martes, 29 de octubre de 2013

Reversible

El alma debería ser reversible.
Así, cuando se derrama una de esas gotas inoportunas que se escurren al beberte la vida atragantadamente, no tendría uno que pasearse lleno de lamparones en la pechera.
Justo al ladito del corazón.
Le das la vuelta a tu alma y pones la cara sucia, triste y desgastada mirando hacia adentro.
Y sacas la cara impoluta y reluciente del alma a pasear, deseoso de que no se te escurran más goterones.
Pero la vida es como un porrón, si no tienes cuidado al tragar, te ahogas. Si no tienes cuidado al tratar de saciarte, te cae el liquido en la cara desde el extremo más ancho, que es el amor.
Y el amor deja manchas que no salen con nada, como mucho se van un poco, pero siempre quedan restos.
Por eso hay que beber con cuidadito por la parte fina, tratando de disfrutar los tragos pero sin pretender acabar con todo de golpe.
O te llenas de mierda, o te quedas con sed.
Porque todo se acabará antes de que te des cuenta.
Al final, un día comprendes que te has bebido la vida antes de tiempo y de que estás sediento, lleno de cercos y de sombras en el alma.
Y solo te queda sentarte a un lado del camino y esperar a ver si con suerte, alguien quiere volver a llenarte el recipiente.
Aunque lo más seguro es que por ese camino donde esperas sentado no pase nadie.
Hay personas que se guardan mucho de beber y transitan de un lado a otro con su ración a buen recaudo bajo llave, pero con los ojos vacíos de lo que yo he visto.
De tu rostro bajo la primera luz de la mañana, dormida, respirando despacito, preciosa.
Vacíos de la imagen de tus pies bañados por el mar del norte, llenos de salitre y de momentos por vivir.
De tu sonrisa que ya no está, pero aún perdura nítida en mi retina.
Por eso a mi ya me la pela que se derrame todo y me ponga hecho un Cristo.
Prefiero saciarme a borbotones y que si tiene que irse todo al carajo, se vaya de una vez por todas.
Nunca, ni en el amor ni en nada, he sido hormiga, si no más bien la más perra de todas las cigarras, que jamás supo reservar, ahorrar, dosificar, planificar, conservar...
Si me diste un par de tragos yo me bebí tres y los gocé hasta la última gota.
Pero claro...eso lo tenía que haber pensado antes de sentar mis reales en el puto caminito.
A ver quien pasa.
A ver si un día te decides a volver a sonreírme, con tu cántaro rebosante apoyado en la cadera.
Siempre tuve sed de ti.








viernes, 18 de octubre de 2013

Ingravedad

es lo que siento cuando cierro los ojos y pienso en ti.
Al principio pensé que podría tratarse de una angina de pecho, pero luego descubrí que me hacen flotar algunos recuerdos.
 Otros me arrastran a lo más profundo.
Y cuando el abismo deja de ser insondable, el marco incomparable y el entorno privilegiado y todo se convierte en otra puta mierda de día, cierro los ojos y me elevo.
A veces me siento como la típica rubia estúpida de la típica película americana.
Me tumbo delante de la tele abrazado a mi gato, tragándome una comedia romántica tras otra y de no ser por mi terror a los azúcares refinados, seguro que engulliría toneladas de helado de chocolate.
En su lugar, como un paquete tras otro de pechuga de pavo baja en sal.
Suspiro cuando el chico dice eso de "siempre te he querido" y se me ponen los pezones como bates de baseball cuando ella cierra los ojos y pone los labios blandos, en actitud oferente.
Ahí vuelvo a ser yo, porque en vez de parecerme terriblemente romántico, imagino la de cosas que un director atrevido podría hacer con esa escena y en lo divertido que resultaría que el chico, en vez de besarla, pusiera en tan delicados morritos un matasuegras, una turuta o incluso su propio...
En fin...que no valgo ni para deprimirme.
Soy un jodido desastre.
Hace días puse un plástico en la cama, un cubre colchón de esos, para no tener que cambiar las sábanas empapadas de lágrimas cada mañana.
Hoy lo he quitado, la vida sigue y el sonido de las uñas del gato arañando el plástico es espantoso.
Decía, que al cerrar los ojos y pensar en ti, siento como el aire se vuelve más pesado y mi cuerpo más ligero.
Puedo flotar pensando en esa sonrisa tuya, tan jodidamente bonita, tanto, que debería ser el logotipo de algo realmente chulo.
La imagen corporativa de la empresa más alucinante del mundo.
Por eso necesito que sonrías, que sonrías constantemente, que me sonrías.
El mundo de por si, ya es lo suficientemente triste como para privarle de su mayor fuente de luz.
Así que como es viernes y ya me he quitado de encima casi todo el trabajo, me voy a dar un capricho y voy a volver a cerrar los ojos.
Y cuando todos los recuerdos hermosos empiecen a teñirse con la tinta del pasado y comience a hundirme, pensaré una vez más en esa sonrisa.
Y me daré un garbeo por el aire.
Y entonces me dolerá menos la distancia.
Y comenzaré a pensar en lo que me dijiste antes de colgar el teléfono.










sábado, 12 de octubre de 2013

Sería tan facil

clavar los dedos en mi pecho de mantequilla y extraer de una vez por todas este músculo confuso y analógico.
Que para poco sirve, porque hace ya tiempo que venció la garantía y ahora cada vez que se estropea me toca andar metiéndome a chapuzas.
Y no se donde coño poner la cinta aislante, porque gotea y supura por todas partes.
Trato de aguantarlo con destilaciones amargas y eso no deja de ser pan para hoy y hambre para mañana.
El problema viene de fábrica, cuando te lo entregan reluciente y te dicen que es un artículo excepcional que no debe faltar en todos los hogares y que hará las delicias de pequeños y mayores.
Y es mentira.
Es una asquerosa patata que sangra y se hincha con promesas y se vuelve de latón cada vez que le llega el aire de otoño.
Es carne de trastero o de desván, porque viviríamos mucho mejor sin su presencia obsolescente.
Aunque a veces te hagas ilusiones con su puto pájaro de cuco que sale a darte las horas con violines y fuegos artificiales.
Son todo ilusiones y efectos especiales, maquillaje y bombas de humo.
El corazón es un trozo de materia por definir, que según que juguetero haya firmado, funciona mejor o peor.
Y de esa trinchera, ahora mismo no me hace salir nadie.
Estoy mucho más seguro aquí, refugiándome del fuego graneado de las promesas eternas.




miércoles, 9 de octubre de 2013

Las dos



pero muy pronto serán las tres y luego vendrán las cuatro.
Y en definitiva, otra noche de conversaciones con mi gato y de pitillos sentado delante del teclado.
La vida se me escapa en noches en vela, en días en vela y en velas a la virgen.
Aquí estamos los tres, el gato, el teclado y yo.
A estas horas no se escucha más ruido que el molesto y tedioso "cri-cri" de la ausencia.
Suena como la cadena de una bici mal engrasada, molesta y reiterativa, con la cadencia de una sinfonía mal ensamblada.
El gato prepara unos gintonics maravillosos, que me recuerdan a ella (maravillosa también y con un punto de amargor), con esencia de canela y un toquecito de enebro.
Mucho hielo, extra de soledad y de nostalgia.
La habitación se va llenando de humo y hago unos anillos estupendos, tan perfectos que para si los quisiera el gilipollas misógino de Gandalf. Gilipollas, pero mago.
Los conejos de mi chistera terminaron haciendo la maleta y dejándolo todo lleno de cagaditas diminutas, con lo que mi único truco hoy por hoy, es el de poner la mejor de las sonrisas en el peor de los momentos.
Si no fuera por ellas no tendría nada que contaros.
Hablaría quizás, de política y de economía, pero lo cierto es que la única política que me interesa, es la que practica una mujer cuando decide invadir tu territorio, destruir tus defensas y negociar tu rendición.
En cuanto a economía...siempre he sido un puto desastre. Si tengo un duro me gasto dos, pido prestados tres y termino debiendo siete. Algún día aprenderé a gestionar mi dinero. Y mis sentimientos.
Así que para andar hablando de lo que no entiendo apenas, prefiero hablar de lo que desconozco por completo: las mujeres.
Por lo menos el tema es mucho más atractivo.
Y es que soy un enamoradizo compulsivo, que no sabe retirarse a tiempo y que purgará por los siglos de los siglos, el pecado de haber querido ser siempre la persona adecuada, obviamente, sin haberla sido.
Pero de todo se aprende y ahora mismo estoy plenamente decidido a no volver a sentir nada por ninguna.
Y lo digo convencido, que carajo, porque será la única manera de mantenerme inmune a los recuerdos.
Durante un tiempo creía conocer los resortes para todas las cámaras secretas, pero no señor, no sería capaz de forzar ni una taquilla del Mercadona.
Los hombres nos volvemos arrogantes cuando nos sentimos amados, pensando que está todo el pescado vendido y que hagamos lo que hagamos, seremos por siempre jamás los reyes de la selva.
A mi selva le sobra flora y le falta fauna.
Le sobran metáforas y le faltan pronombres personales.
A mi selva, la han convertido en un jardín de rotonda de polígono industrial, eso si, con una flor increíblemente hermosa en todo el medio.
Una flor inaccesible.
No puedo regarla, no puedo olerla ni mucho menos cortarla.
No es para mi.
Por lo que será mejor que le vaya diciendo al gato que prepare otro, un poquito menos cargado esta vez, que la noche es larga, la cama fría y la distancia entre este momento y mañana, eterna.
Va por ellas.
Por todas las flores.