viernes, 8 de diciembre de 2017

La danza de las pavesas

Le ayudó a despojarse de las recias botas de montaña y después de darle un beso en el cuello con la mayor de las dulzuras, le dijo- dame veinte minutos en lo que lo preparo, descansa un poco, desnúdate y ven.
Él había elegido aquella casa de turismo rural por lo confortable, además de por lo bien situado. Tenía chimenea en la habitación pero por encima de lo que ahora, inmersos en una vertiginosa vida urbanita, se considera un lujo anacrónico, el cuarto de baño contaba con una inmensa bañera y al verla en las fotos de la web de reservas, no lo dudó.
Dejó que el agua caliente fuese llenando la tina y con sumo cuidado de no derramar cera en el interior de la misma, fue colocando a lo largo de todo la estancia, las velas que había traído ocultas en su mochila.
Habían pasado el día caminando por la montaña leonesa. Ella, agobiada por su frenético día a día, necesitaba respirar y ambos sabían que esa comunión con la naturaleza y el disfrutar del aire libre y del maravilloso entorno,sería el mejor balón de oxígeno para sus estresados pulmones y su angustiado corazón. 
El día había sido muy bonito y el sol de invierno, que más que calentar, iluminó su ruta, les había regalado los colores intensos y vivos de la vegetación y las rocas, el cielo leones y las nubes que anunciaban cambios para la próxima jornada.
Tanto la quería, tanto necesitaba verla feliz, que había diseñado el fin de semana perfecto para ella.
Extrajo de uno de los enormes bolsillos de sus pantalones de trecking el teléfono móvil y el pequeño altavoz bluetooth y, seleccionó un tema de Frank Sinatra de la lista de canciones. Fly me to the moon era una bonita canción, no tanto como My way, para él la canción más bonita del mundo, pero el tema seleccionado es el que  interpretó ella el primer día que cantó para él. 
-¡Cuando quieras tesoro!- invitó a la menuda y atractiva mujer y a los pocos segundos sintió como se abría la puerta del baño y ella pasaba, dejando escapar un suspiro de placer acompañado por una expresión de sorpresa.-Pero, pero esto es maravilloso-dijo ella antes de rodearlo con sus brazos y besarlo cariñosamente,
-Te mereces lo mejor, vida. Es por esto por lo que insistí en venir aquí. Ahora métete en la bañera y déjame que te enjabone el pelo y te lave a cabeza. Tu solo relájate y disfruta. Olvídate del trabajo y de los jaleos en la ciudad. Y escucha- Con un excelente manejo de los tiempos y tras unos segundos de pausa dramática para darle más efectismo al momento, puso la canción seleccionada y cuando esta comenzó a sonar, le acarició los hombros y haciendo una pequeña presión sobre ellos, le invitó a sumergir la cabeza un instante. Cuando sacó  la cabeza del agua, aplicó sobre sus cabellos un shampoo de muy aromática y agradable esencia y comenzó a masajearle las sienes y el cráneo, con extremada dulzura. Ella no pudo evitar que se le escapase un gemido de placer.
Ese gemido y la contemplación de su perfecto cuerpo desnudo cubierto parcialmente por la espuma del jabón y las sales  con las que le había preparado el baño, hizo que se excitara pero trató de controlar su erección porque se había prometido a si mismo que por mucho que la desease, este sería tan solo un momento de relax, el rato de cuidados y mimos  que ella necesitaba y que él se había empeñado en darle.
Pero no hizo falta que mantuviese aquel ejercicio de fuerza de voluntad, porque ella se giro y arrodillándose en la tina frente a él, le pidió que se despojase de la ropa,  lo tomó de las manos y lo atrajo al interior de la bañera, juguetona.
Se besaron  como si cada uno de los besos fuese el último y se amaron con suavidad y cuidado, como si no quisieran estropear el regalo que ambos se estaban haciendo. Porque esta era su primera vez. Es cierto que aquello era la crónica de una muerte anunciada pero las circunstancias habían impedido hasta la fecha que esto sucediese y, los astros no se habían alineado hasta aquel día, que en un principio iba a ser tan solo una excursión, un día de necesaria paz en la naturaleza. Una jornada de cuidado interior, de terapia espiritual. Un día zen.
Una vez abandonaron la bañera de mutuo acuerdo, se abalanzaron el uno sobre el otro en un segundo asalto que se libró en la cama, esta vez sin melindres. La pasión y el deseo pudo con todo lo demás y al finalizar, tan extenuados como complacidos, se encendieron el uno al otro un reponedor cigarrillo. y fumaron mirándose a los ojos y acariciándose.
-Te quiero- dijo él en voz muy queda, avergonzado y temiendo que ella se asustase de tal atrevimiento.-Pero por favor, no te asustes y salgas corriendo de mi vida.
-Y ¿a donde iba a ir?-preguntó ella sonriendo con una de esas sonrisas que lo habían vuelto loco desde el principio.
-No lo sé, cielo, lejos de mi, a cualquier lugar donde no tengas cobertura para recibir mis besos ni batería para regalarme nuevas caricias. Al fin del mundo, que se encuentra en todo lugar donde no estemos juntos.-
Ella posó el índice sobre sus labios y acercando su boca a la de él, le dijo-Sabes que esto es muy difícil. Pero me encantan los desafíos.
Los troncos de la chimena crepitaron entre el fuego y las pavesas volaron sobre las llamas, danzando como bailarines de un tango arrabalero y sensual.
Al día siguiente, en el coche camino de vuelta a la ciudad donde todo volvería a ser estresante y vertiginoso, él no pudo dejar de mirarla atenta a la carretera y concentrada en la conducción. Estaba tan bonita que solo pudo como Alberto Cortéz, agradecer haber nacido.


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