sábado, 29 de febrero de 2020

Tantas filas

Que Spielberg es un genio del cine no es algo que vaya a desvelaros ahora, queridos lectores, pero sí quiero resaltar algo que cuando se habla de él y de su labor cinematográfica no se acostumbra a destacar: la sutileza de su arte, lo sobrecogedor de su metáforas.
Supongo que la mayoría de vosotros habrá visto La lista de Schindler, esa impresionante película que narra la historia real de alguien que quiso salvar vidas en un momento y en un mundo en el que lo más fácil era arrebatarlas o simplemente mirar hacia otro lado.
Dado que Spielberg es judío, muchos de los que aplaudieron su película simplemente entendieron que la denuncia del film venia tan solo de la condición semita de su director, pero al fin he entendido. Da igual la fe del cineasta, es su humanidad la que se puso tras las cámaras y nos regaló esta cinta triste, angustiosa, dura, cruel, pero con un mensaje esperanzador.
Todos recordaréis a la niña del abrigo rojo. En una cinta rodada íntegramente en blanco y negro, en ocasiones podíamos ver a una pequeña niña judía con abrigo rojo que caminaba en el gueto de la mano de su padre, que corrían angustiada junto a las largas filas donde los soldados de las SS separaban a los que iban a morir de los que se iban a convertir en ,mano de obra esclava y en uno de los momentos más duros de la película, vemos su cuerpecito ataviado de rojo quemándose en la gran pira con miles de cuerpos que los nazis prenden para deshacerse de despojos humanos.
Es niña sigue caminando angustiada de la mano de sus padres hoy en día. Sigue corriendo despavorida junto a otras largas hileras en distintos países del mundo. Esta pobre niña y su abrigo rojo arden en cientos de piras a lo largo del planeta.
Ya no son los fanáticos soldados de las sanguinarias SS los que han encendido los fuegos. Hoy son el fanatismo islámico, los cárteles de la droga, las guerrillas que forman niños soldados, los sicarios a sueldo del capital y distintos colectivos sin alma los que prenden la hoguera arrojando a ella a un sinfín de mujeres y hombres a los que carbonizar el futuro. Vemos también ese abrigo empapado envolviendo el cadáver del cuerpecito ahogado en el Mediterráneo al tratar de escapar de las hileras de la muerte y haberse encontrado con demasiadas fronteras entre la guerra y la esperanza. Ese mismo abriguito rojo cubre otro cuerpo separado de sus padres que yace a los pies del muro que un líder norteamericano se ha empeñado en levantar en el nombre de su petroleo, del dolar y de la enmienda nosecuantos.
Demasiados abriguitos rojos  sobre demasiadas niñas muertas. En Bolivia, Colombia, El Congo, Venezuela, Corea, Siria, Turquía, Marruecos...
El eterno sastre está harto de coser el patrón de una prenda para la muerte y la ignominia, pero sobre todo está harto de que no nos demos cuenta de que ese abrigo nunca estuvo de moda, por mucho que se venda a lo largo del globo terráqueo (ya hablaremos en otra ocasión de esa sandez del terraplanismo).
Puede que a raíz de cierta ECM que me tocó vivir, me haya cambiado por completo la visión de la vida. puede que el haberme atiborrado de química durante más de cinco años con la sana intención de erradicar penas, miedos y nervios, me haya abierto algo que tenía cerrado, pero esta noche he vuelto a llorar dormido. He llorado por la niña del abrigo rojo. Por ella...por todas ellas.
Algo se podrá hacer digo yo. Por favor...que  además de impermeables parecemos daltónicos al sufrimiento ajeno. 
Por favor, empapaos de literatura, de música, de arte, teatro y de danza. Por favor, empapaos de cine.

viernes, 28 de febrero de 2020

Me cago en Henry Ford



Ya está, ya lo he dicho.
Disculpen mis modales, pero entenderán ustedes que esta postura mía es bastante incómoda y que aparte de los nervios destrozados, tengo las lumbares fatal.
Y es que no se porque el Ser humano ha desarrollado es habilidad tan especial para diezmar a los de mi especie.
No crean que nos vamos a dejar erradicar así por las buenas.
De momento ya hemos conseguido convencer al gobierno (a cambio claro, de ceder más tierras) de que reduzcan la velocidad máxima a ciento diez por hora, aunque claro, conociendo el carácter español y la natural voluntad patria para acatar las leyes, en este país el que baja de los ciento treinta, es que es tonto.
Con la benemérita tenemos un acuerdo especial: ellos se hacen más visibles, (por aquello de acojonar a los infractores) y nosotros destruimos todos los documentos gráficos sobre agentes entrando en puticlubs de carretera a las diez de la mañana y saliendo de los mismos a las tres de la tarde (ya se...no me lo digan: el café del funcionario).
No les basta con dejarnos sin espacios naturales con su manía de construir tanta autopista, que encima siempre hay un gilipollas que tira la colillita por la ventana y ala...a tomar por culo media familia.
No se ustedes, pero a mi ese cuento de la pirámide evolutiva me parece un chorradón ¡¡si los hombres son todos idiotas!!
A ver díganme ¿que especie animal se pasa el día conspirando para destrozar su propio hábitat? ¿que especie animal reelige al jefe de su manada cuando se demuestra que ya no sirve para nada? ¿que especie animal gasta los recursos del grupo en alimentar a unos pocos, dejando morir de hambre a los demás?
No se, algo no va bien entre ustedes.
Yo por el momento, les rogaría que extremaran la precaución al volante, porque cada día que pasa perdemos a cientos de erizos en edad de trabajar y a diferencia de ustedes españoles, que tienen a cinco millones de personas en el paro, nosotros no damos a basto.
También les agradecería que trataran de trasladar los focos de prostitución de cunetas y rotondas a edificios habilitados a tal efecto, porque nuestros pequeños se pasan el día más salidos que la punta de una lanza y no ganamos para bromuro.
Sería estupendo que eliminaran las cuatro ruedas y todo el mundo se moviera en Vespa, que además es más vistoso y aporta mucho glamour, pero se que eso es pedir un imposible...están cotizadísimas.
Hagan el favor de poner de su parte, porque ya se nos están empezando a hinchar las gónadas y el paso siguiente va a ser aliarnos con los mineros asturianos y leoneses y empezar a cortar carreteras.
No vean ustedes, lo bien que les va a sentar cuando paren en un arcén con la vejiga reventona y en medio del alivio se lleven media docena de puas en la punta del banano.
El que avisa no es traidor, y les dejo, que viene un Seat León amarillo conducido por un muchacho con camiseta de tirantes y con estos hay que esmerarse.
Suyo afectuosamente.

Un erizo cabreado.

sábado, 22 de febrero de 2020

De parte a parte


-Siéntese y pruebe la cerveza de Hans. Sé bien que los españoles sois más aficionados al vino que a nuestra bebida, pero os garantizo que dará vigor a vuestra lengua, así que contadme lo que habéis descubierto. Lo que digáis quedará entre nosotros, aquí nadie podrá oírnos. No os preocupéis, caballero.
Tras decir esto el editor, impresor y librero, Crostobal Plantino, bebió un trago de su jarra de cerveza y tomó acomodo como pudo en una de las toscas sillas de madera sin labrar que amablemente había colocado en aquel sótano de su establecimiento su amigo Hans, el dueño de aquel tugurio. La taberna de Hans era el lugar donde había decidido citar al espía para pasar desapercibidos entre los soldados y burgueses de la zona.
Plantino se dispuso a escuchar el relato de su interlocutor, el mercenario español Tomás de Ronda. Tomás era el típico caballero español de mediados del siglo XVI. Orgulloso, extremadamente susceptible y con un turbio pasado que le había llevado a alejarse de su patria y a poner su vida y su espada al servicio de quien estuviese dispuesto a entregarle una buena bolsa. El español era lento con la lengua, pero ágil y habilidoso con la espada, como bien podrían confirmar allá en la cruel y cálida España unos cuantos maridos cornudos de seguir con vida.
-Vuestro yerno os ha traicionado, señor impresor. Llegó a su conocimiento que se os había escogido por su majestad, Felipe II, para imprimir con exclusividad todos los textos religiosos y en uno de vuestros viajes a Paris tomó los tipos de vuestra nueva tipografía y colocándolos en la imprenta imprimió con ellos las tesis de Lutero. Al disponer de vuestro sello y ser una tipografía única en el mundo, hizo llegar lo impreso a la Santa Inquisición y el inquisidor supremo de Flandes lo ha enviado a Madrid. En cuanto llegue a las manos de su majestad el rey se os privará de ese contrato en exclusiva y vuestro yerno optará a él, con el beneplácito y el apoyo del santo oficio.
El flamenco editor apuró la jarra de rubia cerveza y se secó los húmedos bigotes con la manga del jubón. Haciendo un tremendo esfuerzo, mantuvo la compostura.
-Jan, perro traidor. Desconfié de él desde que comenzó a cortejar a mi Claudia, mi hija, mi tesoro más preciado. Por desgracia su dote era más que generosa y los costes de la imprenta, la linotipia, los tipos y todo el material eran muy elevados, por lo que prostituí su amor y lo vendí por un cofre lleno de monedas de oro. El diablo acuñó esas monedas, no lo dudo. -
-La mano ociosa es el instrumento del diablo- dijo Don Tomás de Ronda santiguándose al tiempo- y vuestro yerno pasa demasiado tiempo mesándose las barbas y prestando oídos a esas nuevas doctrinas, que para él se traducirían en más propiedades y joyas, si consiguiese hacerse con el favor del rey de España y lo que es más importante aún si cabe, con el de la única y verdadera fe. -
-Tendré que esconderme, buen caballero. Si la inquisición ha puesto sus ojos en mí, no tardará en poner también sus manos. Ya no tengo edad para el potro. - gimió lastimero el editor- Las falsas acusaciones de mi yerno me podrían costar la vida por lo que quiero agradecerle el favor pagándole con la misma moneda. Matadlo, Don Tomás, atravesadle el pecho de lado a lado con vuestro acero, poned el precio que más os acomode, lo pagaré con gusto. No escatiméis en el tamaño de la bolsa que pidáis por su vida. Os la entregaré gustoso y por adelantado. -
Cristobal Plantino notó por el gesto de alarma del caballero andaluz que estaba comenzando a hablar demasiado alto y se obligó a si mismo a controlar la rabia y a bajar la voz.
-Partid de inmediato. Seguramente lo encontraréis preparando la marcha, pues mi hija y él tienen costumbre en estas fechas en visitar a unos parientes de Jan que viven en la costa. Matadlo y me haréis justicia.
- No os cobraré por ello, señor impresor. - Dijo Don Tomás
- De ninguna manera. Insisto en el pago-añadió interrumpiendo Cristobal Plantino
El caballero de Ronda le hizo un gesto con el dedo índice pidiéndole silencio y mirándole fijamente a los ojos y con la mano derecha apoyada sobre el pomo de su acero toledano, dijo con voz sensiblemente afectada por la desesperación y la tristeza del impresor belga: - Los españoles somos hombres de honor y vuestro yerno se ha comportado como el más rastrero y avaro de los judíos que entregaron a Cristo. Este trabajo correrá de mi cuenta y será un placer y una satisfacción personal quitarle la vida a tan vil serpiente. Sin embargo sí que os agradecería que llamaseis a vuestro amigo Hans y le pidieseis otras jarras de este brebaje. No es como nuestros caldos españoles, pero está francamente delicioso. Bebamos y brindemos por la reparación de vuestro honor y vuestro nombre. Mi espada se ocupará de ello, no os preocupéis. Y ya que dejaré viuda a vuestra hermosa hija Claudia, para mí sería el más hermoso pago por los servicios prestados.
Cristobal Plantino accedió a su pretensión con una enorme sonrisa y un fuerte apretón de manos con el que selló el acuerdo.
Pocos días después, Jan Moretus, yerno y heredero de Cristobal Plantino, fue encontrado muerto junto a las caballerizas de su casa, al parecer víctima de un robo. El ladrón lo había despojado de la bolsa tras haberle atravesado el corazón de parte a parte. Recibió cristiana sepultura y su suegro, el impresor y editor Cristobal Plantino, pagó generosamente más de un centenar de misas por su alma.

jueves, 6 de febrero de 2020

Una puntita de vinagre



Con mucho cuidado ensartó el cadáver del roedor en el afilado hierro que había seleccionado para preparar la comida y lo colocó sobre el fuego.
Era una rata bastante hermosa, de unos dos kilos y medio, y una vez estuviese lista y –acompañada por un buen tinto de la zona–, se daría un festín a la salud de los muertos del caudillo y de los de la nueva España.
Nini siempre le conseguía las mejores piezas. El zagal se había convertido en el más consumado cazador de ratas de la comarca, mucho más hábil que su tío, el ratero, si bien es cierto que comenzaban a escasear los mejores ejemplares, pues otro joven de la zona había empezado a cazar también ratas de agua visto que el hambre se estaba apoderando de Castilla. Los pocos pastores que vivían cerca se cuidaban mucho de no perder su ganado y lo mantenían incuso  a costa de pasar penalidades ellos mismos, pues con cada cordero o cada vaca que vendían a los comerciantes de Valladolid podían alimentar a sus hijos unos días más.
Justito, el alcalde, decía que las ratas bien fritas con una puntita de vinagre eran más sabrosas incluso que las codornices. Pero el muy cabrón tampoco renunciaba a apretarse unas codornices o unas perdices de vez en cuando. Las comidas con los gerifaltes del movimiento y con el cura que oficiaba las misas en el pueblo vecino, siempre ponían los dientes largos a los vecinos que, envidiosos, trataban de arruinarlas con cualquier excusa, presentándose en casa del alcalde solicitando su presencia para dirimir fingidas disputas de lindes o denunciar ficticios avistamientos de maquis o de “topos” escondidos en graneros cercanos. Incluso una vez varios vecinos, conocedores de la celebración del día de la victoria con un lechazo asado en el horno de leña del señor alcalde, se compincharon para presentarse en su casa indignados por el supuesto intento de envenenamiento de los silos de grano por parte de un nutrido contingente de rojos que se negaban a aceptar al generalísimo como caudillo de España por la gracia de Dios. Para dar más efectismo a la historia y hacerla creíble, habían cortado ellos mismos las cadenas que impedían el acceso a los silos y llegaron a disparar cartuchazos al aire, fingiendo haber puesto en fuga a comunistas y masones quienes, como perros cobardes que eran, habían huido por evitar el enfrentamiento.
El plan fue un éxito y, con el jaleo de las detonaciones, los  gritos y la puesta en escena de los vecinos compinchados, el alcalde y los falangistas salieron de la casa con las pistolas en la mano dando vivas a Franco y a España, dispuestos a unirse a la batalla.
El cordero lechal abandonado a su suerte a más de trescientos grados termino arruinándose y la comilona tuvo que ser sustituida por pan y unas lonchas de queso algo rancio.
Tras darle otra vuelta al hierro donde se asaba la suculenta rata, Laertes bebió un buen trago del porrón a la salud de sus ingeniosos vecinos.
España había sufrido una herida muy profunda del treinta y seis al treinta y nueve y, desde el día en que cayó Madrid, agonizaba lentamente envuelta en la bandera nacional.
Laertes no había luchado en la guerra: apenas era un niño. Pero perdió a su abuelo y a dos de sus tíos a manos de los milicianos republicanos que no hicieron distingos a la hora de pasar a cuchillo a cuantos se encontraban del lado de los nacionales, aunque solo fuesen hombres reclutados a la fuerza por encontrarse en el lugar equivocado.
Aquellas pérdidas familiares habían generado un resentimiento brutal y un odio a los republicanos que derivaron en la denuncia por parte de su abuela y de su padre de cuantos parecieran sospechosos de abrazar el comunismo o de coquetear con la masonería. Más de una cuneta del término municipal se habitó con los cadáveres de quienes fueron denunciados sin pruebas. Al igual que –sabía– había pasado en la zona roja, donde curas, señoritos, banqueros, militares y presuntos fascistas habían muerto fusilados o degollados a manos de pelotones de ejecución o de la encolerizada turba.
La rata ya estaba en su punto y, sacando la navaja, procedió a trincharla.
Tras aderezarla con sal y vinagre, Laertes se sirvió un muslo y reservó los huesos para los gatos que pululaban a su alrededor esperando las sobras.
“La muerte son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir»… recordó haber escuchado una vez en boca del maestro. Y se sonrió al pensar en las ratas que habitaban esos ríos y que ahora lo alimentaban