como un tiburón antes de hincarle el diente a la surfista más maciza de la playa.
Como una hormiga soldado que cierra filas contra la pared del hormiguero, a sabiendas de que la jodida termita gigante que se le viene encima no va a tener la más mínima compasión.
Así me siento cuando me clavas la mirada.
Y te veo ahí delante, tan inmensamente bonita, tan repleta de ti, tan segura de que sigues despertando en mi ese ardor guerrero.
En el fondo no se si me enerva o me colma, porque en efecto me sobra hasta la última prenda que llevo puesta y hasta la última de las prendas que puedo arrancarte a bocados y al mismo tiempo me encantaría tener la suficiente fuerza de voluntad como para decirte " ¿de que cojones vas?".
Pero supongo que es mi sino. Me rindo delante de ti, por que eres muy bella y yo muy gilipollas.
Imagino que seguiré boxeando con mis principios hasta que el médico de guardia certifique que definitivamente me he terminado de ir al carajo con mis rayadas y mis paranoias.
Y cuando me muera, cuando ponga los ojos en blanco por última vez, solo me quiero llevar tu imagen.
Creo que será la mejor de las compañías, allí donde me destine el cabrón que ha de sellar los papeles.
Seguro que en el más allá, seguiremos con la misma vaina.
Me sienta fatal la consciencia.
viernes, 31 de enero de 2014
domingo, 19 de enero de 2014
Ropas de artista.
Imagino que es en esas pequeñas cosas que tiene el día a día, donde uno va construyendo su verdadera esencia.
No me refiero a darle un euro al muchacho que toca el violín bajo la nieve en la esquina de mi calle, ni de acudir corriendo a rescatar una mariposa agonizante de las cloradas aguas de la piscina.
No se trata de abrir la puerta al que te precede ni de ceder amablemente el asiento a una señora, o señorita.
Tampoco hablo de poner la otra mejilla cada vez que algún inútil apoltronado trata de torpedear tu trabajo o de destruir todo aquello que pueda evidenciar su falta d iniciativa.
Ni de elegir el vino adecuado de los que triplicando su precio de mercado, se presentan en las cartas de los restaurantes.
No hablo tampoco de seleccionar con acierto la corbata que combina con la camisa, la chaqueta, el cinturón, los calcetines, los zapatos y la raya del ojo de la señorita de la ventanilla del banco donde vas a pedir uno de esos créditos donde firmas con tu sangre y en el acto, un rayo rubrica en el documento y por triplicado, que acabas de quedarte sin alma al menos durante 35años.
Me refiero más bien, a abrir los ojos cada mañana y echar un vistazo rápido alrededor.
Y darle gracias a quien cada uno estime más oportuno por el techo que te cobija, el gato que te sonríe y la mujer que duerme a tu lado.
Encenderte un pitillo aún a sabiendas de que el cowboy del anuncio de Marlboro la diño de cáncer de pulmón, eso si, siendo el tipo que mejor ha lucido nunca un cigarro en los labios.
Hablo de sentarte ante el teclado al tiempo que esparces miguitas de pan alrededor de la mesa, a ver si las palomas de la inspiración se animan a picotear un ratillo.
De trabajar y esforzarse en que el trabajo sea lo más digno posible, aún a costa de que una mañana tu cabeza haga "chis-pum" y necesites un buen lingotazo de tila y un delicioso orfidal, que se deshace en tu boca, no tu en tus manos.
De ser sincero, ser siempre sincero.
Obviar los miedos y tratar de ser mejor persona con cada día que pasa, incluso en esos momentos en los que te gustaría mandar al planeta entero a plantar un pino en una galaxia muy, muy lejana.
Y sobre todo, hablo de no renunciar a los sueños.
El pasado viernes tuve la inmensa suerte de poder leer unos relatos ante un centenar de persona que se habían reunido entorno a la fantástica excusa de catar varios vinos y maridajes gastronómicos.
Un micro y al toro.
Me reencontre con mis sueños, en el instante justo en el que comencé a leer el primero.
Y es que verán ustedes, me considero un tipo de lo más afortunado.
Llevo una buena vida, tengo un trabajo estupendo aunque ingrato en ocasiones.
Cada noche beso a la mujer que amo y cada mañana me pellizco, para asegurarme de que su respiración junto a mi oído no es fruto del exceso de taninos.
Y aún así, siento que de alguna manera he bajado al trastero alguna de mis mayores ilusiones.
Disfruto leyendo, actuando o hablando ante el público.
Me gusta la conexión que se logra con un grupo de desconocidos, aunque ese lazo sea absolutamente temporal.
Y es por ello que escribo.
Escribo en este blog y en otros blogs, escribo en mi muro de Facebook, escribo, para sentirme vivo y realizado.
Muchas veces no tengo gran cosa que decir, pero aún así, lo comparto.
Quiero vestirme de nuevo con mis ropas de artista y enfrentarme al vértigo del directo.
Y tengo muy claro que lo voy a seguir haciendo.
Así que aviso, he vuelto.
Un abrazo muy grande para todos.
No me refiero a darle un euro al muchacho que toca el violín bajo la nieve en la esquina de mi calle, ni de acudir corriendo a rescatar una mariposa agonizante de las cloradas aguas de la piscina.
No se trata de abrir la puerta al que te precede ni de ceder amablemente el asiento a una señora, o señorita.
Tampoco hablo de poner la otra mejilla cada vez que algún inútil apoltronado trata de torpedear tu trabajo o de destruir todo aquello que pueda evidenciar su falta d iniciativa.
Ni de elegir el vino adecuado de los que triplicando su precio de mercado, se presentan en las cartas de los restaurantes.
No hablo tampoco de seleccionar con acierto la corbata que combina con la camisa, la chaqueta, el cinturón, los calcetines, los zapatos y la raya del ojo de la señorita de la ventanilla del banco donde vas a pedir uno de esos créditos donde firmas con tu sangre y en el acto, un rayo rubrica en el documento y por triplicado, que acabas de quedarte sin alma al menos durante 35años.
Me refiero más bien, a abrir los ojos cada mañana y echar un vistazo rápido alrededor.
Y darle gracias a quien cada uno estime más oportuno por el techo que te cobija, el gato que te sonríe y la mujer que duerme a tu lado.
Encenderte un pitillo aún a sabiendas de que el cowboy del anuncio de Marlboro la diño de cáncer de pulmón, eso si, siendo el tipo que mejor ha lucido nunca un cigarro en los labios.
Hablo de sentarte ante el teclado al tiempo que esparces miguitas de pan alrededor de la mesa, a ver si las palomas de la inspiración se animan a picotear un ratillo.
De trabajar y esforzarse en que el trabajo sea lo más digno posible, aún a costa de que una mañana tu cabeza haga "chis-pum" y necesites un buen lingotazo de tila y un delicioso orfidal, que se deshace en tu boca, no tu en tus manos.
De ser sincero, ser siempre sincero.
Obviar los miedos y tratar de ser mejor persona con cada día que pasa, incluso en esos momentos en los que te gustaría mandar al planeta entero a plantar un pino en una galaxia muy, muy lejana.
Y sobre todo, hablo de no renunciar a los sueños.
El pasado viernes tuve la inmensa suerte de poder leer unos relatos ante un centenar de persona que se habían reunido entorno a la fantástica excusa de catar varios vinos y maridajes gastronómicos.
Un micro y al toro.
Me reencontre con mis sueños, en el instante justo en el que comencé a leer el primero.
Y es que verán ustedes, me considero un tipo de lo más afortunado.
Llevo una buena vida, tengo un trabajo estupendo aunque ingrato en ocasiones.
Cada noche beso a la mujer que amo y cada mañana me pellizco, para asegurarme de que su respiración junto a mi oído no es fruto del exceso de taninos.
Y aún así, siento que de alguna manera he bajado al trastero alguna de mis mayores ilusiones.
Disfruto leyendo, actuando o hablando ante el público.
Me gusta la conexión que se logra con un grupo de desconocidos, aunque ese lazo sea absolutamente temporal.
Y es por ello que escribo.
Escribo en este blog y en otros blogs, escribo en mi muro de Facebook, escribo, para sentirme vivo y realizado.
Muchas veces no tengo gran cosa que decir, pero aún así, lo comparto.
Quiero vestirme de nuevo con mis ropas de artista y enfrentarme al vértigo del directo.
Y tengo muy claro que lo voy a seguir haciendo.
Así que aviso, he vuelto.
Un abrazo muy grande para todos.
martes, 14 de enero de 2014
Soñando con metáforas.
Supongo que el cerebro pasa de dormir y aunque el cuerpo cansado de tanto ajetreo se rinda más tarde o más temprano cada noche, las neuronas se ponen hasta arriba de redbull o de lo que sea que se pongan y siguen ahí, dale que te pego, en una jornada de trabajo que ríete tú de las reformas laborales más severas.
En mi cabeza hay un cine espectacular.
"3D", " Home sourround" y toda la vaina.
Suele haber sesión de estreno por lo menos seis días a la semana (al menos una noche, los taninos del tinto ejercen su presión sindical e impiden la proyección)
Esta noche han estrenado una peli de lo más interesante.Si tuviera que encasillarla en algún género, diría que era una película de terror psicológico.
Sobre el guión de mis miedos y mis traumas más recientes y más firmemente instaurados, los productores de la cinta han decidido construir un largometraje en el que el protagonista (que aunque no aparece en plano en ningún momento, era exactamente igual que yo) a base de cámara subjetiva, se ve envuelto en una trama de espantosos crímenes durante las obras de construcción de algo que parecía una mina subterránea.
En una de las secuencias más estremecedoras, nuestro patético y tembloroso héroe, tenía que cruzar un abismo sobre la pasarela de tablitas de madera más inestable y más ridícula del mundo.
Ahí es donde aparece el ingeniero jefe de la obra (supongo que mi proyección neuronal de Dios o de algún tipo de figura de autoridad todopoderosa) para explicar por medio de un monólogo muy interesante, que el miedo, se construye sobre tablas de dos centímetros de espesor, como he construido casi siempre mis relaciones de pareja.
Una necesidad desconocida pero imperiosa, obliga al protagonista a atravesar la pasarela y justo en el momento en el que se acerca al otro lado, donde brillan en la pared enormes vetas de mineral dorado (imagino que esa es una metáfora sobre la felicidad) aparecen sombras demoníacas que se abalanzan sobre los inestables listones para tratar de hacerlo caer.
Esas sombras, con voces femeninas, creo que representaban el pasado más cercano y más doloroso.
Solo unos centímetros separan al protagonista del codiciado metal, de la seguridad de la tierra firme (lo que viene siendo el amor) y tan solo un pequeño salto sería suficiente para ponerle a salvo en lo que imagino simboliza una vida armoniosa y estable, pero se queda ahí, abrazándose las rodillas, muerto de miedo, asustado como un conejito.
Ahí es cuando mi cuerpo comienza a estremecerse en la cama y a convulsionar.
Se acerca el momento del "to be continued" e inconscientemente no quiero abandonar la butaca sin que aquel timorato llorica salte y llegue al otro lado.
De repente, funde en negro y aparecen en un blanco cegador los jodidos títulos de crédito.
Me despierto con tus brazos rodeando mi cuerpo y por un momento trato de buscar al acomodador, o al gerente del cine y suplicarle que cambien el rollo del final y pongan uno en el que el "prota" se decide a saltar, se llena los bolsillos de oro y va en busca de la chica, que seguramente tenga tu misma nariz, tu mismo cabello largo y precioso y el mismo sabor en los labios.
En vez de eso, la banda sonora chirriante que se escapa a través de las puertas de la sala, se convierten de repente en los maullidos de mi gato que me da los buenos días.
Con el primer café del día comprendo que tengo miedo.
Miedo a que de repente, dejes de quererme.
A que aparezca otro héroe que pise mi espalda y llegue al otro lado antes que yo.
Miedo a que esto que siento, esté construido con finas baldosas y se resquebraje al impulsarme para el salto final.
Así que ahora me encuentro tratando de extraer todas las conclusiones posibles, en pleno "cine forum" conmigo mismo, poniendo en blanco o mejor, en negro sobre blanco; todo lo que recuerdo de esta noche.
Y estoy deseando ver la segunda parte en la sesión habitual de las dos de la mañana, porque creo que esta vez, el hombrecillo rubio que se abraza las rodillas, se pondrá de pie y saltará con todas sus fuerzas.
Y le darán por el culo a las sombras demoníacas, al desconocido que tratará de pisarme la chepa y saltar sobre mi y al ingeniero jefe, porque me voy a hacer un rolex de dos por dos con el oro de la mina y voy a besar a la chica, que en efecto, es clavadita a ti, hasta que se me caigan los labios.
Y me voy a dar el gustazo de escribir bien grande en la pantalla: " Y fueron felices para siempre".
¿O eso es más propio de los cuentos?
En mi cabeza hay un cine espectacular.
"3D", " Home sourround" y toda la vaina.
Suele haber sesión de estreno por lo menos seis días a la semana (al menos una noche, los taninos del tinto ejercen su presión sindical e impiden la proyección)
Esta noche han estrenado una peli de lo más interesante.Si tuviera que encasillarla en algún género, diría que era una película de terror psicológico.
Sobre el guión de mis miedos y mis traumas más recientes y más firmemente instaurados, los productores de la cinta han decidido construir un largometraje en el que el protagonista (que aunque no aparece en plano en ningún momento, era exactamente igual que yo) a base de cámara subjetiva, se ve envuelto en una trama de espantosos crímenes durante las obras de construcción de algo que parecía una mina subterránea.
En una de las secuencias más estremecedoras, nuestro patético y tembloroso héroe, tenía que cruzar un abismo sobre la pasarela de tablitas de madera más inestable y más ridícula del mundo.
Ahí es donde aparece el ingeniero jefe de la obra (supongo que mi proyección neuronal de Dios o de algún tipo de figura de autoridad todopoderosa) para explicar por medio de un monólogo muy interesante, que el miedo, se construye sobre tablas de dos centímetros de espesor, como he construido casi siempre mis relaciones de pareja.
Una necesidad desconocida pero imperiosa, obliga al protagonista a atravesar la pasarela y justo en el momento en el que se acerca al otro lado, donde brillan en la pared enormes vetas de mineral dorado (imagino que esa es una metáfora sobre la felicidad) aparecen sombras demoníacas que se abalanzan sobre los inestables listones para tratar de hacerlo caer.
Esas sombras, con voces femeninas, creo que representaban el pasado más cercano y más doloroso.
Solo unos centímetros separan al protagonista del codiciado metal, de la seguridad de la tierra firme (lo que viene siendo el amor) y tan solo un pequeño salto sería suficiente para ponerle a salvo en lo que imagino simboliza una vida armoniosa y estable, pero se queda ahí, abrazándose las rodillas, muerto de miedo, asustado como un conejito.
Ahí es cuando mi cuerpo comienza a estremecerse en la cama y a convulsionar.
Se acerca el momento del "to be continued" e inconscientemente no quiero abandonar la butaca sin que aquel timorato llorica salte y llegue al otro lado.
De repente, funde en negro y aparecen en un blanco cegador los jodidos títulos de crédito.
Me despierto con tus brazos rodeando mi cuerpo y por un momento trato de buscar al acomodador, o al gerente del cine y suplicarle que cambien el rollo del final y pongan uno en el que el "prota" se decide a saltar, se llena los bolsillos de oro y va en busca de la chica, que seguramente tenga tu misma nariz, tu mismo cabello largo y precioso y el mismo sabor en los labios.
En vez de eso, la banda sonora chirriante que se escapa a través de las puertas de la sala, se convierten de repente en los maullidos de mi gato que me da los buenos días.
Con el primer café del día comprendo que tengo miedo.
Miedo a que de repente, dejes de quererme.
A que aparezca otro héroe que pise mi espalda y llegue al otro lado antes que yo.
Miedo a que esto que siento, esté construido con finas baldosas y se resquebraje al impulsarme para el salto final.
Así que ahora me encuentro tratando de extraer todas las conclusiones posibles, en pleno "cine forum" conmigo mismo, poniendo en blanco o mejor, en negro sobre blanco; todo lo que recuerdo de esta noche.
Y estoy deseando ver la segunda parte en la sesión habitual de las dos de la mañana, porque creo que esta vez, el hombrecillo rubio que se abraza las rodillas, se pondrá de pie y saltará con todas sus fuerzas.
Y le darán por el culo a las sombras demoníacas, al desconocido que tratará de pisarme la chepa y saltar sobre mi y al ingeniero jefe, porque me voy a hacer un rolex de dos por dos con el oro de la mina y voy a besar a la chica, que en efecto, es clavadita a ti, hasta que se me caigan los labios.
Y me voy a dar el gustazo de escribir bien grande en la pantalla: " Y fueron felices para siempre".
¿O eso es más propio de los cuentos?
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