sábado, 23 de julio de 2011

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Pues otro año más que se me ha escapado.





Recuerdo que siendo pequeñito (ahora no es que sea mucho más grande), una tarde volvía del cine con mi padre, de ver una peli de Indiana Jones.





Pregunte a mi padre cuantos años podría tener ese pedazo de héroe con látigo y sombrero y él me respondió que por el físico y demás, unos treinta y siete.





Tras meditar un poco, le dije a mi padre que a mi también me gustaría tener treinta y siete años, porque consideraba que entonces sería un hombre hecho y derecho, aún joven físicamente, pero con la vida formada y cierta sabiduría a mis espaldas.





Hoy cumplo treinta y siete, y solo me parezco a Indiana en que cada vez que piso la baldosa que no es, me disparan dardos empapados en curare y una bola enorme, de piedra o de mala suerte trata de aplastarme.



Soy un héroe de pacotilla, la verdad.



Me dan miedo las arañas y me tapo los ojos con un cojín cuando veo películas de terror.



La chica, casi siempre termina marchandose con el malo y yo me quedo sentadito en una playa, con un hilito de sangre escurriendome por la barbilla y tirándole piedras al mar.



El sombreo me queda enorme y parezco una setita.



De pequeñito, mi padre y el bueno de Indiana eran mis héroes y yo quería ser como ellos, ahora, con treinta y siete, me he dado cuenta de que Indiana es un fraude y de que mi padre, sin látigo y sin sombrero, es a quien de verdad quiero parecerme.



No tengo hijos y no creo que pueda tenerlos y me da rabia pensar si acaso, de haber tenido un chavea, dentro de unos años hubiera querido parecerse a mi.



En fin...



Hoy es mi cumpleaños y aprovecho para hacer un repaso de mi vida.



Una vez escribí que cuando quería hacerme daño, miraba hacia adentro y hacia un poco de introspección.



Ahora creo que he aprendido a dominar mis demonios y ya no me duele sumergirme en mi.



Espero poder cumplir otros treinta y siete y que vosotros estéis ahí, para felicitarme.



Besos y abrazos.





viernes, 15 de julio de 2011

El bastón de mando.



Uno, que se pasa los veranos a bordo de una caravana llena de títeres y de buenas intenciones, tiene la suerte de ir conociendo a mucha gente por los caminos.

Gente de todo tipo, gente buena (la mayoría) y mala gente y gente mezquina (que de todo hay en botica).

Entre la buena gente, unos cuantos alcaldes de pequeños pueblos castellanos, pueblos de cien o doscientas almas, con las calles sin asfaltar y el pilón lleno de agua cristalina y fría, donde puede que hace unas docenas de años fuera arrojado algún que otro comediante de escasa chispa o de piropo inoportuno a la moza más jaquetona, que por norma, suele estar aparejada con el labriego de manos más grandes y paciencia más escasa.

Yo por si acaso, solo le suelto requiebros a mi señora y en ocasiones a mis primas, que ya se sabe: "el primo a la prima se arrima y si es prima hermana, con más gana".

Decía que he conocido a un par de alcaldes de esos de los de antes, de los que no se metían en política para "forrarse", como dijo aquél ladilla, sino que sacrificando un buen puñado de horas al día, trataban de que su pueblo no desapareciera bajo el agua de un pantano, y de que los jóvenes no tuvieran que marcharse a buscar las lentejas en los altos hornos, o en los bajos, o en los medianos da igual, porque todos están lejos de la plaza y la plaza sin muchachos y muchachas, se convierte en un nuevo cementerio, encalado y triste, silencioso y frío.

Hay personas que al recoger el bastón de mando, no tratan de metérselo por el culo al vecino de lindes, ni se hacen con el una cerbatana para aguijonear a los del pueblo de al lado.

Hay alcaldes, que aplauden como niños al terminar la función y te abrazan y te invitan a un vinito y a un plato de jamón, mientras te explican que al margen de las ideologías y los partidos, están las personas.

Hace un par de noches, me tomé una copa con el alcalde de un pueblo serrano, que ya va por la treintena de años al frente de la casa consistorial y que después de cuarenta inviernos afiliado a un partido construido sobre buenas intenciones, les ha devuelto el carné, sugiriendo que se lo introdujeran donde la espalda pierde el nombre.

Todos le saludan mientras camina por las calles de su pueblo, los azules y los rojos, los indignados y los satisfechos, los gordos y los flacos, los que se visten a escondidas con las sayas de sus señoras y los que persiguen a pedradas a los gatos.

Trabaja y no cobra, y en los ratos libres se remanga el blusón y araña el terruño, como lo hizo su padre y antes de su padre su abuelo.

Y yo no puedo por menos que admirar a ese señor, que no necesita de sastres, ni de coches oficiales, ni visas oro, ni dietas, ni de noches de burdel sufragadas por el erario público.

Entonces surgen las preguntas: ¿en que se ha convertido la política? ¿ya no están a nuestro servicio alcaldes y diputados, presidentes y parlamentarios?

La respuesta es tan obvia que en las tiendas de campaña instaladas en todas las plazas de España, hasta los jóvenes "ninis" la conocen.

A lo mejor es que no son tan "ninis", a lo mejor es que estamos consintiendo que nos tomen el pelo, una centena de hijos de puta.

Yo quiero representantes como este señor del palillo en la boca y la mirada franca.

Yo quiero que miren por el interés de mi pueblo, y no por el de una agencia de calificación con sede en las Caimán.

Yo quiero que me arreglen el frontón, y que dejen en paz la era, con sus proyectos de adosados y campos de golf.

Yo quiero que nazca un nuevo Machado, que cante a los campos de Castilla y que al doblar la última cuartilla manchada de versos, se tome un vino con el señor alcalde.


miércoles, 6 de julio de 2011

A cada cerdo, le llega su San Martín.



Vaya,

hacia tiempo que no me sentaba ante el teclado con los colmillos tan afilados.

Hoy me siento un Nosferatu de la red, dispuesto a hincarle el diente a esta cuadrilla de garrapatas sin alma, que gracias a la intervención de la Guardia Civil, se han presentado como lo que realmente son: unos ladrones y unos sinvergüenzas.

Existen muchas maneras de robar, no hay porque echarse al monte con un trabuco para ser un bandolero.

Estos miserables, se han permitido el lujo de ampararse en los derechos de los artistas para extorsionar a todo aquel que se le ha puesto por delante.

Son conocidas por todos nosotros mil y una situaciones esperpénticas en las que han reclamado su particular impuesto revolucionario en bodas, hospitales, conciertos benéficos, fiestas de fin de curso en colegios de primaria, peluquerías y un largo etcétera de momentos dignos de la tradicional picaresca española.

Bajo el pretendido afán de garantizar el cobro de los derechos de autor, estos hijos de puta han organizado un entramado empresarial paralelo, donde desviar los fondos y se han dedicado a forrar de tapices la cueva de Alí Babá.

Pero que estúpidos.

Acumulan decenas de denuncias de autores que no han visto un duro aunque sus creaciones hayan sido reproducidas en diferentes medios hasta la saciedad.

Y es normal, porque como de costumbre, el que no tiene padrino no se bautiza y casualmente, los únicos que han trincado pesetitas, han sido los colegas de la junta directiva y su camarilla de lameculos.

Lo del canon digital, fue algo que irritó a la sociedad española sobremanera.

No me voy a explayar aquí, explicando lo complejo y ridículo de semajante desfachatez, lo que si diré, es que por encima de la jetada que es el cobrar un dinero porque si, porque hoy es hoy como la caja roja de Nestlé, a mi particularmente me tocó mucho lo que no suena el que presupusieran que todo aquél que comprará un CD, era para delinquir.

Mira por donde, ya se ha visto quien es el verdadero delincuente.

Y es que a cada cerdo le llega su San Martín y en este momento, el matarife les está atando las patitas para subirlos a la mesa de matanza, mientras un paisano revisa el filo del cuchillo, largo y recto que les va a entrar por el cuello, justo debajo de la boca.

No veas como lo estoy disfrutando.

Vivimos en un país donde los chorizos engalanan sus cagaderos con cuadros de Miró y los piratas derrochan millones de euros en ostentosas sedes sociales.

Luego que nos indignamos.

Si es que esto es para tomar la Bastilla y hacer un merendero en el patio.

Lo peor de todo es que todavía tenemos que ver a gilipollas como Sabina, que es un gran cantautor y un genio de la palabra, pero un soberano estúpido que tira piedras contra su propio tejado al cerrar filas junto a esta caterva de maleantes.

En fin, voy a comprar una tarrina de cedesesy me voy a pasar la mañana haciendo el mal, con especial gustito y mala leche.

Señores de la SGAE, que os den lo que merecéis, vereis que risas.