jueves, 16 de junio de 2011
La luna se harta de anisetes.
La luna ya no va a la fragua, si acaso de deja caer con el pelo sucio y una bata espantosa por la tasca del Manolo, a tomarse unos anises y a recordar tiempos mejores.
La luna ha vendido su polisón de nardos por veinte miserables euros que no le alcanzan para nada.
Lo que pasa el que el niño ya no la mira, ya no la está mirando.
El niño ahora tiene cosas más importantes que hacer. Su casa se ha ido al carajo bajo las cadenas de un carro de combate Israelí, y la fragua de su padre saltó en pedazos, junto con el resto de los comercios y talleres bombardeados.
La luna se pone roja de rabia como hoy, o a lo mejor es de vergüenza, no lo se.
Enciende un pitillo en la barra, con dos ovarios, que para algo es la luna y a ella no va a venir nadie a decirla que a fumar a la calle.
Expulsa el humo con desidia, mientras piensa en aquellos salvajes sacrificando carneros en su honor, en las sacerdotisas que bailaban extasiadas bajo su luz.
Pide otro anís, pensando que es el último, o el penúltimo que coño, total, no espera nadie en casa.
Manolo sirve el "machaquito" con la mano izquierda, con la derecha arroja al suelo los restos de berberechos y las servilletas grasientas que hay sobre la barra.
-Lo que yo he sido, Manolo...
Manolo no quiere volver a lo de todas las noches y compasivamente dice
- Vamos señora, no beba usted más.
La luna escupe sin fijarse siquiera donde cae su gargajo de meteorito.
En la tierra, a una distancia más o menos de "a tomar por culo" de allí, unos cuantos nos sentamos en lo alto de un cerro en nuestras sillas playeras y abrimos una cervecita mientras pensamos en lo maravilloso del espectáculo.
Somos tan gilipollas que no nos damos cuenta de lo absurdo que es todo, y de que el planeta se lamenta, el sol amenaza con achicharrarnos a todos y la luna se ha vuelto una vieja borracha y mal maquillada, que no puede ocultar los rubores inoportunos.
Puede que en alguna parte, en alguna plaza, alguien este pensando en lo triste que es ver como la vida se pinta siempre del color más embustero.
"La luna se fue a la fragua, con su polisón de nardos, el niño la mira mira, el niño la está mirando", balbucea la luna mientras el bueno y paciente de Manolo la acompaña fuera del local, y sujeta su cabeza, una mano en la frente recogiendo el cabello y otra en la nuca, ayudandola a vomitar toda la mierda que se ha ido tragando.
Manolo es tan buena gente que aunque está hasta los mismísimos de orquestar esta debacle, aún no ha cerrado el bar, es decir, aún sigue siendo Dios.
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