miércoles, 12 de septiembre de 2012

Piteras en la lengua.

Como las clásicas en los tapetes de cartas o en las faldillas de las camillas de las residencias de ancianos de antes, de cuando se podia fumar alegremente.
Piteras en la lengua porque se me caen las brasas al masticar un montón de palabras que no puedo escupir.
Y la garaganta abrasada por tragar insultos incandescentes, reproches al rojo vivo.
Expulso el humo por la nariz y cuento hasta cien antes de levantarme de la cama.
A veces me siento como un dragoncito cabreado, preparando la bocanada de fuego que terminará de una vez por todas con tanta tonteria.
Mi dormitorio apesta a azufre y tengo que destrozar las paredes con un mazo para ventilar cada mañana.
Los canarios del salón yacen inertes en sus jaulas y mi gato se pasea por la casa con su hermoso traje NBQ.
Menos mal que puedo beber de tu boca el agua que me refresca y me aplaca.
Porque a veces tengo ganas de que todo arda ya, de no demorar el momento, de iniciar un picado cayendo desde lo alto del cielo para arrasar las praderas con todo lo que no llegué a decir nunca y ahora me consume.
Se va acercando la hora de la batalla y el magma de mis entrañas bubujea anhelante.
El valiente ha sido valiente hasta que el cobarde ha querido.
No lo olvides cuando te afixies entre cenizas.
De tanto avivar las llamas, se te ha terminado por ir de las manos.

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