Ayer se me aclararon un poco las ideas.
Mi buena amiga, Elena Parrilla, es una mujer muy comprometida con la realidad en la que habita y con su género. Yo la llamo cariñosamente "ojos de musgo", pues tiene unos ojos verdes y cálidos que miran desde una aterciopeladas distancia. Elena pertenece a la organización Amnistía Internacional, donde participa muy activamente como coordinadora para el área de derechos de las mujeres, menores y diversidad afectivo sexual, de esta organización en Castilla y León. Este fin de semana Elena ha organizado unas jornadas de encuentro sobre la campaña global de A.I. de 2017 y 2018 que lleva por nombre, "Valiente" y que nos presenta a personas defensoras de los derechos humanos y que no temen arriesgar su integridad física y su trabajo, comodidad y seguridad en pos de ejercer esa defensa.
Elena me invitó a participar de estas jornadas y a conocer de primera mano una realidad que diariamente me encuentro al abrir un periódico o al encender la televisión pero que siempre me ha parecido que aunque existía, estaba lejos de mi. Y no lo está. Está mucho más cerca de lo que creía.
Hace poco más de tres años y medio, la vida me enseñó que las cosas pasan y no solo les pasan a los demás, te pueden pasar a ti. Y ayer asistí a un encuentro en el que mujeres de diferentes partes del planeta me contaron su lucha, sus circunstancias y cómo les ha cambiado la vida al tener que abandonar su zona de confort. Eso las que tuvieron la suerte de haberla disfrutado en alguna ocasión porque hay millones y millones de personas por todo el mundo que ni saben lo que es eso, confot. Ayer me di cuenta durante las diferentes charlas y ponencias, de que he sido un privilegiado y de que pese a lo dura que pueda pensar que ha sido la vida conmigo, en realidad he sido siempre un tipo muy afortunado y no puedo quejarme en absoluto. Hubo un tiempo en el que participaba semanalmente en espacios de radio y televisión y publicaba a diario artículos y crónicas en diferentes soportes. Y lo consideraba duro e incluso a veces se me hacía antipático y pesado. Pero ayer conocí a una periodista amenazada de muerte por realizar su trabajo, que me habló de otras muchas mujeres que han llegado a morir tiroteadas, ahogadas o torturadas por tratar de denunciar públicamente las realidades que tipos como yo, desde la comodidad y el calorcito de su zona de confort, se niegan a ver. Ayer puede hablar con Alba Teresa, una refugiada colombiana que tuvo que abandonar su país, su familia y su vida en Colombia para no perderla y pasar a formar parte de la larga lista de mujeres y hombres que han perecido en un conflicto que ha durado demasiados años. Ayer escuché de ella una frase que apunté rápidamente en mi libreta y que me dejó muy claro la clase de persona ante la que me encontraba: "es mejor ser con miedo, que dejar de ser por el miedo".
Hubo muchos y muy interesantes testimonios de personas comprometidas con las injusticias y las miserias que asolan a este planeta y que se dan en cuerpo y alma para tratar que TODOS podamos superar lo adverso, lo que TODOS estamos generando sin apenas darnos cuenta.
Por la tarde, en una brillante y muy acertada exposición, la activista y trabajadora de Greenpeace, Mónica Parrilla (hermana gemela de mi amiga Elena y a quien ya puedo llamar también con orgullo y cariño, amiga)nos habló de cómo hace alrededor de 40 años un grupo de enamorados del planeta se embarcó en un velero y puso rumbo hacia una isla donde EEUU iba a realizar unas maniobras nucleares, con el firme propósito de detenerlas. Todos o casi todos los que amamos la naturaleza, conocemos la historia de Greenpeace. pero lo que no conocemos, es que la idea de aquella aventura fue de una mujer, que otra mujer peleó para conseguir los fondos y la infraestructura necesaria para aquel viaje, que otra mujer diseñó el logo de la bandera de Greenpeace y que otra activista en la sombra, convirtió su hogar en una emisora de radio para informar al mundo de las peripecias de aquel viaje. La mayoría de los amantes de la naturaleza no sabemos que aquellas mujeres no formaron parte de la tripulación de aquel barco porque los aguerridos y solidarios activistas que embarcaron con tan loable misión, no les permitieron subir a bordo porque las mujeres traían mala suerte en los barcos y además "aquello era cosa de hombres".
Ayer vi a mujeres campesinas defender su derecho a trabajar la tierra y a dejarse la piel cada día entre los surcos, igual que un hombre. En ningún momento nadie dijo ayer que se hiciera mejor que un hombre. Todas, todas estas valientes reivindicaban su derecho a luchar y sufrir, a arriesgar y posiblemente a perder, pero en iguales condiciones que los hombres.
Mi padre me educó en el respeto a la mujer y mi familia es un matriarcado donde mis tres hermanas se han convertido en tres pilares básicos para que esto no se venga abajo. Pero yo he crecido en un entorno sociológico que me ha condicionado como al resto de mi generación y sin darme apenas cuenta, he contribuido con mis actos y con mi forma de expresarme a relegar a la mujer a un eterno segundo puesto. Siempre he escrito que soy un tipo tremendamente enamoradizo y es cierto. Desde los quince años he pasado de una relación a otra, de un fracaso a otro, de un amor empírico a otro pero creo que todo eso ha servido para abandonar la idea peregrina de que solo una mujer podrá hacerme feliz y aprender de una vez que soy yo, yo mismo, el que debo luchar por mi felicidad y no depositarla en manos de nadie, de hombres ni mujeres. Si después de conseguir encontrar mi propia luz, quiero compartirla con alguien, será estupendo pero no puedo pretender que mi luz brille más, apagando la de otra. Y he encontrado una luz que brilla una barbaridad pero brilla precisamente por eso, porque no pretende otra cosa que ayudarme a ver la potencia de mi propio faro, de mi brillo de mi luz.
Todos conocemos a alguien valiente que ha decidido luchar por el conjunto de la sociedad. Y hay muchas formas de hacerlo. Yo creo haber encontrado mi lugar en la batalla y mi trinchera sera la cultural, esforzándome porque todas las personas, sin importar género, raza, credo o condición, accedan a las enseñanzas que nos han legado nuestros antecesores y a lo que muchas personas inspiradas por verdades universales quieren compartir con los demás. Y los que ahora siguen peleando calando la afilada bayoneta de la música, arrojando granadas de versos y textos y disparando pintura y escultura, son los mejores soldados en esta batalla por los derechos.
Y aquí os dejo a una valiente rapera musulmana que con su música y su lucha diaria, expone su vida a aquellos que matan en el nombre de la sinrazón y a aquellos que creen firmemente que las vidas de sus niñas los pertenecen.
Espero que os guste. YO ME QUITO EL SOMBRERO.
Puede que hablar de esto, sea lo que tenga que hacer. puede que ayudar a tomar conciencia de esta realidad universal, sea el importe de mi billete de vuelta.
Puede.
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