retaguardia.
La guerra saca lo mejor de cada hombre pero también
lo peor.
Uno de mis compañeros de partida es un educado
señorito castellano, al que todo esto le sorprendió de vacaciones en el cortijo
de unos amigos de la familia y al tratar de regresar a su tierra no le quedó
más remedio que unirse a nosotros cuando un destacamento francés iba a
lincharle por considerarlo un espía, ya que solo a él se le ocurrió hablarles
en su idioma y de manera afectada.
Le rescatamos con la soga al cuello, literalmente.
Acabamos con los gabachos que no se esperaban que
una partida de guerrilleros les aguara la fiesta y no habían puesto vigilancia
ninguna, cosa que nos vino fenomenal para pillarles por la espalda y terminar
con ellos sin sufrir una sola baja.
Don Nicolás, el señorito que iba a ser colgado, no
ha olvidado nunca lo cerca que estuvo de la muerte y en cuanto tiene
oportunidad gusta de cortar las orejas y la nariz de los prisioneros heridos.
Creo que disfruta haciéndolo y la verdad es que me
da un poco de miedo. Mientras les rebana la nariz suele reírse a voz en grito y
sus carcajadas se escuchan a cientos de metros.
A mí que el muchacho ha enloquecido al pensar que no
volvería a su finca donde seguramente se acueste con las criadas de sus padres
y se entretenga amargándoles la vida a los campesinos que recogen el trigo de
la familia allá en Tierra de campos.
Es curioso que el guerrillero que le salvó de
aquella muerte segura fuese precisamente Miguelito “El limonero”, un malagueño
de Alhaurin el grande al que llamábamos “el limonero” porque se dedicaba a su
cultivo allá en sus tierras junto al Guadalhorce en la sierra de Mijas.
El limonero con el paso del tiempo y ya conociendo
la clase de persona a la que habíamos salvado de una muerte segura, siempre le
afeó esa costumbre de mutilar a cuanto gabacho podía y no se llevaban nada bien
pero aquella tarde cuando el malagueño vio que iban a colgar a un compatriota
algo se le debió revolver en las entrañas y se lanzó como un salvaje a su
rescate.
Nicolás no podía creer que aquel hombre al que conocía
de nada fuera capaz de jugarse el tipo por salvarle y creo que aquello fue lo
que le animo a quedarse con nosotros y unirse a la partida guerrillera.
Los españoles somos así, si encontramos un motivo para
unirnos contra alguien no nos lo pensamos ni por un segundo, igual que si vemos
a un compatriota en apuros echamos el resto para ayudarle.
Parece que
las cosas empiezan a cambiar.
Nos ha contado un
oficial de caballería de Salamanca, con el que solemos encontrarnos de
vez en cuando para recibir información y órdenes del ejército español, que en Cádiz
se ha proclamado una constitución, “La Pepa”, menuda guasa tienen los
gaditanos, no podían haberla puesto otro nombrecito.
Nos ha contado un poco por encima de qué va esto de
la constitución y al margen de resultarnos algo utópica, a todos nos ha dado un
alegrón ver que los políticos empiezan a apostar por buscar puntos de unión
entre todas las culturas que comparten territorio y que ya se han hermanado para
echar a los franceses del país.
Vamos a ver si conseguimos organizarnos también para
darle el golpe de gracia al ejército de Napoleón.
Yo ya llevo más de un año desjarretando gabachos y
polacos y aunque ya no me espera nadie en casa, me gustaría regresar al pueblo
con los que han sobrevivido a esta locura y volver a mi taller de carpintería.
Creo que con todo lo que han robado y quemado estos malnacidos voy a tener
muchos encargos, por no hablar de la cantidad de ataúdes que tendré que hacer.
De todas
formas creo que aún me queda mucha faena aquí. Aún hay demasiados extranjeros
por estas tierras y me parece que no se van a ir por las buenas así que habrá
que gastar a aún mucha pólvora y muchas balas para indicarles el camino de
regreso a su hogares.
Mañana tenemos que atacar a una columna francesa que
está moviéndose hacia Cádiz. Parece que les ha escocido lo de La Pepa y
pretenden dar un escarmiento con los gaditanos para que toda España se entre que
aquí no hay constitución que valga, solo los designios de su enano general en
jefe.
Se están reuniendo diversas partidas de guerrilleros
que nos desplegaremos a lo largo de su trayecto hasta Cádiz para darles un poco
de su propia medicina y si quieren escarmientos que no se preocupen, que van a
tener uno bien gordo.
La Virgen de la Macarena me ha protegido hasta ahora
y seguro que mañana me acompañará durante la emboscada.
Los gabachos también son cristianos por lo que ningún
bando puede apropiarse de la ayuda divina pero creo que en cuanto a justicia y
derecho moral, nosotros somos los ofendidos y los ocupados a traición y Cristo
dijo hermanos, no primos.
Por si acaso llevo mi medallita de la Virgen junto
al corazón y cada noche cuando me tumbo a dormir las horas que me corresponden después
de mi turno de guardia, echo un trago de la bota y aprovecho para rezarle a la
Virgen.
Me han contado que en otra partida que se mueve por
este territorio hay un par de seminaristas que consiguieron escapar con vida
del seminario y ahora se han convertido en dos fieras que mucho latinajo y
mucho persignarse doscientas veces antes de entrar en combate pero luego son
auténticos bárbaros sanguinarios que no hacen prisioneros.
Con la iglesia hemos topado.
Toca volver al campamento y descansar unas horas.
Mañana será un día duro y seguramente caerán algunos compañeros e incluso puede
que yo mismo.
Ahora sé que valgo para esto y nunca pensé que se me
diera bien algo que no fuera la carpintería pero ya he demostrado que soy
disciplinado, leal, arrojado y certero.
Espero que no tenga que seguir mucho más tiempo
matando franceses, que la maldita guerra termine lo antes posible y que nos
dejen tranquilos con nuestras creencias, nuestra nueva constitución y nuestros fandangos.
Si no que se atengan a las consecuencias.
De regreso a nuestro escondite pude charlar un rato
con “el limonero” quien me dijo que creía haber reconocido a uno de los
oficiales que mandaban las tropas invasoras el día que llegaron a su pueblo.
Hoy mientras le clavaba la faca en el costado,
Miguelito aprovechó para preguntarle si le había gustado la limonada de su
pueblo.
En Andalucía hay una guasa muy particular y por las
buenas la gente es encantadora pero por las malas no conozco mayores cabronazos
Napoleón, igual es mi faca la que te llevas de recuerdo
a tu país, clavada en la espalda.
Un trago de la bota y a descansar, que mañana será
otro día.
¡¡¡Viva España, copón!!!
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