lunes, 19 de junio de 2023

El grito más esperado



Desde que abandonó su país escapando del ejército islámico de salvación, Khaled supo que un día habría de volver. Al embarcar en aquella barcaza junto a otros veinte pasajeros entre hombres, mujeres y niños, y alejarse a golpe de remo de las costas de Saidia, Khaled se esforzó en no volver la vista atrás, pues se le rompería el corazón. En Argelia tenía una vida feliz. Hijo de un hábil y próspero comerciante que supo hacer de las cosechas recogidas en los campos de cebada que cultivaban los hombres de su pueblo la principal fuente de ingresos de la región, se enriqueció al establecer una oportuna y gratificante línea comercial con China pocos años atrás. Apenas un par de meses antes de embarcar su padre le había cedido la explotación del negocio familiar y le había entregado las llaves de las puertas de un futuro mejor para su mujer y sus hijos, pero el misil que cayó sobré su vivienda les había arrebatado de golpe todas las oportunidades. Al conocer la muerte de su esposa y de sus dos pequeños, el apesadumbrado y torturado Khaled tomó un arma y disparó sobre los primeros soldados de ese ejército que en el nombre de un Ala que nada tenía que ver con el verdadero dios, había cercenado de un único tajo su felicidad y el sentido de su existencia. A partir del momento en el que decidió vengarse su vida se convirtió en un infierno peor aún de aquel al que le habían condenado al enterrar s sus seres queridos. Tuvo que huir de su pueblo, atravesar el país hasta la costa y entregarles a las mafias todo el dinero que había podido reunir al abandonar el lugar donde nació, para sufragar un puesto junto a otros seres humanos desesperados y obligados a escapar. El Mediterráneo los sirvió de húmeda y peligrosa frontera natural y los acogió generoso permitiéndoles cruzarlo en paz hasta alcanzar otras costas y tratar de construirse vidas nuevas. Durante el trayecto a golpe de remo, los víveres y el agua arrojados por los peligrosos delincuentes sobre la barca no tardaron en escasear, y a los pocos días las necesidades los obligaron a pelear por la supervivencia. Fue un viaje más que angustioso y vio morir de hambre a dos pequeños a los que los agrietados pechos de sus madres no pudieron alimentar. En situaciones así los hombres se despojan de su humanidad y permiten que aflore el animal que todos llevamos dentro. El agua y los últimos granos de cuscús de cebada verde se convirtieron en el oscuro objeto del deseo de tres hermanos que no tardaron en adueñarse de todo por la fuerza, llegando a degollar y a arrojar por la borda a las pocas personas que osaron enfrentarse a ellos. Cuando todo parecía perdido, el remero de proa exhalo un gritó que les apreció a todos el sonido más hermoso de la creación: ¡Tierra! Khaled divisó a lo lejos la costa de España y al igual que los hombres y mujeres que se turnaron los remos durante todo el trayecto reunió las pocas fuerzas que le quedaban y comenzó a remar con más fuerza.

Al irse acercando a la costa pudieron reconocer primero distintas embarcaciones de vela que parecían participar en algún tipo de regata y después lanchas motoras y motos de agua. Los hermanos que se habían adueñado de la embarcación temieron que una de esas lanchas que se veían a lo lejos perteneciera a la guardia costera y ordenaron detener el avance hasta que se hiciera de noche y acercarse hasta las playas camuflados por las sombras. Pero Khaled y otro hombre igual de valiente o de loco que él, decidieron realizar a nado las últimas millas y antes de que nadie pudiera impedirlo se lanzaron al agua y comenzaron a bracear hacía la costa. Durante horas nadaron sin parar en línea recta y cuando estaban ya próximos a las playas abarrotadas de bañistas y de personas disfrutando de las excelencias del clima y de cuanto podía ofrecer aquel paraíso en la tierra, la extenuación se apoderó de sus miembros. El hombre que hacía tiempo nadaba ya muy despacio alejándose poco a poco de Khaled no resistió el esfuerzo y terminó ahogándose, y la misma suerte habría corrido él de no haber sido por la providencial llagada de una embarcación de la Guardia Civil española desde la que le lanzaron un salvavidas, y cuya tripulación se esmeró en ayudarlo a subir a bordo antes de desfallecer. Después de beber un trago del agua que le ofrecieron sus salvadores, de tumbarse sobre una camilla que subieron a cubierta y antes de cerrar los ojos y entregarse a un sueño abarrotado de pesadillas en las que su mujer y sus hijos morían desmembrados una y otra vez, Khaled pudo escuchar unas palabras que no acertó a comprender: “Bienvenido a Marbella, quillo”.

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