Desgrano de mis recuerdos cada una de las noches que pasé contigo, para que no se vuelvan a mezclar con el trigo.
Me exfolio el alma de tus besos y froto con fuerza para que no quede ni un resto de aquel amor...o lo que fuera.
Acostumbro mi mirada a otra luna y a otro sol, a las nuevas estrellas que brillan hacia adentro con una luz que no contamina de nostalgia.
Reniego de todas y cada una de las veces en las que me sentí especial al respirar el olor de tu cabello, desplegado sobre la almohada como un muestrario de margaritas deshojadas en las que unas veces no me querías y otras tampoco.
Me siento sucio de ti.
Me siento sucio de nosotros, de vosotros de lo que nos llevó al holocausto.
De mi debilidad por los trazos y las notas y lo que no es de este mundo.
Y me sigues doliendo, cada vez menos, pero aún dueles.
Supongo que porque siempre he sido un estúpido al que le duelen los desastres naturales, los arroces que se pasan y las salsas que no saben a nada.
Floto abrazado a un cubito de hielo en este whisky nocturno en el que me zambullo para coger el sueño, esparciendo millones de botellitas con frases sin excesiva lógica, por si consiguen llegar hasta la playa cristalina de esta copa de balón inmensa que es Internet y alguien acierta a descifrar la llamada de auxilio desesperada.
Mi gato es un tiburón que nada a mi alrededor en círculos cada vez más pequeños, lamiéndome con su lengua de lija las pantorrillas, insistiendo en acompañarme a la cama.
Pero prefiero seguir aquí un ratito más, inmerso en mis besos de espinilla.
Hay días y hay noches. Hay noches largas como el más largo de los días y duras como el más duro de los días.
La de hoy se me presenta complicada.
Menos mal que desgrano de mis recuerdos cada una de las que pasé contigo y disfruto imaginando todas las que me quedan por pasar con ella.
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