De repente, un día te descubres sonriendo y disfrutando de momentos que creías que no volverías a vivir. Y los vives. Y sonríes y te sientes tan feliz que te asusta pensar como se lo cobrará el destino. Entonces respiras hondo y te concentras en llevar el ritmo desde el pecho hasta los pies y en las miradas de los amigos que te acompañan y que han decidido unir sus corazones al tuyo para hacer fuerza contra lo que tenga que venir. Y lo que viene es otra canción maravillosa que te recorre la espina dorsal con cada nota y te reafirma en que hay tanto bonito esperándote, que no vas a renunciar a ello por temor a lo malo con lo que te puedas cruzar. Desgraciadamente es inevitable encontrarte con situaciones y personas desagradables acechando en las sombras, pero por fortuna habrá sonrisas iluminando los rincones más oscuros para que pases sin miedo y no vuelvas a tropezar.
Y desde unos enormes ojos verdes te dicen que la noche es preciosa y la compañía inmejorable y desearías que ese momento no terminase nunca. Y te das cuenta de que compartes un concierto más, un vino más y un abrazo más, con un amigo que lo es desde que apenas sabías lo que significaba realmente ese término. Por muchas vueltas que de la vida, aquellos por los que morirías y por los que matarías siguen cerrando filas junto a ti y eso te reconforta y te enorgullece, porque quiere decir que algo estás haciendo bien.
Cuando piensas en lo asustado y escondido que has estado y en lo genial que es aplaudir tras un concierto que te ha sacudido el alma por completo, invocas a quien sea el que maneja los hilos y le agradeces haberte permitido conocer a quien ha puesto en tus manos una taza de café cargada de simbolismo y de buenos deseos y a quien le ha acompañado hasta ti. Y al ver que a tu lado, alguien con quien compartes algo más que el apellido ha encontrado el amor junto a una mujer maravillosa, deduces que efectivamente todo termina llegando, incluso lo bueno. Solo hay que buscarlo, por muy bien oculto que esté en la montaña más alta y más lejana. Pero el premio merece la escalada y lo he encontrado y me aguarda en la cima con una mirada cómplice.
La vida son momentos. Los hay espantosos, pero momentos como estos de los que hoy hablo compensan con creces todo y te hacen seguir levantándote cada mañana.
Tenemos el mismo derecho a tropezar, que a levantarnos y seguir en la carrera. El mismo derecho a temer que a desear y el mismo derecho a perder que a ganar. Pero ganemos.
La victoria es mucho más dulce y recoger el premio y dedicarlo a las personas amadas, es el sueño de todos los que apostamos por la vida.
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