Acabo de volver a ver esta fantástica película de Berlanga, creo que han pasado quince o veinte años desde que la vi por primera vez.
La han emitido en el programa de Cayetana, en La 2.
Al finalizar la película, la reflexión de la Srta Guillén Cuervo ha sido la siguiente:
"Hay muchas formas de morir, una de ellas es claudicar".
Me ha hecho pensar (y eso que hoy no es lunes) y he de decir que estoy completamente de acuerdo con ella.
La muerte es algo natural, es la evolución de la vida y a todos nos llega, más tarde o más temprano.
Es lógico temer, ya que aceptar la muerte supone renunciar a lo que queda de vida, en pos de la tranquilidad de espíritu.
Una vez que alguien acepta y admite la llegada de lo inevitable, descansa.
Pero al claudicar, al renunciar, al rendirse, uno ha de vivir con la muerte de sus principios, de sus ideales o de su identidad.
Los ideales, principios e identidades difuntos, se van pudriendo y la gusanera voraz no se sacia con sus restos, poco a poco se expande como una plaga de langostas por todo lo que aún permanezca latente.
Al claudicar, aceptas las malvas que florezcan desde las entrañas para anunciar al mundo que no eres más que el sepulto de aquello en lo que una vez creíste.
Si ponéis atención, os daréis cuenta de que al caminar por cualquier calle, en realidad lo hacemos por enormes camposantos, pues son muchos los que deambulan transportando cadáveres en el pecho.
La injusta sociedad en la que vivimos se nutre de claudicas, de sueños rotos, de aspiraciones truncadas en pos de un sistema enfermizo que convierte al ser humano en un renegado de si mismo.
Es por ello que debemos resistir y hacernos fuertes, arrebatarle a la muerte nuestra vida hasta que nuestra viva necesite morir de forma natural.
Hay ideales eternos, hay sueños intemporales, hay una eterna lucha entre la vida y la "Vida" propiamente dicha.
Por eso nos erguimos, por eso nos sujetamos unos a otros, resistiendo el empuje de lo odioso.
No claudiquéis, no os rindáis.
Yo no pienso hacerlo.
Ya me moriré, cuando toque.