En tantas partes que uno se pregunta si en algún lado será de día.
Los soles se caen poco a poco y aunque trato por todos los medios de retenerlos en el cielo, siguen cayendo.
Alguno va a dar sobre las copas de los árboles, quemándolo todo en el acto.
Otros se apagan en el mar, escaldando pececillos de colores y medusas que se vuelven negras.
La noche lo cubre todo, todo.
Sigo caminando y me ilumino con destellos y silbidos.
Vienen las lunas, pasan de largo.
Y las estrellas.
Todos se van y solo queda el camino, las sombras y la duda.
Pero no puedo detenerme, porque si me detengo me alcanzarán y me llevarán muy lejos.
No se hacia adonde me dirijo, como de costumbre, un pié delante del otro por la senda equivocada, arrojando miguitas de recuerdo por si acaso me perdiera.
Tan absurdo como el no darme cuenta de que las alimañas no están dejando ni rastro de lo que voy dejando detrás.
Pero da igual, porque también caerá un sol sobre ellas y entonces se les chamuscará el lomo y saldrán corriendo con el rabo entre las piernas y las ubres.
Suena a azufre a carbonilla y a mentira. Es estridente, me sangra el oído izquierdo y lo tapono con un pliego de castigos.
Hay que ver, que fatigado estoy.
Voy a sentarme un momentito, me la juego y si me alcanzan me alcanzaron. A donde me llevarán no puede ser mucho peor que este lugar.
2 comentarios:
Y, sin embargo, muchos muchos días consigues que mis soles no se caigan del todo y se queden ahí y me llegue el calorcito... hasta en los días de niebla.
Gracias, por muchas cosas.
Los días de niebla son los mejores para esconder la mirada.
O para separarte de la persona que te abraza antes de meter la pata.
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