martes, 16 de octubre de 2012

Con sumo gusto

me hubiera subido en la capsulita blanca y hubiera cortado los amarres a dentelladas.
Para subir tan alto como él, a la estratosfera, o a cualquier otro lugar ahí arriba desde donde contemplar el mundo como si fuese el hacedor.
Y al llegar a lo más alto que soportase mi organismo enfundado en un traje mega chulo y extra resistente,sacar la manita por la ventanilla a ver que tal hace fuera y luego saltar.
No me hubiese importado caer dando vueltas.
Total...vivo dando vueltas, así que unas poquitas más, la verdad, no habrían de suponer una gran diferencia.
Caer...
También vivo cayendo.
Y callando.
Seria genial caer durante casi seiscientos segundos dando berridos y sacándolo todo fuera.
Igual despertaría a Dios, que debe de andar dormido ahí arriba, porque si no está dormido es que es una gotica cabroncete y al verse de nuevo en "modo activo on", le podría dar por bajar a poner orden entre todo este caos de miseria programada.
O igual no existe...y no despierto a nadie.
Pero bueno, caer, de cualquier forma caer.
Y caer porque a mi me sale de los cojones, no porque a algún hijo de puta se le haya metido entre ceja y ceja que es divertidísimo hacerme perder el equilibrio.
Treinta y nueve mil metros no son nada, me he levantado de ostias mucho más gordas (aunque a menos altura) y aquí estoy.
Así que si a alguien le apetece financiarme una excursión a lo más alto para verme saltar después, que no se lo piense dos veces y vaya preparando la pasta, pero si lo que quiere es tratar de derribarme aquí, en la tierra, en el puto suelo de mi ciudad, que se ande con cuidado, porque no será fácil.
Ya no.
Y dicho esto, me voy a preparar una ensalada, a abrir una botella de Ribera y a ponerme un disco de Los Pecos.
Y a preguntarme como coño se hace para viajar en el tiempo y conocer a una princesa Azteca.







No hay comentarios: