viernes, 26 de agosto de 2016

Que venga el encargado

Que venga el encargado, que quiero el libro de reclamaciones.
Cuando era una niña todo parecía mucho más fácil y el futuro se me antojaba tan mágico como el de los cuentos de hadas pero esto es el mundo real y ni existen los finales felices, ni los príncipes azules.
Estudiar y trabajar, en eso se ha convertido mi vida para desarrollarme como persona. Formarme hasta lo indecible si el día de mañana quiero aspirar al trabajo que realmente me hará sentir realizada. Ahora me dejo la piel tras la barra de un bar en unos turnos que además tengo que agradecer, dadas las circunstancias del mercado laboral. Poco tiempo me queda para ese amor que cantaba Julio Iglesias, mi cantante favorito. El amor queda relegado a mis horas libres y se ha convertido en parte del ocio, como ir al cine o sudar en el gimnasio.
Trato de no perder la sonrisa y acostumbro a servirla con cada consumición, como si fuera una de esas tapas cortesía de la casa. Sé que los clientes lo agradecen. Es conmovedor ver cuanta gente está necesitada de una sonrisa. Tan necesitada de ella como de una palabra amable o de un trato correcto. Yo también lo necesito.
Vivo en una sociedad en la que ya de por sí, el hecho de ser mujer es un handicap. Parece que estamos obligadas a pelear para que se considere nuestra valía y para que la igualdad y la tan famosa paridad, sean algo más que conceptos abstractos.
Yo no tengo que demostrar que valgo lo mismo que un hombre. Creo que valgo mucho más que un alto porcentaje de ellos pero no voy a caer en el juego de la lucha de sexos. Para mi, no hay diferencias de género a la hora de vivir. El oxígeno no hace comparaciones según quien lo respire y el agua no cambia de temperatura, ni pierde sus características al entrar en la boca de un hombre o en la de una mujer.
La lluvia nos moja a todos por igual y la muerte tampoco entiende de sexos. Todos nos terminaremos yendo, todas y todos.
En esta transición de niña a mujer, he descubierto la facilidad con la que se vienen abajo los sueños. No necesito que nadie me mime ni me proteja, sé cuidar de mi misma. Lo que sí que hecho de menos, es la educación y ciertos valores fundamentales con los que he crecido y que parecen haberse ido extinguiendo con los años.La cortesía a fecha de hoy, brilla por su ausencia y tan solo parece ser empleada como parte de un absurdo juego de seducción. A los hombres educados y corteses se los minusvalora y se los tacha de arcaicos.
Ya soy una mujer y al adquirir mi condición como mujer, se me ha entregado la capacidad de aprender a pelear por mis derechos. Cuando era una niña, no veía con claridad hacía donde me llevarían los años felices, que pasé disfrutando de la inocencia de la infancia.
En eso si que somos todos iguales, niñas y niños nos vemos obligados a perder la inocencia, dicen que esa pérdida se llama madurez. Yo lo llamo desilusión.

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