martes, 27 de mayo de 2025

Lágrimas de sal


 Relato en el que he tratado de rendir homenaje a esas personas que más allá de su lugar de nacimiento, raza,  condición social, ideologías y creencias, se rigen por unos valores que a mi entender son lo que deberían regir el mundo, Sé que soy excesivamente idealista y utópico,, por no decir ingenuo e incluso algo iluso, pero bueno...me gusta pensar que personas como el Jonás de mi texto abundan en el mundo.


 

El agua cae con la presión y la temperatura adecuada sobre el bueno de Jonás, que se enjabona y se frota con tanto empeño que, sin pretenderlo, se levanta las postillas de las manos y los antebrazos. Estas costras se las levantó primero, al arrancar sin cuidado ni método las uvas de las primeras vides de las muchas hectáreas de viñedo que abastecen la producción de una conocida bodega de la Ribera del Duero, antes de aceptar los guantes y las tijeras que le ofreció el capataz que se hizo cargo de su cuadrilla durante la vendimia en aquellas tierras de Valladolid. Las costras que no terminaban de cerrar, pues no podía evitar levantárselas continuamente, eran las de las heridas adquiridas con las puntas de acero clavadas en las tablas a las que se encaramó al subir a bordo de la patera, después de lanzarse al Mediterráneo a intentar rescatar a Aminata, una joven en avanzado estado de embarazo, pocas semanas antes.

La mujer cayó al mar después de que uno de los pasajeros de la precaria embarcación sobreocupada esgrimiera el afilado y curvo cuchillo que extrajo con rapidez de entre sus ropas, y que a punto estuvo de atravesar el corazón de su marido, Mamadu, durante la refriega, obligándolo a saltar por la borda para evitarlo.  Ella perdió el equilibrio al tratar de mediar entre su hombre y el desesperado y violento marroquí, llamado Khaled, quien creyó ver amenazada su llegada a la costa española, cuando aquel enorme africano le pidió en un extraño y desconocido dialecto que no supo interpretar que le dejase a su mujer un poco más de espacio en consideración a su abultada barriga.

Jonás no juzgó la reacción del magrebí, quien obviamente se asustó mucho al no entender el idioma de aquel subsahariano que gesticulaba moviendo los brazos como enormes y musculadas aspas de molino al dirigirse a él, y que al ver los gestos y no comprender el significado de aquellas voces, creyó que le estaba ordenando que le cediera su plaza a la mujer. El billete para aquella travesía le había costado los ahorros de muchos meses de duro trabajo y no pensaba renunciar sin pelear a la oportunidad de llegar a España y de labrarse el futuro que en su tierra le estaba vedado.

Al ver que la situación se había descontrolado de tal manera, y que ni Mamadu, ni su embarazada esposa sabían nadar, Jonás se zambulló sin pensarlo y buceó unos metros hasta que consiguió aferrar por debajo de las axilas a la mujer que presa de la histeria había comenzado a hundirse. Una vez la tuvo bien sujeta, comenzó el ascenso hasta la superficie. Mientras, Hassan, uno de los ocupantes de la frágil embarcación que chapurreaba el dialecto de la accidentada pareja, explicó a su nervioso compatriota lo que Mamadu realmente le había pedido y, este, al percatarse de lo desproporcionado e injusto de su reacción, guardó el cuchillo y se prestó a auxiliar a quien segundos antes había estado a punto de acuchillar.

Aquel viaje era la última parte de un infierno que todos habían vivido en mayor o en menor medida, y la mayoría de ellos habían abandonado su humanidad por el camino.

Cuarenta y cuatro personas subieron a bordo en las playas de Alhucemas con destino a la costa de Málaga, pero para la inmensa mayoría, el trayecto hacia sus sueños había comenzado mucho antes, en Mali, Senegal y otros países de la sabana del Sahel.  Los marroquís, minoría en aquella patera provenían de las aldeas más pobres del Rif.

Todos sin excepción, habían tenido que pagar a las mafias argelinas que controlaban las rutas de la emigración y las salidas de las precarias embarcaciones, y que no escatimaban balas, crueldad y golpes en caso de que alguien se negase al pago de las desorbitadas cantidades que cobraban por facilitar jugarse la vida en el mar, a los más desesperados habitantes del continente africano.

El negocio era de tal magnitud, que distintos clanes mafiosos de las más dispares procedencias, pugnaban por hacerse con el control del dinero, los bienes y  la esperanza que movía a hombres, mujeres y niños a arriesgarlo por todo por huir de la miseria provocada por la avaricia de las grandes multinacionales europeas y americanas, de la guerra que convertía en soldados a los niños de los poblados, y del hambre que secaba de leche de  los pechos de las madres que cometían la insensatez de traer criaturas a un mundo en el que el color de la piel y el lugar de nacimiento dictaban sentencias de muerte. Algunas de estas mafias ya se habían ganado su reputación con el hachís y tras años de burlar a las policías de sus países y a las patrulleras de la Guardia Civil española, habían decidido cambiar por seres humanos los fardos de hachís que transportaban de contrabando cruzando el estrecho. Si el mar hundía una patera llena de inmigrantes, las mafias tan solo lamentarían perder a uno de sus empleados de menor categoría, y no cientos de kilos de una droga que les podría reportar un seguro dinero en el mercado negro.

El sol de agosto parecía haberse conjurado para abrasar la piel de los improvisados argonautas, que cruzaban las aguas del traicionero y peligroso estrecho en busca de su particular vellocino de oro abarrotando aquella paupérrima nave de apenas diez metros de eslora, y el infernal calor y la enloquecedora sed se fueron adueñando poco a poco de su voluntad y su razón hasta convertirlos en fieras presas de sus ilusiones y cautivas de sus escasas posibilidades.

Los individuos que les garantizaron la llegada a la costa española a través de una ruta supuestamente segura les indicaron que la última parte del viaje, la que cubriría el paso de este pequeño accidente geográfico que separaba dos continentes, apenas les llevaría quince horas de tranquila navegación propulsados por el minúsculo y obsoleto motor que controlaba el único individuo que parecía tranquilo, bien alimentado y sano, en aquella nave directa a la incertidumbre. Este peón de las mafias portaba un revolver de gran calibre, largo cañón y cachas de madera en la cintura, y aquel arma, a la vista de todos, evidenciaba que con él no podía discutirse ni perder las formas. Su voluntad era la única ley a bordo y aunque no era más que un soldado sin rango en la organización, en aquel punto del Mediterráneo era el único dios al que obedecer y rendir pleitesía.

Jonás se había ganado la amistad y el eterno agradecimiento del matrimonio que había estado a punto de morir ahogado, y el reconocimiento de cuantos viajaban a bordo, que vieron como aquel maliense de cuerpo atlético, expresión bonachona y sonrisa amable, se había lanzado al mar sin dudarlo, exponiéndose a perder la vida o lo que es peor aún, la posibilidad de construirse un futuro en Europa, tan solo por ayudar a dos desconocidos.

Cuando todo parecía volverse realmente insoportable, el mafioso que controlaba la embarcación dijo algo levantando al tiempo la barbilla en dirección a proa que hizo que todos sonrieran con una mezcla de nerviosismo y felicidad y aplaudieran, y algunos incluso comenzaron a cantar a los dioses dando gracias, pues en el horizonte divisaron la costa de Málaga. La alegría desapareció por completo unos minutos más tarde, cuando el piloto sacó el arma y apuntando al grupo los ordenó abandonar la patera y ganar la costa a nado, agarrados a sus escasas pertenencias. No obstante, dentro de su egoísmo, pues el mafioso intentaba por todos los medios no encontrarse con una patrullera en la cercanía de la costa, se acercó cuanto pudo a la playa y al asegurarse de que a esa distancia los viajeros tendrían posibilidades de llegar a ella, insistió en que se lanzasen al mar.

Jonás supo que para evitar muertes deberían organizarse y avanzar en grupos repartiéndose quienes supieran nadar con quienes no sabían hacerlo y con la ayuda de Hassan que le sirvió de intérprete y nadando continuamente de un grupo a otro para ayudar a que incluso los más asustados de entre sus compañeros se mantuvieran a flote, logró que todos los ocupantes  de la embarcación, qué libre del peso de la carga volaba de vuelta a la costa de Alhucemas, alcanzaran tierra firme, para el asombro de los bañistas y veraneantes que abarrotaban aquel trozo de tierra prometida. Diversos agentes de la Guardia Civil y cuerpos médicos y distintos miembros de organizaciones de ayuda al inmigrante no tardaron mucho en personarse en el lugar y en prestar ayuda a los agotados y asustados africanos que habían conseguido llegar a suelo español.

Jonás fue uno de los primeros en abandonar el CETI en el que los internaron, para formar parte del grupo de compatriotas que subieron al autobús con destino a Valladolid, donde los capataces de muchas de las bodegas de las cinco distintas denominaciones de origen que hacían de aquella provincia castellana la capital del vino español, contrataron mano de obra inmigrante, asesorados por miembros de organizaciones religiosas y no gubernamentales que luchaban por poder ofrecer a los desesperados seres humanos que arriesgaban sus vidas cruzando el mar un trabajo y una verdadera posibilidad de residencia y de futuro.

Aquella mañana, la voluntaria de la ONG que le había conseguido el trabajo y una plaza en el albergue en el que se estaba duchando, llamó al centro para comunicarle que Aminata había alumbrado a una hermosa niña sana y de ojos tan grandes como los de Mamadu, su padre, quien en el momento del parto se encontraba en el autobús con rumbo al trabajo en unos viñedos de la D.O Rueda y que pasaría el día contando los minutos para regresar a Valladolid, acudir al hospital y abrazar a su mujer y a su hija.

Jonás, se secó en el vestuario de las duchas y se vistió con las ropas donadas por otros vallisoletanos que, junto a aquellos voluntarios, religiosos y dueños y capataces de bodegas, le habían devuelto la fe en la humanidad.

El ser humano es un animal, si, y en ocasiones el hombre puede ser un lobo para el hombre, pero los misioneros que hace ya más de veinte años lo bautizaron con el nombre de un profeta tras convertirlo a la verdadera fe, le explicaron que Cristo vive en todos y cada uno de nosotros y que a veces solo hay que dejarle guiar nuestros actos para que triunfe el bien.

Enfrascado en sus pensamientos y con una sonrisa de oreja a oreja que dejaba al descubierto su espectacular dentadura, Jonás acudió al comedor para desayunar, y al tomar su bandeja y la taza de café caliente que le correspondía, agradeció a la Santísima Trinidad los alimentos, y sobre todo el no tener que volver a empuñar un arma y a matar a otros seres humanos para conseguir un pedazo de pan. Al pensar en su suerte lloró, pero esta vez las lágrimas de alegría sustituyeron a las lágrimas de sal que derramó al caer extenuado en la playa de San pedro de Alcántara.

La jornada de trabajo en el campo estaba siendo casi festiva pues la cosecha estaba completamente recogida ya y estos últimos días eran de limpieza de los viñedos y cuidados de aquellas cepas que, sin pretenderlo, habían resultado dañadas por la maquinaria y los peones, y el capataz lo había seleccionado junto a otros buenos trabajadores para formar parte de la cuadrilla estable que ayudaría en la bodega con todos los trabajos que necesitasen de brazos fuertes y firme voluntad.

Poco antes de subir al autobús que lo devolvería al albergue en la ciudad, Jonás comenzó a escuchar hablar de la terrible DANA que había sacudido el este del país que lo había acogido y donde parecía presentarse un futuro esperanzador.

En el salón comunal en el que se reunían a ver la televisión algunos residentes antes de acostarse, Jonás ya había podido ver las escalofriantes imagines que los telediarios transmitían prácticamente en bucle y el índice de muertos y de desaparecidos no dejaba de aumentar con el paso del tiempo.

Al día siguiente la realidad se volvió aún más insoportable y la desgracia y la angustia se extendió por toda la geografía española, pues además de aquellos que tenían familiares o amigos en la zona afectada, la población española en su totalidad había empatizado por completo con las víctimas de la tragedia, con quienes habían perdido seres queridos, casas, negocios, bienes…

Desde los pueblos de la comunidad valenciana se pedía ayuda para localizar a los desaparecidos y para limpiar y despejar las calles, pues muchos no podían regresar a lo que quedaba de sus hogares y lo que era aún peor, algunas personas estaban atrapadas solas o incluso en compañía de los cadáveres de quienes habían fallecido durante el tiempo que estaba durando la emergencia.

La solidaridad de sus anfitriones emocionó a Jonás, quien no dudó en unirse a otros agradecidos inmigrantes y solicitar a las organizaciones que los atendían y a los empresarios que los habían contratado la oportunidad de subirse a uno de los transportes que trasladaban a voluntarios armados con palas, cubos, fregonas y ganas de aportar cuanta ayuda está en sus manos y cuanta esperanza albergan sus corazones.

Jonás, y otros muchos voluntarios que no escatimaron esfuerzo en devolver su esplendor a las calles de Valencia, sabían bien lo que era verse sumergidos bajo las aguas y perder en ellas a seres queridos. Por eso cada una de las lágrimas derramadas en el este de España tenía para ellos restos de salitre, y se parecían mucho a las derramadas por quienes habían cruzado el estrecho o saltado la vaya que separaba la muerte de la vida, el odio del amor, el miedo de la esperanza.

Hoy, bajo la dirección de aquel bombero valenciano que tomó el mando de su cuadrilla y supervisó los trabajos, todos eran hermanos en el esfuerzo, y no había distinciones de credos, países de nacimiento ni colores de piel.

 

sábado, 24 de mayo de 2025

Buscar el gremio. No gana uno para sorpresas


 Como era de esperar en el control de acceso del residencial Benamara, en plena costa del sol,  se habían concentrado los mejores electricistas de la provincia de Málaga, atraídos por la urgencia en reparar la instalación que daba servicio al caprichoso hijo del multimillonario emir de Runara, quien al parecer tenía el dinero por castigo y maldición familiar. En la entrada de la urbanización se produjo un curioso embotellamiento entre los vehículos comerciales de las empresas eléctricas, los coches de los guardias de seguridad de la comunidad, los de protección privada del hijo del emir, un par de Nisán de la Guardia Civil y un vehículo de la policía local, cuyos ocupantes desplazados hasta allí nada más conocerse el origen del apagón global que al parecer ya afectaba a toda la península, se desesperaban en organizar aquel caos.

Según le comentó a Iván el miembro de la benemérita de mayor graduación, quien se había hecho cargo de lo referente a la investigación preliminar del suceso, alguien sin saber cómo, cuando, ni porqué, se había hecho pasar por un empleado municipal para acceder a los enormes generadores de seguridad y había colocado el ingenioso y minúsculo temporizador que hizo que un pequeño detonador de fabricación militar hiciera estallar el explosivo plástico adherido a un conmutador en la central eléctrica de Estepona. Todo sucedió justo en el momento en el que el hijo del emir había tecleado el código de apertura de la caja fuerte empotrada en el muro de carga del chalé alquilado para introducir los cerca de seis millones de euros que había traído para jugar en las mesas de ruleta francesa del casino Nueva Andalucía, de Puerto Banús.

—Desde lo más alto se nos hizo acudir aquí a los pocos minutos de producirse el apagón. No entiendo cómo ha sido posible que pudieran interconectar los sucesos con tanta rapidez—le dice el uniformado y bigotudo picoleto—Si al final va a ser que los servicios de inteligencia son inteligentes y todo.

Iván y Clara cruzaron una mirada y una sonrisa al escucharlo y ambos pensaron en el acto en las mismas personas, sin saber que una de ellas, Salomé, estaba a punto de enfrentarse a un peligro para el que Ulises no había podido prevenirla aun.

—A nuestros queridos amigos no les va a gustar que gracias a las sospechas de Salomé y a su rápida información a Ulises les hayan arruinado el negocio.

—Si. Es verdad—concede Iván— Se ve que esta agente destinada a SVAE es de lo mejorcito de nuestros servicios secretos. No creo que vayan a permitir que siga con vida. El intento de acabar con ella no tardará en repetirse y quien sabe, quizás con mayor fortuna.

Lo de dejar sin energía durante unos minutos a toda la población española y portuguesa para hacerse con los millones de euros en metálico del de Runara, y con la inmensa fortuna que traslada en joyas además cada vez que se mueve por Europa, se les fue un poquito de las manos a estos tipos. Pero también nos han dejado claro hasta donde pueden llegar y la profesionalidad de algunos de sus secuaces. Esto indiscutiblemente ha sido obra de alguien con formación militar y con una increíble preparación en actos de sabotaje, 

A poco más de 800 kilómetros de allí, los peores presentimientos de Iván estaban a punto de hacerse realidad. Un sicario de la organización criminal que habían descubierto operando infiltrada en los gremios a los que recurrían las administraciones de fincas y otras empresas que se podían contratar a través internet, jaqueó sin la menor dificultad el código que abría la puerta de acceso al parking donde los tramitadores de llamadas y sus responsables, coordinadores y formadores dejaban aparcados sus coches durante las horas de turno presencial. Al abrirse el portón, una pequeña furgoneta con las lunas tintadas accedió al parking y de ella saltaron con rapidez cuatro hombres armados hasta los dientes que no tardaron en derribar la puerta del call center y en encañonar a los trabajadores que allí se encontraban, ordenándolos que identificaran a Salome sino querían que abrieran fuego.

Lo que no sabían era que el destino, que es tan caprichoso como juguetón, había decidido que en ese momento Salomé estuviera en la pequeña sala de juntas anexa al call center, en la que tenía una de las periódicas reuniones que Pablo, el CEO de la empresa, solía celebrar con su equipo de confianza y un café y unos churros de por medio. Además de Salomé y Pablo, estaban allí Alma, la risueña y adorable formadora de los nuevos trabajadores que se iban incorporando a la empresa y Pedro Pérez, un coordinador corpulento y musculado, pero de naturaleza afable, aunque a todas vistas capaz de afrontar cualquier tipo de situación sin despeinarse. También estaba Txus, otro de los coordinadores quien fue el primero en darse cuenta de que algo no iba bien al ver a través de los vinilos serigrafiados que decoraban la luna de la sala confiriéndola al tiempo algo de intimidad, a un grupo de individuos de aspecto sospechoso entrar a toda prisa en las oficinas.

—Bueno, Pedro, Alma...—dijo Salomé al comprobar la situación a través del cristal— , creo que no hace falta que os diga que lo que nos temíamos ha terminado sucediendo.

—¿Se puede saber qué está pasando aquí?—preguntó Pablo al ver como aquella informal y cotidiana reunión de empresa se había convertido en algo completamente diferente a lo que imaginaba.

—No sé si estamos autorizados a contarte según que cosas—dijo Salomé extrayendo una pequeña pistola automática de la funda oculta dentro del maletín de trabajo y ofreciéndosela a Alma, quien declinó su ofrecimiento al hacer aparecer como por arte de magia un revolver  de gran calibre con las cachas nacaradas de entre los pliegues de su larga falda baquera.

—Yo me ocuparé con discreción del que cubre la salida —aseguró Pedro apretando el resorte que permitió aflorar la larga y afilada hoja de su navaja automática—vosotras desaceos de los demás y procurad que no lleguen a abrir fuego. Tenemos a tres compañeros en la sala y por encima de todo debemos garantizar su seguridad y ponerlos a salvo.

—Ulises no me había hablado de esto—masculló Pablo para sorpresa de todos mientras sacaba su Smith and Wetson del 45 de la funda sobaquera oculta bajo su impecable americana—vamos al lio, equipo. 

—¡Joder! —exclamo Txus apoyándose en el bastón que utilizaba para ayudarse en su casi imperceptible cojera—No gana uno para sorpresas.

Entonces se escuchó un disparo dentro de la sala y para su asombro vieron salir a tres de los intrusos desarmados y con las manos entrelazadas tras la nuca. Y siguiéndolos con paso firme y decidido y apuntándolos con su Pietro Beretta aún humeante a Laertes, el rubio teleoperador de ojos tan azules como tristes y palabras siempre cuidadosamente escogidas.

Guardad las armas y disimulad, equipo—ordena Pablo—vosotros y yo ya hablaremos luego. Y Ulises, claro. Me parece que tiene mucha cosas que explicarnos a todos.


miércoles, 7 de mayo de 2025

Buscar el gremio Echar una mano a oscuras.


 Tal y como había acordado con Salomé, la inspectora Nogueira se presenta en las oficinas de SVAE el día indicado a la hora establecida, y tras ser presentada como una nueva trabajadora en prácticas  al resto de teletramitadores que se encuentran allí, se le asigna un puesto de trabajo, una dirección de correo electrónico corporativa y una extensión para el uso de la centralita. Clara, quien ya había desempeñado una misión trabajando como infiltrada entre los cárteles de la droga de la costa del sol, no tiene el menor problema en asumir el rol de su nueva identidad y de presentarse a todos como Inés Sánchez, palentina, titulada como secretaria de dirección por una prestigiosa academia de Madrid, de esas de "a cojón de mico" el diploma, y dispuesta a desarrollar de la mejor de las maneras las competencias de secretariado virtual que exigen su nuevo empleo. El cabello recogido en un moño alto sujeto por un divertido lazo de gatitos, una indumentaria lo suficientemente estilosa para ir "arreglá, pero informal" y unas gafas de montura infantil de Agatha Ruiz de la Prada, completan su acertada imagen para no levantar sospechas. En la mochila PUMA en la que porta la taza para los desayunos, los Smint para refrescar y aclarar la garganta, las llaves del coche y de casa,  una libreta para notas y un par de bolígrafos, oculta también los grilletes, la placa, un 38 especial y algo de munición extra por si las cosas se ponían serias.

Alma, la coordinadora a la que Salome ha asignado su formación, se acerca sonriente y solícita a explicarle su cometido y a ayudarle en cuantas dudas pudieran surgirle. A Clara de inmediato le cae bien aquella coordinadora. Su aspecto inocente y empático y su evidente compromiso con el buen ambiente en el trabajo, la hicieron sentirse tan a gusto que de no ser por el requerimiento casi inmediato de Salomé se habría olvidado de qué coño era lo que la había llevado a trabajar allí.

—Inés—llama Salomé—Si no estás en llamada ven un momento a mi mesa.

Clara se levanta solícita y acude a la mesa desde donde la agente de El Faro del norte controla no solo a los trabajadores a su cargo, sino todas las llamadas de aquellos clientes cuya tramitación podía levantar sospechas y ser susceptible de abrir la puerta a las fuerzas del mal que utilizan esos nuevos pasadizos virtuales para obtener información sobre las viviendas de algunos objetivos, y el acceso a las mismas bajo las más insospechadas e inocentes identidades.

—Dime Salomé. ¿Todo bien? Creo que he entendido bien lo que me ha explicado Alma y estoy segura de que en breve cogeré las llamadas sin meteduras de pata—, disimula Clara en voz alta para que nadie sospechase el verdadero motivo de su requerimiento.

—Bien, Inés—contesta Salomé también en voz alta. Solo quiero que escuches conmigo la grabación de la llamada que acabas de atender para marcarte algunas cosas que puedes mejorar simplemente leyendo bien los protocolos y siguiéndolos sin omitir nada ni añadir nada de tu cosecha personal—le dice Salomé mientras la invita a colocarse los auriculares, que Clara acomoda sobre su orejas soltando con una mano el lazo que aseguraba el cabello recogido.

La grabación como ya esperaba no era la de una de sus gestiones, sino la de una reciente gestión de Laertes, un teleoperador de aspecto soñador y melancólico y de  maneras tan dulces que era capaz de apaciguar  con dos acertadas frases a quienes llamaban para quejarse a una administración de fincas de la ausencia de luz en el portal, o a una compañía de telecomunicaciones de la caída de la red en su municipio. Lo que nadie sabía era la clase de persona que se escondía tras esas amables palabras y ese relajado y amable tono de voz, pero esa es otra historia.

En esta ocasión, Laertes había atendido al guardia de seguridad de la urbanización de Benamara, en Estepona, quien llamaba para informar de que no funcionaban las cámaras de seguridad ni las barreras de acceso en la garita de entrada. Misteriosamente se había ido las luces de la urbanización y todos los controles estaban informatizados. El problema está en que aquel fallo en el sistema eléctrico coincide con la llegada hace apenas media hora del sequito de Yasir, el hijo menor y casquivano del emir de Runara, heredero de una de las más grandes fortunas de oriente medio, quien había alquilado una "pequeña" villa de 800m2 cpn 8 dormitorios, 6 cuartos de baño, sala de cine, piscina climatizada y casa de invitados, para pasar de incógnito el puente del 1 de mayo jugándose los millones de su padre en el casino Nueva Andalucía sin llamar la atención de los periodistas de la prensa rosa que asedian las urbanizaciones vecinas a Puerto Banus. 

Clara cruzó la mirada con Salomé y no hicieron falta palabras. En el acto la inteligente y resolutiva agente secreta se hace con su teléfono móvil para avisar a Ulises, la directora de la secreta agencia que vela por los intereses de España, cuando de pronto la luz de las oficinas también se fue sin previo aviso, y lo que es peor, los teléfonos móviles dejaron en el acto de estar operativos, fuera cual fuera el operador bajo el que encontrasen la red.

Clara se levantó fingiendo tener que encontrar un teléfono operativo para interesarse por el estado de su único hijo ingresado en el hospital para unas delicadas pruebas médicas y abandonó las oficinas en busca de Iván, sin saber que este ya estaba arrancando su vehículo encubierto para recogerla y emprender de nuevo camino a la costa del sol.

—Vamos a tener que solicitar traslado a la comisaria de San pedro de Alcántara—bromea Iván al abrir la puerta del copiloto a Clara apenas diez minutos después.

—Pues si. Y yo venderé mi coche eléctrico—. responde su compañera y amiga tan irónica como preocupada—el apagón es a nivel peninsular. España y Portugal se han ido a negro.

—¡Cojonudo!—ruge Iván—festival del delito. Hoy se han abierto las puertas de todos los garitos para que los chorizos disfruten de una inesperada barra libre.


Continuará.


jueves, 1 de mayo de 2025

Ocaso


 Tras cada noche llega una nueva mañana, tras la oscuridad nocturna vuelve a iluminarnos el sol y tras cada periodo de angustia regresa tímida y prudente, pero firme y oportuna la esperanza.

Pensé que había llegado el ocaso a mis días de creatividad y de efervescencia literaria, pero no, tras pensarlo mucho he comprendido que tan solo es que no me he atrevido a sentarme ante el teclado para alimentar el blog durante estos últimos 15 días, y no he sido capaz de hacerlo porque me he dado cuenta de que lo que he alimentado principalmente son los demonios que habitan en mi interior y que están deseando que abra la caja de los truenos y permita que asuman mi escritura. He preferido regalarme pequeños momentos creativos en distintas RRSS con las que a modo de dosis de metadona he conseguido quitarme el mono y detener los temblores, calmar los delirios y eliminar los sudores.

Y es que ya lo he escrito en muchas ocasiones, para mi escribir no es una afición, un hobby o un oficio, es sencillamente una necesidad vital, y si no puedo expresarme  por escrito en algún momento del día, sé que sencillamente me agostaré y dejaré de respirar. Otra vez. pero esta vez de forma definitiva, sin sorprendentes despertares y sin segundas oportunidades. Y es que además tengo la certeza de que si no pudiera escribir preferiría estar muerto.

En breve verá la luz la novela que ha supuesto un verdadero cambio de tercio en mi trayectoria literaria, un punto de inflexión y un ejercicio de madurez, Incluso lo bueno. Mientras, sigo trabajando muy despacito, cual meticuloso y exigente artesano en Inocentes, y para matar la inmediatez que me define y que rige mi existencia, he comenzado a escribir en este blog una novela por entregas, un juguete, un divertimento al que he titulado Buscar el gremio, y para el que he resucitado a mi querido inspector Iván Pinacho (cosa que quizás no debiera haber hecho bajo ningún concepto).

Me he apartado un poco de la parte más personal de este vuestro blog, intentando contener ese exhibicionismo emocional que caracteriza muchas de mis entradas, aunque lo disfrace con vestidos de cuentos y relatos, o aunque pretenda camuflarlo con recursos literarios.

Pero como también he escrito alguna vez, el que nace lechón, muere cochino, y renace más lechón que nunca.

Así que nada, aquí estoy de nuevo. Mis inseguridades, mis angustias, mis miedos, mis alegrías y mis penas, mis momentos de éxtasis amoroso y de insoportable ausencia de luz y mis circunstancias vitales, emocionales y existenciales volverán a ocupar páginas en La espinilla cuando besa, aunque sé que esto será motivo de celebración de aquellos que me odian y se esconden tras seudónimos y cobardes avatares ficticios para insultarme y tratar de destruir mi autoestima y de apagar mi luz. Pero lo siento, "amigos" (y "amigas", que de todo hay), esta luz no entiende de apagones innecesarios nacidos del odio, de la ambición, de la envidia o de la mediocridad.

Vivo, luego escribo. Pienso, luego insisto: todo termina llegando, incluso lo bueno.