Es desolador. Cada día encuentro un nuevo motivo para soñar con abandonar el planeta y poder retirarme a B612 o otro asteroide de igual tamaño, similar geografía e idéntica población, en el que amar a una rosa y confiar en el zorro que me demostrará la importancia de una amistad acertada.
Los valores de los que alardean quienes dirigen el destino de mi país son de cartón piedra y asusta la facilidad con la que todos, hasta el presidente del gobierno, acostumbran a decir Diego donde se hartaron de decir digo.
Vivo en el país de la mentira, donde el embuste es el combustible que alimenta a esa maquinaria política e institucional que sirve al único dios venerado por toda la humanidad, el dinero.
Resido en un estado en el que hasta aquellos que abrieron el flamante concesionario para vender al electorado las motos que necesitaba, y se dejaron el alma en renegar de la casta, del patriarcado y de lo que asociaban con el mal que aflige al mundo, han resultado ser unos avariciosos, unos farsantes y unos maltratadores ávidos de poder, de riqueza y de todo aquello contra lo que clamaban al levantar las primeras tiendas de campaña entre los esperanzados y confiados jóvenes que necesitaban creer en ellos. No tardaron en sustituir aquellos efímeros refugio de lona por chalets de lujo y las premisas feministas e igualitarias por abuso, acoso y maltrato, y todo ello amparado por otros que con similares medios, ya habían conquistado los puestos de responsabilidad que tanto codiciaban y que consiguieron encarnando los personajes construidos para representar la tragicomedia de la identidad nacional.
Cada uno es muy libre de creer en quien quiera o necesite hacerlo, cada quien es muy dueño de prestar su apoyo a quien considere, y todos tenemos perfecto derecho para creer o a negar las palabras con las que se nos manipula constantemente, y para aceptar o rechazar la mierda con la que pretenden alimentarnos los chefs que diseñan los menús en los programas de cada partido político.
Que se pare el mundo, que me bajo. Que me arreglen el avión, que abandonaré el desierto y volaré muy alto hasta llegar al pequeño asteroide que habita aquel en el que verdaderamente creo.
Así no. Esta vez y con toda la fuerza de nuestras gargantas deberíamos unirnos para escupir en la cara de quienes no dejan de mentirnos un enorme basta ya.
Supongo que ahora tendré que leer en respuesta a esta sincera declaración de intenciones fundamentada en una innegable realidad, los consabidos "y tu más" que se han convertido en el único argumentario de muchos. Y sinceramente paso, la verdad. Así que por favor, todos aquellos que os estéis afilando las uñas y los colmillos al leer esta entrada, ahorraros comentarios insultantes e intentos de predicar vuestra salvación, pues conmigo predicaréis en el desierto. Y recordad en que consiste eso de la libertad de expresión, pues mucho me temo que es uno de los derechos que lleváis por bandera y que utilizáis para abofetear el rostro de quien osa llevaros la contraria o afearos ciertos comentarios.
Se acerca al
micrófono y tras comprobar su correcto funcionamiento, comienza a leer el
discurso que había tomado la precaución de traer por escrito:
«Entre todos
salvamos el planeta. O quizás debería decir que conseguimos salvar el planeta
entre todos y todas, y ya puestos, añadir también lo de todes, para no dejarme
fuera a nadie y ser completa y absolutamente inclusivo, aunque a mi se me
enseñara desde pequeño que, en castellano, el plural se construye en masculino.
He sido
elegido por la Organización de las Naciones Unidas para ponerle voz al conjunto
de la humanidad, que supo reaccionar ante lo esgrimido por quienes encontraron la respuesta a la gran pregunta que se
formulaban incansablemente los habitantes de los cinco continentes: ¿Hasta
cuándo? Y es que el planeta Tierra no dejaba de dar señales de que su paciencia
había llegado al límite y no tardaría demasiado en sacudirse del lomo a la
especie humana, que como un feroz y peligroso parásito no dejó de esquilmar los
recursos naturales y de enfermar y destruir los ecosistemas, agotando de paso
las reservas de la biosfera al no tener un depredador que pudiera controlar su
población y sus perniciosos hábitos.
El aumento
de los terremotos, los tsunamis, las erupciones volcánicas el calentamiento
global, el peligroso deshielo de los polos, el peligrosísimo cambio climático,
la desaparición de algunas especies animales y vegetales, y la aparición de
nuevos virus y bacterias, fueron tan solo algunos indicadores de que habíamos
traspasado todos los límites y habíamos cruzado cuantas líneas rojas se
trazaron al principio de los tiempos.
Durante muchos
años la humanidad decidió hacer oídos sordos, mirar hacia otro lado y enterrar
la cabeza en un mullido y confortable agujero en el suelo para no ver que el
tan perseguido progreso había conseguido ser al mismo tiempo principio y fin de
una nueva era.
Somos
animales inteligentes, y hace ya mucho que nos atribuimos el arrogante título
de “especie superior”, pero cómo pude leer en el libro Vosotros, ¿especie
superior?, somos la única especie animal que destruye su propio ecosistema.
Y que además es capaz de matarse mucho y
desde muy lejos por avaricia, envidia, odio y rencor, e incluso en el nombre de
un ser superior al que se le atribuye la voluntad de predominar sobre cualquier
otra fuerza, o simplemente para la diversión de algunos enfermos especímenes
que consiguen infectar las voluntades de sus congéneres y embarcarlos en
abominables exterminios.
La Tierra no
lo soportó más y después de concedernos una oportunidad tras otra y de sufrir
una continua y desoladora decepción, hizo de tripas corazón y muy a pesar suyo,
recurrió a la única forma posible para librarse de nosotros, los seres humanos,
su vital y más encarnizado enemigo, y para ello permitió que enviásemos al
espacio la muestra de nuestra insensatez. Como especie ya habíamos demostrado
nuestra impresionante resiliencia, nuestra capacidad de supervivencia y nuestra
habilidad para afrontar cualquier desafío y para resistir todo tipo de pruebas
y de castigos. Es más, durante años perseguimos y estigmatizamos a aquellos
visionarios que comprendieron que la Tierra era tan solo una vivienda en multipropiedad,
que no nos pertenecía, y que debíamos compartir con el resto de las especies
animales y vegetales que disfrutaban del usufructo. Lejos de ser amables y
considerados inquilinos, dimos un golpe de estado y nos erigimos en
todopoderosos presidentes de la comunidad, instaurando milenios de un gobierno
de terror para todos los vecinos del inmueble, y haciendo callar a las voces
contrarias a los continuos desmanes, esas voces que trataron de avisarnos de
que un día llegaría una derrama de tamaña proporción que no había bolsillo
capaz de soportarla. Y sería la quiebra.
Algunos de
los inquilinos con más recursos y mayor poder en la escalera, comenzaron a
interesarse en futuras mudanzas y a investigar la oferta de edificaciones en
nuestro sistema solar. Pero el universo es sabio y de momento ha conseguido
mantener a salvo las urbanizaciones y los resorts en los que habitan seres con
más conciencia.
De no haber
sido por este muy necesario y universalmente beneficioso cambio de actitud en
el raciocinio humano, el 25 de octubre del año 2024, el terrible asteroide
Leviatán, de más de quinientos metros de diámetro y millones de toneladas de
peso habría impactado contra el planeta Tierra, al haber confundido los
científicos las mediciones y las casuales elipses de su órbita en el error
fatal que en un principio estipuló en mas de dos unidades astronómicas de
distancia de la Tierra.
Pero el
universo, el hado supremo, Dios o Supergato, lo que ustedes consideren que
decidió el fin de nuestra vida, reajustó las variables atendiendo a las
interferencia de distintos e inesperados campos gravitacionales y la suerte
estaba echada.
Tras meses
de angustia, de desesperación, y como no, de nuevas guerras fratricidas y, como
siempre absurdas y evitables, surgidas como respuesta a la certeza del
inevitable fin de los tiempos, algunos seres humanos decidimos asumir la culpa
y demostrar a quien sea que mueve los hilos nuestro verdadero propósito de
enmienda. Nos encomendamos al origen de la razón, a la microscópica e
infinitesimal molécula de bondad que forma parte de toda cadena de ADN de los
seres vivos, y trabajando mutaciones en el gen de la esperanza, encontramos la
manera. No fue fácil, en absoluto, y de hecho las primeras estimaciones sobre
la capacidad social y grupal para afrontar la necesaria acción común capaz de
detener el exterminio, indicaban variables casi imperceptibles entre lo
imposible y lo excesivamente poco probable. Pero lo conseguimos.
Si bien los
mejores y más capacitados científicos y biólogos españoles tuvimos que
desarrollar una vacuna contra la estupidez y el egoísmo, y se ordenó la
obligatoria vacunación universal de una única dosis a todos los seres humanos
del planeta, sin importar su origen, raza, credo o condición social, el momento
de la salvación llegó el 23 de noviembre, cuando según lo estipulado y
acordado, absolutamente todos , todas y todes los seres humanos, saltaron al
mismo tiempo y en el mismo ángulo , generando un minúsculo pero suficiente cambio
orbitacional en el planeta y librándonos de la extinción. Del mismo modo y
sujeto a las más exigentes garantías, todos los países del planeta firmaron su
adhesión a un contrato de respeto y cuidado por el medio ambiente con inmediata
aplicación de todas y cada uno de sus cientos de cláusulas que harán de este un
mundo mejor para todos, todas y todes los seres vivos».
Apenas tiene
tiempo para escuchar unos segundos de aplausos y ovaciones en el abarrotado
salón de plenos de la sede de las Naciones Unidas, cuando Juan abre los ojos y
comprende que todo ha sido un sueño.
Mientras
prepara el café con el que afrontar la jornada, asocia lo producido en la
fábrica del inconsciente con los visto en un documental antes de acostarse la
noche anterior.
El ser
humano en efecto está terminando con el planeta, pero también en efecto, es un animal
gregario, y cuando se lo propone es capaz de lo más hermoso atendiendo a esa
conciencia social, rozando la eusocialidad.
Juan apura
el café de un trago y camino de la ducha decide que, desde aquella misma
mañana, va a aportar cuanto esté en su mano para salvar al planeta, y para
concienciar a todos en su entorno de hacer lo mismo.
El pasado mes de marzo comencé a desarrollar junto a mi amiga, la actriz y directora teatral, Luisa Valares, un proyecto cultural en la villa de Simancas.
De la mano de un Ayuntamiento que realmente apuesta por la cultura, creamos Simanquince, un grupo teatral de lo más heterogéneo formado por vecinas y vecinos de distintas edades, desde los 20 a los 75 años, pero de idéntica curiosidad y de parecidas ganas de llenar sus días de vida y no sus vidas de días.
Yo me ocupé de la parte literaria y junto a los vecinos he compartido muchas sesiones de escritura creativa en las que hemos permitido aflorar multitud de emociones jugando con las palabras.
Trabajando duro todos juntos, bolígrafo en mano, escribimos una curiosa tragicomedia de intriga que lleva por acertado título Porciones de cada uno. Esta obra, construida con ideas y textos de todos los participantes del proyecto, se estrenará en el Teatro de la Vaguada (buque insignia de la cultura de Simancas)el próximo miércoles 27 de noviembre, dentro de la programación teatral que durante todo el mes de noviembre llenará el pueblo de talento y de magia entre bambalinas.
Luisa Valares se ha hecho cargo del entrenamiento actoral de los integrantes del proyecto, completamente neófitos en las artes escénicas, y ha conseguido inyectarles una fuerte dosis de ese veneno que lleva a los actores a pisar las tablas y a hacer de un escenario el lugar donde todo cobra sentido.
Poco a poco han ido soltándose, aprendiendo a manejar los gestos, la expresión, el movimiento, la voz... y gracias a la experiencia y a la indiscutible valía de mi compañera de proyecto, se han convertido en el elenco perfecto para representar su propia obra.
De un tiempo a esta parte cada ensayo se celebra más que el anterior, y la progresión del grupo es verdaderamente plausible.
Me siento muy orgulloso de todos los miembros de Simanquince, desde la más jovencita al más veterano, desde la más pizpireta y risueña, a la más tímida y prudente, desde el más atrevido y divertido showman rural, al más comedido y carismático caballero de campos de Castilla.
El día del estreno será algo muy especial, más allá de si conseguimos levantar al público entre grandes ovaciones o no. Cerraremos un círculo, pariremos una criatura engendrada con el cariño de todos y disfrutaremos de la experiencia de habernos marcado un destino y haber llegado hasta él.
Desde la corporación municipal, satisfechos con nuestro trabajo y sabedores de que un pueblo que accede a la cultura con facilidad es un pueblo que crece sano y feliz, nos han ayudado en la creación de una escuela de teatro y de recursos culturales, en la que se alojará un grupo de teatro estable y en el que niños, jóvenes y adultos, podrán apuntarse a distintos cursos con Luisa y conmigo, y trabajaremos desde la dramaturgia y la interpretación, a la escritura terapéutica, los monólogos y los títeres.
Aún tenemos abierta la convocatoria para que todos aquellos vecinos del pueblo, de las urbanizaciones que conforman su perímetro y que nutren el censo municipal, y de las poblaciones cercanas, puedan llamar y solicitar información para inscribirse y formar parte de esta escuela.
No os voy a engañar, me encanta mi trabajo, me chifla ver como los primeros sorprendidos con sus avances son los vecinos que apostaron por nosotros, y me da la vida el saber que más que con alumnos, cuento con un grupo de buenos amigos en uno de los pueblos más bonitos de Castilla y León.
Y porqué voy a tener que callarlo, me hace una particular ilusión que la vida me presentara a Luisa Valares, la convirtiera en mi amiga, en mi compañera de proyectos culturales y de trabajo, y en una estupenda actriz de la compañía teatral Pequeño asteroide, compañía que formamos junto la también maravillosa actriz, Katia Gallego.
A veces me duele un poco menos vivir, es más...a veces hasta lo celebro y todo.
Si os apetece uniros a este proyecto, subiros a este tren y disfrutar de la literatura y del teatro, no tenéis más que llamar al teléfono que aparece en el cartel que encabeza la entrada y que describe mi oferta de cursos. Luisa Valares ha diseñado y compartido uno propio en el que ofrece distintos cursos especializados en sus habilidades y conocimientos, y que os recomiendo encarecidamente si algún día queréis salir a escena y despertar los aplausos del público.
Podéis encontrar toda la información al respecto en nuestras distintas RRSS y en las del Ayuntamiento de Simancas.
Siempre he dicho que los poemas más hermosos son los que nacen del desamor, los que se escriben tratando de contener las lágrimas, tratando de no agonizar entre asfixiantes sollozos y de mantener el tipo ante a una sociedad que no termina de entender que hay personas capaces de somatizar las emociones hasta el extremo de detener su corazón inconscientemente, y de morir poco a poco envenenadas de nostalgia, atragantadas por dolorosos recuerdos y conmocionadas por imborrables momentos que jamás han de volver. Y curiosamente el dolor , la pena, la angustia y la rabia por tener que despedirse antes de tiempo es lo que ayuda a según qué escritores y a según qué escritoras, a alcanzar su momento álgido en la literatura, pues sin poder contenerlo, visten las palabras con el espantoso luto de la más horrible de las muertes, que es la que les llega sin avisar a esas historias de amor que parecían capaces de desafiar al tiempo y de convertirse en inmortales. Amar es algo tan bello como peligroso pues podría decir sin avergonzarme por ello, que al leer ciertos versos y al entregarme a algunos textos, he sido capaz de empatizar hasta el paroxismo con quienes los escribieron, y de comprender el grado de sufrimiento con el que se desahogaron y se liberaron en negro sobre blanco, quienes rubricaron esas obras que de inmediato pasaron a formar parte de las páginas que me acompañarán siempre entre los tomos que abarrotan las estanterías de la biblioteca de mi alma. He sufrido con cada adiós definitivo que no quiso pronunciarse, he saboreado la hiel y el amargor de los últimos besos, esos que son los que más duelen, esos que se dan por compasión o como limosna, y he querido morirme con cada palabra escrita por la pluma que rubrica la despedida con un tiro de gracia emocional, disparando un proyectil con la forma del te quiero conjugado en pasado perfecto (he querido), pues nunca habrá perfección en la ausencia de amor y esa ausencia es por definición estéril de futuro. Y ese adiós será la bala de plata que terminará con cualquier esperanza.
Conozco y he leído demasiadas páginas sobre el dolor. Para mi desgracia he abarrotado un buen número de cuadernos con las palabras que nacieron de mi propio sufrimiento, aunque no me atrevo a pensar que mi sufrimiento es distinto al de otras muchas personas que lloran y sufren como yo he llorado, y he sufrido en el pasado. El dolor es algo universal, a todos se nos entregan al nacer unas cuantas acciones en el banco del dolor, Y se nos permite especular con ellas, pero no venderlas. Curiosamente es la única propiedad que no avaricia ni envidia nadie, y curiosamente es la única propiedad de la que todos nos desprenderíamos sin dudarlo un segundo.
Una vez me maldijeron entre lágrimas y entonces comprendí cuanto puede doler una decisión equivocada. Y me juré que jamás volvería a cometer errores que llevasen a quien sufriera las consecuencias a maldecirme con todas sus lágrimas mientras le sangra el corazón.
Porque de todo se aprende, pero no todo te enseña. Y no me enseñaron a identificar el peligro que se oculta tras unos ojos bonitos que esquivan mis pupilas, la mentira que se esconde tras el reclamo de un amor en usufructo, y la lenta pero implacable agonía que acecha tras el título de propiedad de un incierto futuro levantado con frágiles andamios.
Aún tengo demasiado que aprender, demasiado que sufrir y demasiado que olvidar. Pero todavía no me siento capaz de hacerlo. No estoy preparado. Sigo siendo excesivamente humano, demasiado intenso y peligrosamente inmediato a la hora de querer. Y lo peor es que aún no he aprendido a dejar de hacerlo.
Un día seré capaz de escribir desde un lugar mucho más amable que el tenebroso bosque que se encuentra entre el valle del arrepentimiento y la cordillera de los fracasos. Y ese día, Ella volverá a creer en mi. El sol saldrá de nuevo para sacar a bailar a la luna antes de que abandone la pista, y todo se llenará de luz.