Por ejemplo una puesta de sol desde la ventana de tu habitación.
Un segundo de calma.
Un instante junto a ti, así sin más, sin necesidad de mirarnos a los ojos, sin necesidad de acariciarnos, ni de decirnos otras cosas.
Una lágrima en la ocasión más difícil.
Una carrera absurda por el pasillo de mi vida, donde se agolpan los trastos viejos, los muebles que nadie quiso y la bicicleta que me llevó hasta tu sonrisa.
Un abrazo distante pero sincero.
Pelos negros en el jersey blanco y algún día pelos blancos en el sudario negro.
La mejor de las conversaciones en el peor de los momentos.
Humo, pitillos compartidos, caladas frescas.
Tortilla de patatas y pescado y arroz enrollados en un alga.
Una copa de vino de la botella que te reservabas para el día en el que consiguieras ser absolutamente feliz.
Un mensaje en el móvil cuando todo está perdido y la noche es más negra que nunca y los monstruos que viven en el armario se me juegan a los chinos.
Un disgusto...o dos.
Media docena de buenos consejos, de esos que ni tu misma has escuchado nunca.
Una cuerda donde tender la ropa húmeda y mi alma empapada.
Un café, dos cafés, tres cafés.
La seña de duples y la de tres reyes.
Un paseo por la playa, un concierto, un detalle del paisaje más hermoso.
Un hombro donde apoyarme y llorar hasta quedarme exhausto y después seguir llorando un ratito más.
Un poquito de ayuda, un montón de recuerdos.
Esperanza.
Por favor, no digas que no tienes nada que ofrecerme.
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