Pues como pasa el tiempo.
Ha llovido mucho, cerca de seis años ya, desde que los productores aceptaron el libreto y se decidieron a apostar por este par de promesas de las tablas.
Cada uno en su camerino, nerviosos, calentando la voz y repasando texto.
Es difícil meterse en el personaje, a veces les da la risa y para un actor eso es una putada porque, si no transmiten con vehemencia los sentimientos oportunos en cada momento, el público lo nota.
Mucho método Stanislavsky, mucho trabajo actoral.
Se conocieron hace una veintena de años en la escuela de arte dramático. Dos jóvenes actores comprometidos con el sueño de la fama.
Fueron años duros, Mariano hacia payasos y cuentacuentos los fines de semana en cumpleaños y comuniones y Jose Luis recorría la linea 6 de metro durante horas, con su camiseta de rayas y la cara pintada de blanco.
Ahora todo es diferente.
Se han convertido en dos estrellas de la farándula.
Han actuado en las mejores salas: el parlamento, el senado, la ONU, la Unión Europea, EEUU.
Han conseguido llenar estadios y plazas de toros.
Se puede decir que han alcanzado el Parnaso.
José Luis está muy enfadado, el siempre fue el galán y Mariano el secundario cómico y ahora, por un absurdo capricho de los productores, las cosas han dado un giro de ciento ochenta grados.
Pero si Mariano tiene una dicción espantosa...
No puede entenderlo. ¿Qué ha salido mal?
Mariano, sin embargo, se frota las patitas en su camerino como una mosca posada en un gran y hermoso mojón.
Ha tenido que acostarse con alguno de los productores, si...¿y qué? José Luis también lo hizo en su momento, no puede venir ahora presumiendo de moral.
La farándula es muy dura, hay muchas puñaladas y como dicen por ahí "más cornadas da el hambre" y Mariano no volverá a pasar hambre, no volverá a alojarse en pensiones mugrientas plagadas de chinches, no volverá a su tierra como un fracasado, como una rubia de Iowa que marchó a Hollywood buscando el estrellato y regresó preñada de un guionista de tercera.
Mariano sabe lo que quiere y va a ir a por todas, además... Jose Luis y tuvo su momento, está "demodé", a nadie le convence ya su soniquete de actor de la posguerra, su exagerado maquillaje, su sonrisa forzada.
Es el momento del cambio, los que ponen la pasta saben que el público necesita de nuevas estrellas.
El público... ¡ah!, el maravilloso y estúpido público.
Quieren reír, quieren sentirse bien, quieren pasar un buen rato, olvidarse de sus miserias cotidianas.
Mariano se lo va a dar.
Se lo va a dar todo.
José Luis, sin embargo, reniega de aquellos que le encumbraron y ahora le dejan caer, pero la fama es efímera, lo sabe.
Rescatará del cajón los guantes blancos, el jersey de rayas y el bombín negro.
Volverá a pintarse la cara y volverá a caminar por los andenes con su maleta de cartón, esperando la próxima oportunidad.
El maravilloso mundo de la farándula.
miércoles, 29 de junio de 2011
lunes, 20 de junio de 2011
Desconchones.
Poco a poco, los recuerdos se van desprendiendo de mi memoria, como la pintura de las paredes de esta habitación.
Estoy enfermo, Alzheimer se llama este mal, que es doblemente traicionero, no solo por lo que olvida sino también por lo que inventa.
Releo las mismas páginas del libro una y otra vez, a sabiendas de que mañana, cuando me siente en el sillón de mimbre, volveré inexorablemente a empezar de nuevo.
Entre neblinas atisbo a recordar ciertos títulos que marcaron mi vida, y que cada día parecen más confusos y lejanos.
Ya solo me queda esperar, esperar a que me llegue el final, o a despertarme una mañana y no saber siquiera si he amado y a quien lo hice, o si he sido alguna vez un hombre bueno, o quizás, si en algún momento del pasado, me sentí plenamente vivo.
De pequeño, tumbado en la pradera, solía buscar formas en las nubes.
Ahora identifico recuerdos en los desconchones de la pared.
Siempre confusos, tristes y caducos.
Estoy enfermo, Alzheimer se llama este mal, que es doblemente traicionero, no solo por lo que olvida sino también por lo que inventa.
Releo las mismas páginas del libro una y otra vez, a sabiendas de que mañana, cuando me siente en el sillón de mimbre, volveré inexorablemente a empezar de nuevo.
Entre neblinas atisbo a recordar ciertos títulos que marcaron mi vida, y que cada día parecen más confusos y lejanos.
Ya solo me queda esperar, esperar a que me llegue el final, o a despertarme una mañana y no saber siquiera si he amado y a quien lo hice, o si he sido alguna vez un hombre bueno, o quizás, si en algún momento del pasado, me sentí plenamente vivo.
De pequeño, tumbado en la pradera, solía buscar formas en las nubes.
Ahora identifico recuerdos en los desconchones de la pared.
Siempre confusos, tristes y caducos.
jueves, 16 de junio de 2011
La luna se harta de anisetes.
La luna ya no va a la fragua, si acaso de deja caer con el pelo sucio y una bata espantosa por la tasca del Manolo, a tomarse unos anises y a recordar tiempos mejores.
La luna ha vendido su polisón de nardos por veinte miserables euros que no le alcanzan para nada.
Lo que pasa el que el niño ya no la mira, ya no la está mirando.
El niño ahora tiene cosas más importantes que hacer. Su casa se ha ido al carajo bajo las cadenas de un carro de combate Israelí, y la fragua de su padre saltó en pedazos, junto con el resto de los comercios y talleres bombardeados.
La luna se pone roja de rabia como hoy, o a lo mejor es de vergüenza, no lo se.
Enciende un pitillo en la barra, con dos ovarios, que para algo es la luna y a ella no va a venir nadie a decirla que a fumar a la calle.
Expulsa el humo con desidia, mientras piensa en aquellos salvajes sacrificando carneros en su honor, en las sacerdotisas que bailaban extasiadas bajo su luz.
Pide otro anís, pensando que es el último, o el penúltimo que coño, total, no espera nadie en casa.
Manolo sirve el "machaquito" con la mano izquierda, con la derecha arroja al suelo los restos de berberechos y las servilletas grasientas que hay sobre la barra.
-Lo que yo he sido, Manolo...
Manolo no quiere volver a lo de todas las noches y compasivamente dice
- Vamos señora, no beba usted más.
La luna escupe sin fijarse siquiera donde cae su gargajo de meteorito.
En la tierra, a una distancia más o menos de "a tomar por culo" de allí, unos cuantos nos sentamos en lo alto de un cerro en nuestras sillas playeras y abrimos una cervecita mientras pensamos en lo maravilloso del espectáculo.
Somos tan gilipollas que no nos damos cuenta de lo absurdo que es todo, y de que el planeta se lamenta, el sol amenaza con achicharrarnos a todos y la luna se ha vuelto una vieja borracha y mal maquillada, que no puede ocultar los rubores inoportunos.
Puede que en alguna parte, en alguna plaza, alguien este pensando en lo triste que es ver como la vida se pinta siempre del color más embustero.
"La luna se fue a la fragua, con su polisón de nardos, el niño la mira mira, el niño la está mirando", balbucea la luna mientras el bueno y paciente de Manolo la acompaña fuera del local, y sujeta su cabeza, una mano en la frente recogiendo el cabello y otra en la nuca, ayudandola a vomitar toda la mierda que se ha ido tragando.
Manolo es tan buena gente que aunque está hasta los mismísimos de orquestar esta debacle, aún no ha cerrado el bar, es decir, aún sigue siendo Dios.
miércoles, 1 de junio de 2011
Miro los pepinos de la patria mia...
Decía un amigo de la infancia que a los alemanes no les rulan bien las ideas en la cabeza, porque las tienen excesivamente cuadradas y se les quedan atoradas en las esquinitas.
Generalizar es de necios, pero es más de necios morir matando, en vez de pronunciar una excusa a tiempo.
La ministra germana que dio la rápida voz de alarma, cargando las tintas sobre la verde hortaliza española, se encontró con un gran dilema,dado que a ella siempre, desde que era adolescente, le encantaron los hermosos pepinos españoles.
Los descubrió por vez primera en Mallorca, en ´su viaje de fin de bachillerato con el colegio.
En aquella ocasión, no pudo resistirse y dio buena cuenta de tres de ellos (aunque según compañeras de clase, se avalanzaba golosa sobre todo pepino que veía).
Con la edad, se aficionó salvajemente a nuestros grandes y deliciosos pepino, porque aunque en Alemania también se encuentran, lo cierto es que son bastante sosos y no le satisfacían lo mismo.
Su marido la plantó a los pocos años de matrimonio, harto de que en cuanto surgía la oportunidad, la buena señora se desplazará a la vieja España, a hincharse de su manjar preferido.
Aquello era cuasi orgiástico, en la cama, con las carnes sueltas y el típico color cangrejo de los guiris que se pasean por nuestras playas sin broncearse con factor tres millones, la ministra se agarraba con glotonería a cuanto pepino español se acercara a su boca anhelante.
Por eso ahora, al reafirmarse en culpar de la muerte de varios ciudadanos europeos a sus hermosos amigos cilíndricos, no pudo evitar que una lágrima le resbalara por la mejilla.
No se preocupe señora, porque siempre habrá un caballero español dispuesta a satisfacer sus desmesuradas ansias por amarrarse a un buen pepino.
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